miércoles, 20 de febrero de 2013

POEMA DE UN LECTOR

Jorge Ortega Antevíspera 1 No pienso el poema. Dejo abiertas las branquias de la pleura para la embestida del siroco. Un tifón asalta la cisterna del oxígeno que reciclo, azota las ventanas olfativas denostando la cordura del instante. Mi credo es disponer de buril cuando el vórtice haya entonces doblegado la fibra más lejana, cuando el reverso de la piel quede ya galvanizado de mielina sinestésica. Los sentidos concurren en la mano y hacen de su palma un tercer ojo. 2 Escribir pues la traducción de los suspiros, la gravidez del éter impregnado de luz terráquea. No relegar la matemática pero adosar íntimamente las flotaciones del entorno a la sinergia del texto. Desde los índices del gusto prorrogar la tolerancia, elastificar sus laterales oponiendo un ecosistema. 10 La poesía es intermitencia, presencia en duda que vacila entre el aquí y el allá. Allá palpita un buque. Aquí la ola pedestre. Entre el advenimiento de la nao y el repecho arenisco la espacialidad del poema, su lapso narrativo oreado de brisa, veteado de sal como un bauprés. El poema surca el viento; parte en dos los efluvios contrarios como una Biblia abierta a la mitad, una metáfora del mar Rojo acreedora de la disección más edificante. Autorizo inspecciones de canícula en mis hipogeos cutáneos. Dejo que la embriaguez del agua bañe la sequía de mis empeines. Humedezco el pecho altivo aspirando las señales de la tromba. Todo fenómeno improbable queda por cumplirse en la virginidad del pliego oceánico. 12 No importa si el poema cae del cielo o brota de la tierra. Si desciende de las cumbres heliconias o asciende de un cráter con apremio de roca plutónica. Si con tino de volcán proyecta su tipografía, o con fertilizante de llovizna. El esófago dispara piedras viscerales, mas ignora la asepsia periférica que regla el aposento de las letras. Poco importa su torpeza enardecida, su erupción de alquimia carrasposa. Da lo mismo si la altura suministra el fosforescer de la planicie, si el arabesco de los dígitos resulta entronizado por el sonar de un tragaluz. Más acá del rito originario el poema es materia cognoscible, liebre capturada entre dos hitos.

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