sábado, 6 de julio de 2013

MARGUERITTE YOURCENAR . CUENTO AZUL ......POR RITA AMODEI

Cuento Azul Por Marguerite Yourcenar Los mercaderes procedentes de Europa estaban sentados en el puente, de cara a la mar azul, en la sombra color índigo de las velas remendadas de retazos grises. El sol cambiaba constantemente de lugar entre los cordajes y, con el balanceo del barco, parecía estar saltando como una pelota que rebotara por encima de una red de mallas muy abiertas. El navío tenía que virar continuamente para evitar los escollos; el piloto, atento a la maniobra, se acariciaba el mentón azulado. Al crepúsculo, los mercaderes desembarcaron en una orilla embaldosado de mármol blanco; vetas azuladas surcaban la superficie de las grandes losas que antaño fueran revestimiento de templos. La sombra que cada uno de los mercaderes arrastraba tras de sí por la calzada, al caminar en el sentido del ocaso, era más alargada, más estrecha y no tan oscura como en pleno mediodía; su tonalidad, de un azul muy pálido, recordaba a la de las ojeras que se extienden por debajo de los párpados de una enferma. En las blancas cúpulas de las mezquitas espejeaban inscripciones azules, cual tatuajes en un seno delicado; de vez en cuando, una turquesa se desprendía por su propio peso del artesonado y caía con un ruido sordo sobre las alfombras de un azul muelle y descolorido. Se levantó la luna y emprendió una danza errática, como un espíritu endiablado, entre las tumbas cónicas del cementerio. El cielo era azul, semejante a la cola de escamas de una sirena, y el mercader griego encontraba en las montañas desnudas que bordeaban el horizonte un parecido con las grupas azules y rasas de los centauros. Todas las estrellas concentraban su fulgor en el interior del palacio de las mujeres. Los mercaderes penetraron en el patio de honor para resguardarse del viento y del mar, pero las mujeres, asustadas, se negaban a recibirlos y ellos se desollaron en vano las manos a fuerza de llamar a las puertas de acero, relucientes como la hoja de un sable. Tan intenso era el frío, que el mercader holandés perdió los cinco dedos de su pie izquierdo; al mercader italiano le amputó los dedos de la mano derecha una tortuga que él había tomado, en la oscuridad, por un simple cabujón de lapislázuli. Por fin, un negrazo salió del palacio llorando y les explicó que, noche tras noche, las damas rechazaban su amor por no tener la piel suficientemente oscura. El mercader griego supo congraciarse con el negro merced al regalo de un talismán hecho de sangre seca y de tierra de cementerio, así es que el nubio los introdujo en una gran sala color ultramar y recomendó a las mujeres que no hablaran demasiado alto para que no despertaran los camellos en su establo y no se alterasen las serpientes que chupan la leche del claro de luna. Los mercaderes abrieron sus cofres ante los ojos ávidos de las esclavas, en medio de olorosos humos azules, pero ninguna de las damas respondió a sus preguntas y las princesas no aceptaron sus regalos. En una sala revestida de dorados, una china ataviada con un traje anaranjado los tachó de impostores, pues las sortijas que le ofrecían se volvían invisibles al contacto de su piel amarilla. Ninguno advirtió la presencia de una mujer vestida de negro, sentada en el fondo de un corredor, y como le pisaran sin darse cuenta los pliegues de su falda, ella los maldijo invocando al cielo azul en la lengua de los tártaros, invocando al sol en la lengua turca, e invocando la arena en la lengua del desierto. En una sala tapizada de telas de arana, los mercaderes no obtuvieron respuesta de otra mujer, vestida de gris, que sin cesar se palpaba para estar segura de que existía; en la siguiente sala, color grana, los mercaderes huyeron a la vista de una mujer vestida de rojo que se desangraba por una ancha herida abierta en el pecho, aunque ella parecía no darse cuenta, ya que su vestido no estaba ni siquiera manchado. Pudieron al cabo refugiarse en el ala donde estaban las cocinas y allí deliberaron acerca del mejor medio para llegar hasta la caverna de los zafiros. Constantemente los molestaba el trajín de los aguadores, y un perro sarnoso fue a lamer el muñón azul del mercader italiano, el que había perdido los dedos. Al fin, vieron aparecer por la escalera de la bodega a una joven esclava que llevaba hielo granizado en un ataifor de cristal turbio; lo depositó sin mirar dónde, sobre una columna de aire, para dejarse las manos libres y poder saludar, levantándolas hasta la frente, donde llevaba tatuada la estrella de los magos. Sus cabellos azul-negros fluían desde las sienes hasta los hombros; sus ojos claros miraban el mundo a través de dos lágrimas; y su boca no era sino una herida azul. Su vestido color lavanda, de fina tela desteñida por hartos lavados, estaba desgarrado en las rodillas, pues la joven tenía por costumbre prosternarse para rezar y lo hacia constantemente. Poco importaba que no comprendiera la lengua de los mercaderes, pues era sordomuda; así, se limitó a asentir gravemente con la cabeza cuando ellos inquirieron cómo ir hasta el tesoro mostrándole en un espejo sus ojos color de gema y señalando luego la huella de sus pasos en el polvo del corredor. El mercader griego le ofreció sus talismanes: la niña los rechazó como lo hubiera hecho una mujer dichosa, pero con la sonrisa amarga de una mujer desesperada; el mercader holandés le tendió un saco lleno de joyas, pero ella hizo una reverencia desplegando con las manos el pobre vestido todo roto, y no les fue posible adivinar si es que se juzgaba demasiado indigente o demasiado rica para tales esplendores. Luego, con una brizna de hierba levantó el picaporte de la puerta y se encontraron en un patio redondo como el interior de un pozal, lleno hasta los bordes de la fría luz matinal. La joven se sirvió de su dedo meñique para abrir la segunda puerta que daba a la llanura y, uno tras otro, se encaminaron hacia el interior de la isla por un camino bordeado de matas de aloe. Las sombras de los mercaderes iban pegadas a sus talones, cual siete víboras pequeñas y negras, en tanto que la muchacha estaba desprovista de toda sombra, lo que les dio que pensar si no sería un fantasma. Las colinas, azules a distancia, se volvían negras, pardas o grises a medida que se aproximaban, sin embargo, el mercader de la Turena no perdía el valor y para darse ánimos cantaba canciones de su tierra francesa. El mercader castellano recibió por dos veces la picadura de un escorpión y sus piernas se hincharon hasta las rodillas y cobraron un color de berenjena madura, pero no parecía sentir dolor alguno e incluso caminaba con el paso más seguro y más solemne que los otros, como si estuviera sostenido por dos gruesos pilares de basalto azul. El mercader irlandés lloraba viendo cómo gotas de sangre pálida perlaban los talones de la muchacha, que andaba descalza sobre cascos de porcelana y de vidrios rotos. Cuando llegaron al sitio, tuvieron que arrastrarse de rodillas para entrar a la caverna, que no abría al mundo más que una boca angosta y agrietada. La gruta era, sin embargo, más espaciosa de lo que hubiera podido esperarse y, así que sus ojos hubieron hecho buenas migas con las tinieblas, descubrieron por doquier fragmentos de cielo entre las fisuras de la roca. Un lago muy puro ocupaba el centro del subterráneo, y cuando el mercader italiano lanzó una guija para calcular la profundidad, no se la oyó caer, pero se formaron pompas en la superficie, como si una sirena bruscamente desesperada hubiera expelido todo el aire que llenaba sus pulmones. El mercader griego empapó sus manos ávidas en aquella agua y las sacó teñidas hasta las muñecas, como si se tratara de la tina hirviendo de una tintorera; mas no logró apoderarse de los zafiros que bogaban, cual flotillas de nautilos, por aquellas aguas más densas que las de los mares. Entonces, la joven deshizo sus largas trenzas y sumergió los cabellos en el lago: los zafiros se prendieron en ellos como en las mallas sedosas de una oscura red. Llamó primero al mercader holandés, que se metió las piedras preciosas en las calzas; luego, al mercader francés, que se llenó el chapeo de zafiros; el mercader griego atiborró un odre que llevaba al mercader castellano, arrancándose los sudados guantes de cuero, los llenó y se los puso colgados al cuello, de tal suerte que parecía llevar dos manos cortadas. Cuando le llegó el turno al mercader irlandés, ya no quedaban zafiros en el lago; la joven esclava se quitó un colgante de abalorios que llevaba y por señas le ordenó que se lo pusiera sobre el corazón. Salieron arrastrándose de la caverna y la muchacha pidió al mercader irlandés que la ayudara a rodar una gruesa piedra para cerrar la entrada. Luego, colocó un precinto confeccionado con un poco de arcilla y una hebra de sus cabellos. El camino se les hizo más largo que a la ¡da por la mañana. El mercader castellano, que empezaba a sufrir a causa de sus piernas emponzoñadas, se tambaleaba y blasfemaba invocando el nombre de la madre de Dios. El mercader holandés, que estaba hambriento, trató de arrancar las azules brevas madura, de una higuera, pero un enjambre de abejas ocultas en la espesura almibarada le picaron profundamente en la garganta y en las manos. Llegados al pie de las murallas, el grupo dio un rodeo para evitar a los centinelas y se dirigieron sin hacer ruido hacia el puerto de los pescadores de sirenas, que estaba siempre desierto, pues hacía largo tiempo que no se pescaban ya sirenas en aquel país. La barca flotaba blandamente en el agua, amarrada al dedo de un pie de bronce, único resto de una estatua colosal erigida antaño en honor a un dios del que ya nadie recordaba el nombre. En el muelle, la esclava sordomuda hizo intención de despedirse de los hombres, saludándoles con las manos puestas en el corazón; entonces, el mercader griego la tomó por las muñecas y la arrastró hasta el barco, movido por el propósito de venderla al príncipe veneciano del Negroponto, de quien se sabía que le gustaban las mujeres heridas o afectadas de alguna invalidez. La doncella se dejó llevar sin oponer resistencia y sus lágrimas, al caer sobre las maderas del puente, se transformaban en bellas aguamarinas, así es que sus verdugos se las ingeniaron para darle motivos que la hicieran llorar. La dejaron desnuda y la ataron al palo mayor; su cuerpo era tan blanco que servía de fanal al barco en aquella noche clara navegando entre las islas. Cuando hubieron terminado su partida de palillos, los mercaderes bajaron a la cabina para echarse a dormir. Hacia el alba, el holandés subió al puente aguijoneado por el deseo y se acercó a la prisionera, dispuesto a violentaría. Mas he aquí que la niña había desaparecido: las ligaduras colgaban, vacías, del tronco negro del mástil, como un cinturón demasiado ancho, y en el lugar donde se habían posado sus pies suaves y delgados no quedaba otra cosa que un mantoncito de hierbas aromáticas que exhalaban un humillo azul. En los días que siguieron reinó una calma chicha, y los rayos del sol, que caían a plomo sobre la lisa superficie color de algas, producían un chirrido de hierro candente sumergido en agua fría. Las piernas gangrenadas del mercader castellano se habían puesto azules como las montañas que se columbraban en el horizonte y purulentos regueros se deslizaban desde las tablas del puente hasta el mar. Cuando el sufrimiento se hizo intolerable, el hombre sacó del cinturón una ancha daga triangular y se cercenó a la altura de los muslos las dos piernas envenenadas. Murió agotado al despuntar la aurora, después de haber legado sus zafiros al mercader suizo, que era su enemigo mortal. Al cabo de una semana recalaron en Esmirna y el mercader de Turena, que siempre había temido al mar, optó por desembarcar, con intención de continuar su viaje a lomos de una buena mula. Un banquero armenio le cambió los zafiros por diez mil monedas con la efigie del Preste Juan. Eran piezas perfectamente redondas y el francés cargó alegremente con ellas hasta trece mulos; pero, así que llegó a Angers, tras siete años de viaje, se encontró con la sorpresa de que las monedas del monarca-preste no tenían curso en su país. En Ragusa, el mercader holandés trocó sus zafiros por una jarra de cerveza servida en el mismo muelle, pero tuvo que escupir aquel insulso líquido aventado que no tenía el mismo gusto que la cerveza de las tabernas de Amsterdam. El mercader italiano desembarcó en Venecia con el propósito de hacerse proclamar Dogo, mas pereció asesinado al día siguiente de sus nupcias con la laguna. En cuanto al mercader griego, se le ocurrió atar los zafiros a un cabo largo y suspenderlos en el costado de la barca, esperando que el contacto con las olas fuera benéfico para su hermoso color azul. Al mojarse, las gemas se volvieron líquidas y apenas si añadieron al tesoro del mar unas pocas gotas de agua transparente. El hombre se consoló pescando peces y asándolos al rescoldo de la ceniza. Un atardecer, al cabo de veintisiete días de navegación, el barco fue atacado por un corsario. El mercader de Basilea se tragó sus zafiros para sustraerlos de la avaricia de los piratas y murió de atroces dolores de entrañas. El griego se echó al mar y fue recogido por un delfín, que lo condujo hasta Tinos. El irlandés, molido a golpes, fue dejado por muerto en la barca, entre los cadáveres y los sacos vacíos; nadie se tomó la molestia de quitarle el colgante de falsas piedras azules, que no tenía ningún valor. Treinta días más tarde, la barca a la deriva entró por sí misma en el puerto de Dublín y el irlandés echó pie a tierra para mendigar un pedazo de pan. Estaba lloviendo. Los tejados oblicuos de las casas bajas sugerían grandes espejos destinados a captar los espectros de la luz muerta. La calzada desigual se encharcaba más y más; el cielo, de un parduzco sucio, parecía tan cenagoso que ni los ángeles se hubieran atrevido a salir de la casa de Dios; las calles estaban desiertas; el puesto de un mercero ambulante, que vendía calcetines de lana cruda y cordones para los zapatos, se veía abandonado al borde de una acera debajo de un paraguas abierto. Los reyes y los obispos esculpidos en el pórtico de la catedral no hacían nada para impedir que cayera la lluvia sobre sus coronas o sus mitras, y la Magdalena recibía el agua en sus senos desnudos. El mercader, todo desalentado, fue a sentarse bajo el pórtico junto a una joven mendiga, tan pobre que su cuerpo, azulenco de frío, se veía a través de los desgarrones de su vestido gris. Sus rodillas se entrechocaban ligeramente; sus dedos cubiertos de sabañones apretaban un mendrugo de pan. El mercader le pidió por el amor de Dios que se lo diera, y ella se lo tendió en el acto. El mercader hubiera querido regalarle el colgante de abalorios azules, puesto que no tenla ninguna otra cosa que ofrecer; más en vano buscó en sus bolsillos, alrededor de su cuello, entre las cuentas de su rosario. No hallándolo, se echó a llorar desconsolado: no poseía ya nada que pudiera recordarle el color del cielo y la tonalidad del mar en donde había estado a punto de perecer. Suspiró profundamente y, como el crepúsculo y la fría niebla se espesaban en derredor, la muchachita se apretujó contra él para darle calor. El hombre le hizo preguntas acerca del país y ella le contestó en el tosco dialecto del pueblo que dejara antaño, siendo aún muy chico. Entonces, apartó los cabellos desgreñados que cubrían el rostro de la mendiga, pero tan sucio estaba que la lluvia iba trazando en él regueritos blancos, y el mercader descubrió horrorizado que la niña era ciega y que una siniestra nube velaba el ojo izquierdo. No dejó por ello, sin embargo, de posar su cabeza en aquellas rodillas mal cubiertas de harapos y se durmió sosegado: el ojo derecho, que había visto privado de mirada, era milagrosamente azul.

HENRYK IBSEN .HEDDA GABLE ......POR RITA AMODEI

This is the 1993 television production from the "PERFORMANCE" series. It stars FIONA SHAW, NICHOLAS WOODESON, STEPHEN REA, DONAL McCANN, PAT LEAVY, SUSAN COLVERD and BRID BRENNAN. It was directed by DEBORAH WARNER. N.B. Unfortunately the beginning titles were accidentally deleted. ++++++

HENRYK IBSEN . HEDDA GABLER ........POR RITA AMODEI

Hedda Gabler -- Hedda Gabler es una obra de teatro, y uno de los mayores éxitos del escritor y dramaturgo noruego Henrik Ibsen. Un retrato realista y psicológico de la alta sociedad de finales del siglo XIX. El texto teatral fue interpretado por primera vez en Múnich, Alemania en enero de 1891. Ibsen fue criticado en un principio a causa de la naturaleza muy particular de la protagonista, Hedda Gabler, la cual no respetaba los ideales y la moral de la mujer de la época (aunque puede decirse que tampoco respeta ningún código moral, masculino o femenino, de cualquier época). Hedda Gabler es el estudio de una mujer obsesionada con el aburrimiento en que naufraga su vida ("A veces creo que sólo sirvo para una cosa en este mundo [...] para aburrirme mortalmente", afirma en el acto II), y de cómo se destruye a sí misma tras destruir, total o parcialmente, las vidas de los demás. Considerada una de las personalidades teatrales más complejas y dinámicas de todos los tiempos, en ella Ibsen deposita una refinada maldad unida a un intelecto brillante. Los sufrimientos interiores de Hedda Gabler, también muy intensos, se topan a menudo con su cobardía social ("Soy cobarde. Terriblemente cobarde", Acto II). Personajes[editar]Jørgen Tesman Hedda Gabler, esposa de Jørgen Miss Juliane Tesman, tía de Jørgen Mrs. Elvsted Juez Brack Ejlert Løvborg Berte, criada ArgumentO---- La acción se desarrolla en una villa de Kristiania (hoy Oslo). Hedda Gabler, la aristocrática hija del capitán Gabler, tiene 29 años y acaba de contraer matrimonio con un hombre al que no ama. La obra muestra cómo un matrimonio regresa de un viaje que se supone era la luna de miel pero que no lo fue. La tía de Tesman, Juliane, les hace una pequeña visita, en donde les comunica los inmensos esfuerzos económicos que generosamente deposita en ellos. Tesman tiene la esperanza de ser nombrado catedrático muy pronto. Tras la marcha de la tía, aparece en escena Thea (Mrs. Elvsted), una antigua compañera de instituto de Hedda; ha abandonado a su esposo por el ex-alcohólico Løvborg, también escritor y también un lejano amigo íntimo de Hedda. Hedda le sonsaca a Thea la información que quiere, jugando con ella como con un ratón asustado. Thea reconoce que Hedda siempre le ha dado miedo. Más tarde aparece el juez Brack, que intenta sin éxito conventirse en el amante de Hedda. Finalmente hace su aparición el ex-alcohólico Løvborg, que ha escrito un libro exitoso pero que tiene aún, en edición manuscrita, otro verdaderamente genial. Le dice además a Tesman que va a optar también por la plaza de catedrático que, en un principio, a Tesman estaba ya otorgada. No obstante, le dice que no se preocupe, que no tiene ninguna intención en quitársela. Entonces habla con Hedda; se revela la antigua amistad que los unía. Y Hedda, de nuevo, le saca al escritor la información que va deseando, mientras se mofa parcialmente de su recién adquirida sobriedad. Løvborg, Jørgen Tesman y Brack se van a una fiesta que el último organiza: Løvborg esta borracho y pierde el libro, Jørgen lo encuentra y lo lleva a su casa, en donde le dice a Hedda que se trata de un libro genial e increíble. Añade que es una suerte que lo haya encontrado, pues Løvborg carece de copia alguna; pero entonces le informan de que su tía está agonizando, y ha de marcharse apresurado. Hedda guarda el libro en la estantería. Llega entonces Løvborg dando muestras de desesperación. Afirma haber destruido él mismo su propio libro. Habiendo bebido de nuevo, sin obra ya que publicar, y bastante alterado, Hedda le brinda la idea de un hermoso sucidio, pues quiere que se pegue un tiro "de manera bella". Løvborg se marcha con una de las pistolas de Hedda; o, más bien, del padre fallecido de ésta, el General Gabler. Luego Hedda se dirige a la estantería y decide con sumo placer quemar el libro en la estufa, mientras dice: "¡Ahora quemo a tu hijo, Thea! ¡Tú! ¡La del pelo rizado! ¡El hijo tuyo y de Ejlert Løvborg! ¡Ahora lo quemo! ¡Ahora quemo al niño!". En en último acto, Løvborg muere tras recibir un disparo accidental en un prostíbulo; y Brack, que sabe de donde procede la pistola, emplea este conocimiento con el fin de presionar a Hedda para ser su amante. Thea y Tesman se encuentran para reconstruir el manuscrito de Løvborg a partir de las notas que Thea ha conservado. Cuando Hedda comprende que está en las garras del Juez Brack, atrapada y sin salida, se suicida con la otra pistola del general. Intérpretes-----Entre las mas famosas intérpretes de Hedda Gabler caben destacarse Alla Nazimova (1907), Asta Nielsen, Patrick Campbell (1907), Nance O'Neill (1917), Italia Almirante-Manzini (1919), Eva Le Gallienne, Peggy Ashcroft (1954), Tallulah Bankhead, Katina Paxinou (1942), Glenda Jackson, Maggie Smith, Diana Rigg, Fiona Shaw, Ingrid Bergman, Claire Bloom y Cate Blanchett y en España Laia Marull (2011).

HENRIK IBSEN .CASA DE MUÑECAS -----POR RITA AMODEI

+++++++++++++++ Versión del programa Estudio 1 de TVE, el 3 de enero de 2002. Director: Manuel Armán Reparto: Amparo Larrañaga como "Nora", Juan Diego, Pedro Mari Sánchez, Bettina Grand, Elisa Martínez Sierra, Joaquín Notario, Pepa Pedroche ++++++++++++ ++++++++++ Teatro de siempre, de TVE. Casa de Muñecas, de Henrik Ibsen, con Berta Riaza, Francisco Piquer, Agustín González, Andrés Mejuto, Mayrata O'Wisiedo y Paloma Pagés.

HENRYK IBSEN . CASA DE MUÑECAS ----POR RITA AMODEI

Casa de Muñecas de Henrik Ibsen dramaturgia: Ignacio Apolo 1 El regreso de la Sra. Kieler La acción de Casa de muñecas transcurre en Navidad y sus hechos, como en cualquier obra, son artificiales. Pero imaginemos, en paralelo, un cuento navideño (Casa de muñecas, por supuesto, no lo es), ya no basado en la obra de Ibsen sino en algunos datos de su biografía (los documenta Egil Törnqvist en su libro Ibsen: A Doll’s House, Cambridge University Press, 1995). El argumento del cuento será del todo diferente al de la obra. Algunos todavía se preguntarán con anhelo por el retorno de la Nora de Ibsen al hogar, que no sucede. Para cumplir con esa ilusión, entonces, esta historia. En 1870 Ibsen conoció, primero por correspondencia y luego personalmente, a Laura Petersen, una joven hermosa y vivaz a quien él llamaba su “alondra”. Cuatro años más tarde, Laura contrajo matrimonio y se convirtió en la Sra. Kieler. Pero poco después, su marido enfermó gravemente. Los médicos le aconsejaron tomar vacaciones en un clima cálido y Laura, para poder pagar el viaje sin preocupar a su esposo, pidió un préstamo en secreto. Con ese dinero, en 1876, el matrimonio pudo vivir en Suiza e Italia, y el Sr. Kieler se recuperó. De regreso, pasaron por Munich, donde Laura visitó a Ibsen y le confió el secreto de su deuda. Ibsen le aconsejó contarle todo a su esposo y pedirle ayuda para pagarla, pero Laura, temerosa de lo que él pudiera pensar, no lo hizo. Intentó, en cambio, posponer el pago. Su intento fracasó. Finalmente, desesperada, falsificó un pagaré. La falsificación fue descubierta. El banco se rehusó a pagar. Enterado de todo, el Sr. Kieler, en ejercicio de sus prerrogativas como jefe de familia, encerró a su mujer en un asilo público, y reclamó la separación y la quita de la custodia de los hijos. No obstante, Laura ansiaba deseperadamente volver a su hogar. Su alta del asilo, tiempo después, sólo fue admitida bajo la estricta vigilancia de su esposo. La Sra. Kieler retornó, tal vez en vísperas de Navidad. Italia, 1879. Henrik Ibsen escribe Casa de muñecas. La obra se estrena el 21 de diciembre –vísperas de Navidad– en Copenhagen. I. A. Buenos Aires, diciembre de 2000 2 Casa de Muñecas Cristiania, Noruega. Navidad de 1879. Primera parte 1. Nora, Helmer (Nora abrazada sobre Helmer) Nora: ¡No me retes, Torvald; estaba todo regalado! Le compré un trajecito a Ivar, una trompeta a Bob, y a Emmy una muñeca con cunita… Ah, y unos pañuelos divinos a las empleadas… Helmer: ¿Y qué quiere para ella, mi nena derrochona? Nora: Nada. Helmer: Vamos… Pensá algo que quieras mucho; pero que sea razonable. Nora: Nada, en serio, aunque… Torvi… Helmer: ¿Mmh? Nora: (Jugueteando) Si vos de-verdad-de-verdad querés regalarme algo… pero en serio… Helmer: Dale, decime. Nora: (Rápido) Dame plata. Sí, Torvi, sí. Lo que creas que me podés dar; y yo me compro algo. Helmer: Igualita a tu padre: necesito plata, plata, plata todo el tiempo, y apenas la conseguís se te acaba. Nada te alcanza. Nora: Ojalá hubiera heredado más las cualidades de papá. Helmer: ¿Y así que mi chiquita piensa derrochar todo mi dinero? Nora: Un poquito podemos, ¿no? Un poquito. 3 Helmer: A partir de año nuevo, Nora. Y no me pagan hasta que termine el primer trimestre. Nora: Bueno, Torvi; mientras tanto pedimos prestado. Helmer: Pensamientos típicos de mujer. Te dije mil veces lo que pienso de eso. (La mira un instante) ¿Mi pichoncito se puso triste? ¿Qué es esto? ¿Una trompita? (Saca plata) Nora: ¡Plata! Helmer: Uuhh… (Le da algunos billetes) Yo sé cuántas cosas se necesitan en casa para Navidad… Nora: (Contando) Diez… treinta… cuarenta. Gracias, Torvi, gracias. Con esto tengo para rato. Helmer: Eso espero. Ahora mirame a los ojos. (Amenazándola con su dedo) ¿Esta nena no hizo ninguna travesura? Nora: Yo no hago nada que no te guste. (Timbre: en la puesta, será un sonido especial, diferente para cada personaje al entrar y/o salir) Helmer: (Fastidiado) ¡Visitas…! No estoy en casa. (Helmer entra a su despacho. Nora lo ve irse, saca un paquete de un bolsillo; se come una golosina y esconde el paquete) 2. Linde, Nora; a mitad de la escena, entra Rank a la casa por el pasillo interior. Sra. Linde: (Nerviosa) Buenos días, Nora. Nora: Buenos días… Sra. Linde: No me reconocés, ¿verdad? Nora: (De pronto) Cristina. ¡Cristina! Pero, ¿quién iba a decir...? ¡Qué cambiada que estás! Sra. Linde: Bueno, pasaron muchos años… Nora: Claro. ¿Te mudaste a la ciudad? Sra. Linde: Sí, llegué esta mañana en barco. Nora: ¡Justo en Navidad! ¡Cómo nos vamos a divertir! Vení, sacate el abrigo. (La ayuda) Sentate. ¿Ves? Ya sos la de siempre, Cristina… Pero estás más delgada… Sra. Linde: Y más vieja. 4 Nora: No, no; más madura, puede ser… ¡Ay, pero qué atolondrada! Perdoname, Cristina. Te quedaste viuda, ¿no? Sra. Linde: Sí. Hace tres años. Nora: Ya sabía; lo leí en el diario. ¡Cómo habrás sufrido! ¿No te dejó nada para vivir? Sra. Linde: No. Nora: ¿Hijos? Sra. Linde: No. Nora: ¿Nada? Sra. Linde: Ni siquiera una pena… Cosas que pasan, Nora. Nora: ¡Ay, quedarse sola! Debe de ser tan triste. Yo tengo tres hijos preciosos; pero ahora salieron con la niñera. Dale, contame todo de vos. Pero antes te cuento yo una cosa: ¿ya te enteraste? ¡A mi marido lo nombraron gerente en el Banco de Acciones! No te imaginás lo contentos que estamos. Por fin vamos a vivir de otra manera… ¡Ay, Cristina, qué felicidad; tener plata y estar libres de preocupaciones! No sólo plata; mucha, mucha plata… Sra. Linde: (Sonriendo) ¡Ay, Norita! Seguís igual, ¿eh? En el colegio ya te gustaba derrochar… Nora: (Sonriendo) Sí, Torvald todavía me dice eso. (Amenazando con el dedo) Pero “Norita” no es tan tonta como ustedes creen. Y además no hubo mucho que derrochar. Tuvimos que trabajar los dos. Sra. Linde: ¿Vos también? Nora: Sí, yo hice algunas cosas: bordar, tejer… ¡qué sé yo! Tuvimos tantos gastos después de casarnos… Torvald se llenó de trabajo, de día y de noche, y no lo aguantó. Se enfermó… estuvo muy grave. Y los médicos dijeron que lo único que lo podía salvar era un viaje al sur. Sra. Linde: Sí, me enteré que estuvieron un año en Italia. Nora: Fue muy difícil. Con Ivar recién nacido… Pero había que ir. Ah, un viaje precioso, y además le salvó la vida. Pero eso sí, carísimo: cuatro mil ochocientas coronas. Sra. Linde: ¡Qué suerte que las tenían! Nora: No; no las teníamos. Nos dio papá. Sra. Linde: ¡Ah, tu padre! Falleció en esa época, ¿no? Nora: Sí, Cristina. ¡Y no pude ir a cuidarlo! Estaba esperando a Ivar, y tenía que ocuparme de Torvald. ¡Ah, Papá! No lo volví a ver. Es lo más triste que me pasó desde que me casé. 5 Sra. Linde: ¿Y tu marido se curó? Nora: Totalmente. No se enfermó más. Los chicos tampoco; yo tampoco. (Se levanta) ¡Ah, qué placer es vivir y ser feliz! ¡Pero, qué tonta! Hablando todo el tiempo de mis cosas. No te enojes… ¿Es cierto que no querías a tu esposo? ¿Por qué te casaste? Sra. Linde: Mi madre estaba inválida, y enferma. Y además, tenía que mantener a mis hermanos. Bueno… no me pareció oportuno rechazar la oferta. Nora: Mm… por ahí tenías razón. ¿Era rico? Sra. Linde: Sí, pero no tenía negocios seguros. Cuándo murió se vinieron abajo y no quedó nada. Nora: Ay, ¿y qué hiciste? Sra. Linde: Me las arreglé, con una tiendita, un colegio… Estos tres años fueron como un enorme día de trabajo, sin ningún descanso. Pero ya se acabó. Mamá murió; ya no me necesita. Y los chicos tampoco; tienen trabajo y se mantienen solos. Nora: Que alivio debés de sentir, ¿no? Sra. Linde: No, Nora; lo que siento es un vacío inmenso. No tengo a nadie por quien vivir… No aguanté más en aquel rincón. Acá es más fácil encontrar trabajo y descansar la mente. Si tuviera la suerte… Mirá: no lo tomes a mal, pero cuando me contaste lo de ustedes, me alegré más por mí que por vos. Nora: ¿Cómo? Ah, sí, claro. Pensás que por ahí Torvald te puede conseguir algo. Bueno: dejalo en mis manos. Solamente tengo que pensar alguna cosita para que acepte; algo que lo ponga contento… ¡Ay, Cristina; me encanta poder ayudarte! Sra. Linde: Sos muy buena. Y más todavía porque no conocés las amarguras de la vida. Nora: ¿Por qué decís eso? ¿Yo no las conozco? Sra. Linde: (Sonriendo) Bueno, vamos… Sos una nena todavía. Nora: Yo no lo diría con ese tono de superioridad. Pero pensás como todos los demás: que no sirvo para nada serio… Sra. Linde: Bueno, ¡no es para tanto, Nora! Nora: …y que nunca tuve problemas en la vida. Sra. Linde: Pero, Norita, acabás de contarme tus grandes problemas… Nora: ¡Bah! Eso no es nada. No conté lo principal. Sra. Linde: ¿Qué cosa? 6 Nora: Vos me creés demasiado insignificante, Cristina, pero estás equivocada. Te sentís tan orgullosa de haber trabajado por tu madre… Sra. Linde: Yo no creo insignificante a nadie. Pero sí estoy orgullosa, y feliz de haber conseguido que viviera tranquila sus últimos días. Nora: Y también estás orgullosa de lo que hiciste por tus hermanos. Sra. Linde: Creo que tengo derecho… Nora: Sí, claro. Pero te digo una cosa. Yo también tengo de qué sentirme orgullosa y feliz. Sra. Linde: Nadie dice que no. ¿Pero qué es? Nora: Hablá más bajo; no se tiene que enterar Torvald, ni nadie más que vos. Vení, acercate. Fui yo la que le salvó la vida a Torvald. Sra. Linde: ¿Le salvaste la vida? ¿Cómo? Nora: Con el viaje a Italia. Torvald no estaría vivo si no hubiéramos ido… Sra. Linde: Sí, ya sé, pero tu papá te dio… Nora: Papá no nos dio nada. La plata la conseguí yo. Sra. Linde: ¿Vos? ¿Una suma tan grande? Nora: Cuatro mil ochocientas coronas. ¿Qué tal? Sra. Linde: ¿Te ganaste la lotería? Nora: ¡La lotería! ¿Qué mérito tendría eso? Sra. Linde: ¿De dónde sacaste la plata entonces? Nora: (Canturrea y sonríe) ¡Ah! ¡Lalalá… lalalá! Sra. Linde: No creo que la hayas pedido prestada. Nora: ¿No? ¿Y por qué no? Sra. Linde: Porque una mujer casada no puede pedir préstamos sin el consentimiento de su marido. Nora: (Orgullosa) ¡Ah! Pero cuando una mujer casada tiene sentido de los negocios, y se sabe manejar... Sra. Linde: Nora, basta de jueguitos; ¿cómo hiciste para que te prestaran…? 7 Nora: No hace falta que sepas todo. Y además… ¿quién dijo que pedí prestado? Hay muchas maneras de conseguir dinero. Una nunca sabe; lo podría haber recibido de algún admirador. Pude haber usado mis encantos… Te estás muriendo de curiosidad. Sra. Linde: Nora, escúchame. No habrás hecho una tontería, ¿verdad? Nora: ¿Es una tontería salvar la vida de tu marido? Sra. Linde: No; es una tontería hacerlo sin que él lo sepa. Nora: Pero si lo importante era eso, ¿no entendés? No tenía que enterarse de lo grave que estaba. Los médicos me dijeron a mí que él se podía morir, y que teníamos que ir al sur. ¡Y no te creas que no fui diplomática al principio! Lo cargoseé con que quería viajar, que sería hermoso, que tantas otras mujeres ya habían viajado; le lloriqueé para que me tuviera en cuenta… Bueno; hasta que al final le insinué que pidiera un préstamo. Ah, sólo de oír la palabra casi se vuelve loco. Me dijo que era un disparate y que su deber de esposo era no someterse a mis caprichos… Y yo pensé: “Está bien; de todos modos hay que salvarte”; y busqué otra salida… Sra. Linde: ¿Pero tu padre no le dijo que la plata no era suya? Nora: No. Papá murió en esos días. Le iba a pedir que no le cuente, pero por desgracia no hizo falta. Sra. Linde: ¿Y después? ¿Nunca se lo contaste a Helmer? Nora: No, por Dios; ¡qué idea! Sra. Linde: ¿No pensás decírselo nunca? Nora: (Pensativa, sonriente) Alguna vez... Dentro de muchos años, cuando ya no sea tan linda. ¡No te rías! Cuando ya no le guste tanto, y no se divierta más conmigo… Entonces, bueno, no estaría mal tener una carta en la manga… ¡Pero qué importa! Ese día no va a llegar nunca. ¿Y, Cristina, qué opinás de mi gran secreto? ¿No pensás ahora que yo también sirvo para algo? Porque te digo que no es tan fácil cumplir con los pagos. Tuve que ahorrar mucho, un poco de acá y un poco de allá… Sra. Linde: Sí, claro. No la habrás pasado muy bien… Nora: No te creas: después descubrí otras maneras de ganar plata. La Navidad pasada me conseguí un montón de trabajo para copiar. Me encerraba todas las noches y me quedaba escribiendo hasta muy tarde. Era cansador, claro, pero también era divertido trabajar y que me paguen. Era casi como ser un hombre. (Timbre) 3. Krogstad, Nora, Linde Krogstad: (En la puerta) Buenos días, Sra. Helmer. 8 (La Sra. Linde lo ve; intenta darse vuelta para no ser vista) Nora: ¿Qué hace acá? ¿Quiere ver a mi marido? ¿Por qué? Krogstad: Cosas del banco. Tengo entendido que va a ser nuestro nuevo gerente. Nora: Entonces usted… Krogstad: Vine por rutina de negocios, Sra. Helmer. Es todo. Nora: Bueno; haga el favor de entrar por la otra puerta. (Krogstad sale) Sra. Linde: ¿Quién era? Nora: Un abogado, un tal Krogstad. Sra. Linde: Ah; era él… Nora: ¿Lo conocés? Sra. Linde: Lo conocí hace años. Trabajaba en un despacho del pueblo. Está cambiado. Nora: Tuvo un matrimonio infeliz. Sra. Linde: Se quedó viudo, ¿no? Nora: Y con un montón de críos. 4. Nora, Rank, Linde, luego Helmer (Sale el Dr. Rank del despacho) Nora: ¡Dr. Rank! Ella es la señora Linde… Rank: Ah, un nombre que he escuchado bastante en esta casa. ¿Vino a pasar Navidad? Sra. Linde: No, doctor. Vine a buscar trabajo… Rank: Mmh, claro… Sra. Linde: Bueno; hay que vivir. Rank: Parece ser la opinión general. Nora: Dr. Rank, si usted quiere vivir la vida tanto como cualquier otro. 9 Rank: Por supuesto, cuando peor me siento más quiero que el dolor se alargue y se alargue. Igual que mis pacientes. Y que los enfermos morales. Justamente uno de esos está hablando con Helmer. Nora: ¿Quién? Rank: No creo que lo conozca; se llama Krogstad, abogado, y corrupto hasta la médula. Pero incluso él empezó decir, como si hiciera una revelación fundamental, que tenía que vivir. Nora: ¿Y por qué quería verlo a Torvald? Rank: Algo del banco. Ahora que Helmer va a ser gerente, él pasa a ser su subordinado. Nora: ¿Ah sí? Qué bueno. (Ríe pícaramente) Doctor, ¿quiere un dulce? Rank: ¿Dulces? Pensé que eran ilegales en esta casa. Nora: (Esconde el paquete) ¡Shh! (Helmer sale del despacho con el sombrero en la mano y el abrigo colgando del brazo. Nora va hacia él) ¿Te lo sacaste de encima, Torvald? Helmer: Sí, ya se fue. Nora: Ella es Cristina, que recién llegó a la ciudad. Helmer: ¿Cristina? Eh… Nora: La Sra. Linde, mi amor… Cristina Linde. Hizo todo el viaje para hablar con vos. Helmer: ¿Ah sí? Sra. Linde: Bueno, ese no es realmente… Nora: (a Helmer) Cristina es muy, muy eficiente en trabajos de oficina, y ahora quiere trabajar para alguien destacado, así puede aprender más. Helmer: Muy razonable, Sra. Linde. Nora: Y cuando se enteró que te habían nombrado gerente… Bueno, alguien le contó en un telegrama. Vino lo antes que pudo y… ¿Podrías hacer algo por ella…? ¿Y por mí? ¿Mm? Helmer: Puede ser. ¿Tiene experiencia, Sra. Linde? Sra. Linde: Sí, bastante. Helmer: Bien; supongo que le podré encontrar un puesto. Nora: Sí. (Aplaudiendo) ¿Viste? 10 Sra. Linde: Oh, ¿cómo podría agradecerle…? Helmer: Ni lo piense. (Se pone el sobretodo) Bueno, discúlpenme ahora… Rank: Un minuto, me voy con vos. Sra. Linde: Yo también me retiro. Chau, Nora, querida, y gracias por todo. (Salen. Nora permanece, complacida) 5. Krogstad, Nora Krogstad: Disculpe, Sra. Helmer. Nora: (Acallando un grito) ¡Ah! Krogstad: Perdón… Nora: ¿A qué viene ahora? Krogstad: A hablar dos palabras con usted. Nora: ¿Conmigo? (Tensa) ¿Quiere hablar… conmigo? Krogstad: Sí. Nora: ¿Y por qué hoy? Todavía no es primero de mes. Krogstad: Ya sé; es Nochebuena… Y depende de usted que mañana sea una Feliz Navidad. Nora: ¿Pero qué quiere? No puedo conseguirla para hoy. Krogstad: Por ahora no nos preocupemos por eso. Es otra cosa. ¿Tiene un minuto? Nora: Eh, sí; aunque en realidad… Krogstad: Bien. Mire; recién vi salir a su marido con una señora… Nora: ¿Y qué? Krogstad: Le pregunto: ¿esa señora no se llama Linde? Nora: Sí. Krogstad: ¿Y llegó recién a la ciudad? 11 Nora: Sí; hoy. Krogstad: ¿Es amiga suya? Nora: Sí, pero no veo qué relación… Krogstad: Yo también la conocía. Nora: Ya lo sé. Krogstad: Ah, ella le contó todo, ¿no? Es lo que pensé. Entonces le voy a hacer una pregunta directa, y espero una respuesta directa: ¿le dieron a la Sra. Linde un puesto en el banco? Nora: No sé cómo puede tener la caradurez de interrogarme así, Krogstad. Usted es un subordinado de mi marido. Pero ya que pregunta, le contesto. Sí; consiguió trabajo en el banco porque yo se lo pedí a Helmer. Ahora ya lo sabe. Krogstad: Me lo imaginaba… Nora: (Caminando) Como ve, tengo cierta influencia. Que yo sea mujer no significa que… Mire, Krogstad. Cuando uno es un subordinado, tiene que andar con mucho cuidado para no ofender a alguien con… mm… Krogstad: Influencia. Nora: Exacto. Krogstad: (Cambia el tono) Sra. Helmer, ¿sería usted tan amable de usar esa influencia en mi nombre? Nora: ¿Eh? ¿Qué pretende? Krogstad: ¿Sería usted tan amable de asegurarse que yo mantenga mi “posición subordinada” en el banco? Nora: ¿Y eso a qué viene? ¿Quién pensó en quitarle su empleo? Krogstad: Ah, no tiene por qué fingir. Entiendo perfectamente que a su amiga no le guste cruzarse conmigo en el trabajo. Pero ahora veo a quién le tengo que agradecer mi despido. Nora: Yo le aseguro que no… Krogstad: Sí, sí; bueno. Todavía está a tiempo de impedirlo, así que le aconsejo que use su influencia. Nora: Pero, Sr. Krogstad, en realidad yo no tengo… Krogstad: ¿Ah no? Si acaba de decir que sí… 12 Nora: Ya sé, ya sé, pero esto es diferente. ¿Cómo puede pensar que tango “tanta” influencia sobre mi esposo? Krogstad: Vamos, señora; a Helmer lo conozco muy bien. Estudiamos juntos. Y dudo mucho que nuestro director sea un marido más firme que los demás. Nora: Si va a insultar a mi esposo, le pido que se vaya. Krogstad: Una mujer con carácter. Nora: Mire, Krogstad, ya no le tengo miedo. En Año Nuevo voy a estar libre de usted y de todo. Krogstad: (Controlándose) Óigame. Si hace falta, voy a pelear por mi trabajo como si fuera mi vida, ¿estamos? Nora: No venga a presumir… Krogstad: Y no lo hago por el sueldo; es lo que menos me importa. El tema es otro. Aunque seguro usted ya sabe, como todo el mundo, que hace unos años cometí un error… Nora: Sí, algo escuché. Krogstad: La cosa no llegó a los tribunales, pero a partir de eso me cerraron todas las puertas. Y ya sabe a qué negocios me dediqué después. Algo tenía que hacer, y no fui peor que tantos otros. Pero tengo que dejar eso atrás. Mis hijos crecen y necesito recuperar mi reputación. El trabajo en el banco era el primer escalón; y ahora su marido me quiere hundir otra vez en el barro. Nora: Pero por Dios. Realmente no está en mi poder ayudarlo. Krogstad: Porque no quiere. Pero yo tengo cómo obligarla. Nora: No le irá a decir a Helmer que le debo plata… Krogstad: ¿Y si lo hiciera? Nora: Sería una infamia de su parte. Ese secreto es mi orgullo, mi felicidad, y si él se enterara de una manera tan indigna… ¡Ah, saberlo por usted! No, no; me pondría en una situación terriblemente desagradable. Krogstad: ¿Desagradable? ¿Nada más? Nora: (Vehemente) Está bien, hágalo. Peor para usted; mi esposo va a ver realmente lo maldito que es y entonces sí va a perder su trabajo. Krogstad: Le pregunté si es solamente un poco de “desagrado” doméstico lo que le da miedo. Nora: Oiga, si mi marido descubre todo, le va a pagar en el momento y listo; nos deshacemos de usted. 13 Krogstad: (Acercándose) Óigame usted a mí, señora. O le falla la memoria o no tiene la más mínima idea de los negocios. Le voy a dar un curso básico. Nora: ¿Qué me quiere decir? Krogstad: Usted me pidió cuatro mil ochocientas coronas y yo se las prometí… con ciertas condiciones. Pero usted estaba tan ansiosa que no les prestó atención. ¿Le recuerdo los detalles? Usted tenía que firmar un pagaré. Nora: Y lo firmé. Krogstad: Sí, pero había una cláusula que ponía a su padre como garante. Y esa cláusula tenía que firmarla él mismo. Nora: ¿Tenía? La firmó. Krogstad: Dejé la fecha en blanco para que su padre la completara; ¿se acuerda? Nora: Creo que sí, sí… Krogstad: Y le di el contrato a usted para que se lo enviara por correo, ¿o no? Nora: Sí. Krogstad: Bueno, usted se lo habrá enviado enseguida, porque cinco o seis días después me lo trajo firmado y yo le di el préstamo. Nora: Pero yo pagué siempre a tiempo, ¿o no? Krogstad: Más o menos. De todas maneras, volviendo al punto… me imagino que habrán sido días difíciles, Sra. Helmer. Nora: Sí, muy difíciles. Krogstad: Su padre también estaba enfermo. Nora: Se estaba muriendo. Krogstad: ¿Y murió poco después? Nora: Sí. Krogstad: Y dígame, señora, ¿se acuerda por casualidad qué día falleció? La fecha… Nora: Papá murió el 29 de septiembre. Krogstad: Exacto. Estuve averiguando. Y acá es donde aparece lo raro del caso… (Saca un documento) 14 Nora: ¿Lo raro? No sé qué… Krogstad: Lo raro, Sra. Helmer, es que su padre firmó el contrato tres días después de morir. (Nora guarda silencio) Murió el 29 de septiembre; pero mire qué curioso: fechó la firma el 2 de octubre. Es lo que yo llamaría “raro”, ¿o no, señora? (Nora se mantiene en silencio) Casi sobrenatural. (Nora aún no responde) También me llamó la atención que la fecha no estuviera escrita con la letra de su padre. Está escrita con una letra que me perece conocida. En fin, puede haber una explicación: su padre se olvidó de fecharlo y otra persona le puso una fecha cualquiera, sin enterarse de su muerte. No tiene nada de malo. Pero lo que realmente importa es la firma. Porque supongo que es auténtica, ¿verdad? Su padre realmente firmó esto, ¿o no? Nora: (Pausa) No, no firmó él. Firmé yo. Krogstad: ¿Ah sí? Ahora escúcheme. ¿Se da cuenta lo grave que es esa confesión? Nora: ¿Por qué? Usted va a recibir todo lo que le debo muy pronto. Krogstad: Le pregunto otra cosa. ¿Por qué no le envió este contrato a su padre? Nora: Porque no pude. Si le pedía la firma, le tenía que explicar para qué la necesitaba. Y estando tan grave, no le iba a decir que Helmer también se podía morir. De ninguna manera. Krogstad: Entonces, lo mejor que podría haber hecho era cancelar el viaje. Nora: ¡Pero qué dice! ¿No entiende que ese viaje lo salvó a mi esposo? ¿Cómo lo iba a cancelar? Krogstad: Pero usted me estaba estafando; ¿nunca se le ocurrió eso? Nora: No podía pensar en eso. ¿Por qué me iba a preocupar por usted? Lo odié por imponerme esas condiciones, con lo grave que estaba Helmer. Krogstad: Obviamente usted no tiene idea del grado de culpabilidad que implica lo que hizo. Sólo le puedo decir que lo que yo hice, lo que destruyó mi posición en la sociedad, no fue ni mejor ni peor que eso. Nora: ¿Qué fue lo que hizo usted? ¿Me va a decir que también se arriesgó para salvarle la vida a su esposa? Krogstad: A la ley no le interesan los motivos. Nora: Entonces la ley no sirve. Krogstad: Sirva o no sirva, si yo presento este contrato en una corte, la ley la condena. Nora: No le creo. ¿Qué me quiere decir? ¿Que una hija no está autorizada a ahorrarle disgustos a su padre moribundo? ¿Qué una mujer no tiene derecho a salvarle la vida a su marido? No sé mucho de leyes, pero tiene que haber algún recurso especial para estos casos. Y si usted, Krogstad, no lo conoce, entonces debe ser un abogado bastante malo. 15 Krogstad: Puede ser. Pero en tema de negocios, y sobre todo de esta clase de negocios que tenemos usted y yo, sé perfectamente de qué hablo. Así que haga lo que quiera. Pero le digo una cosa: si yo me hundo otra vez, usted se hunde conmigo. (Sale) 6. Helmer, Nora (Helmer entra cargado con papeles de trabajo) Helmer: ¿Vino alguien? Nora: ¿Acá? No. Helmer: Vi a Krogstad saliendo de casa. Nora: ¿En serio? Ah, sí; estuvo aquí un minuto… Helmer: Nora. Vino a pedirte que hablaras por él, ¿no? Miráme a los ojos: lo recibiste y te pidió que no me contaras. Ay, Nora, Nora, ¿cómo podés hablar con un tipo como ése y prometerle cosas? Y encima mentirme… Nora: ¡No te mentí! Helmer: Me dijiste que no había venido nadie. Pero mi pichoncito no va a hacer eso nunca más. Va a tener el piquito siempre limpio, ¿estamos? ¿Sí? (La abraza) ¿Mhm? (La deja ir) Fin del tema. (Revisa papeles. Corto silencio) Nora: Torvald. Si no estuvieras tan ocupado, me gustaría pedirte… un favor enorme. Helmer: ¿Qué cosa? Nora: (Pausa) Para la fiesta de disfraces… ¿qué me pongo? Helmer: No te preocupes, Norita. Ya se me va a ocurrir algo. Nora: ¡Sos tan bueno conmigo! (Se acerca al árbol) ¡Mirá qué lindos adornos! Qué bonito… Decime una cosa, ¿fue tan terrible lo que hizo Krogstad? Helmer: ¿Eh? Sí, claro. Falsificó firmas. ¿Tenés idea de lo grave que es? Nora: Mm, pero… ¿no pudo… haberse visto obligado, por alguna necesidad? Helmer: Sí. O también pudo hacerlo sin pensar, como tantos otros. Yo no soy tan desalmado como para condenarlo por un caso aislado. 16 Nora: ¿Verdad que no, Torvald? Helmer: Un hombre siempre puede rehabilitarse, si acepta el castigo. Pero Krogstad no eligió ese camino. Esquivó todo con mentiras y maniobras… Nora: Ah… ¿Pero no pensás que…? Helmer: Mejor pensá vos cómo tiene que vivir un hombre con la conciencia culpable: todo el tiempo mintiendo y siendo hipócrita; hasta con los más cercanos. Se tiene que enmascarar ante su esposa y ante sus propios hijos. Eso es lo peor de todo: lo que les pasa a los hijos. Nora: ¿Por qué? Helmer: Porque una atmósfera de mentiras contamina toda la vida de una casa. Cada vez que esos chicos respiran, respiran un aire lleno de gérmenes malignos. Nora: (Acercándose detrás de él) ¿Estás seguro? Helmer: Querida, como abogado, tengo bastante experiencia en estas cosas. Casi todos los jóvenes delincuentes tuvieron madres corruptas. Nora: ¿Por qué madres… precisamente? Helmer: Porque normalmente es responsabilidad de la madre. Claro que el padre puede influir igual. Cualquier abogado lo sabe. Así y todo, Krogstad estuvo años envenenando a sus propios hijos. Por eso lo considero moralmente arruinado. Y por eso mismo mi Norita me va a prometer no hablar más de él. ¡Dame la mano! ¿Qué pasa? Dame la mano. Así. Pactado. Igual, no hubiera podido seguir cerca de él. Ese tipo de gente me produce malestar físico. Nora: (Retirándose de él hacia la estufa) Bueno; tengo tantos arreglos que hacer. Helmer: (Juntando sus papeles) Y yo tengo que revisar todo esto antes de comer. Pero voy a pensar en tu disfraz. Y también podría buscar una cosita para colgar del árbol. (Mano sobre la cabeza de Nora) Mi pichoncito. (Sale) Nora: (Queda obnubilada. Golpes en una puerta interior; Nora se sobresalta). ¡Los chicos! (Se aleja instintivamente de la puerta; habla fuerte). ¡No, Ana María; no! No me los traigas. Que se queden con vos. (Se aleja más. Pausa; pálida de terror. En voz muy baja, como para sí misma) Que se queden lejos… Envenenar el hogar. (Pausa.) No puede ser. 17 Segunda parte 1. Nora; entra Linde Nora: Ah… ¡me asustaste! Sra. Linde: Perdón. Querías verme; ¿pasa algo? Nora: Sí… eh… Quería que me ayudaras. Va a haber una fiesta arriba, en el consulado, y Torvald quiere que me disfrace de pescadora napolitana y que baile lo que aprendí en Capri… (Saca el traje) Yo no sé, ¿te parece que este disfraz se podrá arreglar? Sra. Linde: Veamos… Sí, creo que sí. ¿Tenés ahí el costurero? Nora: ¿Lo vas a hacer ahora? ¡Ay, qué buena que sos conmigo, Cristina! ¿Qué haría sin vos? (Linde se sienta a coser) Sra. Linde: No digas pavadas, Nora… Ah, te debe quedar precioso. Dejame pasar a verte cuando estés arreglada para la fiesta. Nora: Sí, claro, me encantaría. (Tomando otra parte del disfraz) Dame que yo hago esta parte. (Pausa) En serio me encanta que vengas, ¿sabés? Tener una amiga que me visite… Sra. Linde: Hablás como si yo fuera la única… Nora: Bueno… Torvald es muy celoso. Cuando nos casamos, me trajo a vivir acá, y se ponía mal hasta si yo mencionaba a algún amigo de allá, de casa. Sra. Linde: Ah, entiendo, sí. Incluso me pareció que tu marido no tenía idea de quién era yo cuando me presentaste. Pero el Dr. Rank sí; dijo que había oído varias veces de mí… Nora: Con él sí hablo bastante. Sra. Linde: ¿Viene todos los días? Nora: Sí. Lo conoce a Torvald desde chico. Es como de la familia. Sra. Linde: Ahá. (Pausa) Y decime; ¿está siempre tan deprimido como anoche? 18 Nora: No, anoche estaba terrible. Pero bueno, pobre, tiene una enfermedad gravísima. En realidad, su padre era un vicioso, con una cantidad de amantes y esas cosas… Al final, cuando tuvo un hijo, le salió enfermo desde chiquito. Sra. Linde: ¿De dónde sacás todo eso, Nora? Nora: Ay, Cristina, cuando pariste tres hijos te atienden esas señoras… son casi médicos, y te enterás de todo lo tenés que saber, y un poco más. Sra. Linde: Ay, Nora, Nora… Deberías cortar esa relación con Rank. Nora: ¡Qué decís! Sra. Linde: ¿Tiene plata? Nora: Sí. Sra. Linde: ¿Y familia? Nora: No… no. Sra. Linde: Y viene todos los días… Nora: ¿Y qué? Sra. Linde: ¿Vos creés que no sé quién te prestó la plata? Nora: Pero, ¿estás loca? ¿Cómo se te ocurre? ¡Un amigo de Torvald! Jamás se me hubiera ocurrido… Aunque si yo le pidiera... Sra. Linde: Pero no se lo pedirías. Nora: Claro que no. Aunque un hombre podría manejar mejor todo esto… (Pausa) Decime, ¿vos sabés si cuando terminás de pagar todo te devuelven el pagaré? Sra. Linde: Nora, vos me estás ocultando algo. ¿Qué pasa? Nora: Ay, Cristina… (Se detiene) Sh; es Torvald. Entrá un momento. No le gusta ver a alguien cosiendo, y… Por favor, andá con los chicos a ver cómo están, porque yo… Bueno. No pude estar con ellos y… no sé si se pueda… Sra. Linde: (Juntando sus cosas) ¿No? Está bien; yo me ocupo. Pero después me vas a decir qué está pasando. 2. 19 Nora, Helmer (Entra Torvald) Nora: (Acercándose) Torvald… Helmer: ¿Era la costurera…? Nora: No, era Cristina. Me está ayudando a arreglar el disfraz. Ya vas a ver qué bien me queda. Helmer: Ah. ¿No fue una idea genial la que tuve? Nora: ¡Perfecta! Pero yo tengo el mérito de complacerte. Helmer: (Acariciándole el mentón) ¿Mérito…? ¿Por complacer a tu marido? Bueno, bueno, picarona. Ya sé que no era lo que querías decir. (Pausa) Bien, no te molesto más; supongo que te lo tendrás que probar. Nora: ¿Tenés que trabajar? Helmer: Sí. (Le muestra una pila de papeles) Estuve en el banco. (Se va para el despacho) Nora: Torvald. Helmer: (Deteniéndose) ¿Mmh? Nora: Si tu ardillita te pidiera mucho, mucho, una cosa… Helmer: ¿Qué cosa? Nora: ¿La harías? Helmer: Depende de lo que sea, por supuesto. Nora: Tu ardillita saltaría, y te haría piruetas. Sería muy pero muy juguetona si vos fueras muy bueno… Helmer: Vamos. ¿Qué es? Nora: Tu alondra cantaría por toda la casa… Helmer: Las alondras siempre cantan, de todas maneras. Nora: Entonces voy a ser un duendecito que va a bailar para vos… a la luz de la luna… Helmer: Nora, no vas a insistir en lo de esta mañana… Nora: (Sobre él) Sí, Torvi, por favor, por favor... 20 Helmer: ¿Y te atrevés a pedírmelo de nuevo? Nora: Sí, sí. Dejá que Krogstad se quede en el banco. Helmer: Nora, mi amor, ya le di ese puesto a tu amiga. Nora: Sí, y fuiste tan bueno; ¿pero por qué no despedís a otro en lugar de Krogstad? Helmer: ¡Qué cabeza dura! ¿Te creés que lo tengo que hacer solamente porque vos se lo prometiste? Nora: No es por mí, Torvald; es por vos. Vos me dijiste que ese tipo escribe en los peores diarios. Puede hacerte daño, Torvi, tengo miedo... Helmer: Ah, es eso. Te hace acordar a lo que pasó antes, ¿no? Nora: ¿Qué…? Helmer: Lo que le pasó a tu padre. Nora: Sí, eso; sí. Esas monstruosidades que escribieron; esos pervertidos. Si no te enviaba el Ministerio para investigar; si no hubieras sido tan bueno con él… Helmer: Nora, querida, hay una gran diferencia entre tu padre y yo. Tu padre no era lo que se dice “un funcionario intachable”. Yo sí; y espero seguir así mientras conserve mi puesto. Nora: ¡Ay!, pero quién sabe lo que son capaces de inventar las malas lenguas. Y ahora que podríamos vivir tranquilos y felices… vos, yo; los chicos… Por eso te lo pido así, te lo suplico… Helmer: Y justamente, porque sos vos la que lo pide, no voy a aceptar. En el banco ya saben que lo despido; si llegara a saberse que el nuevo gerente se dejó influir por su mujer… Nora: ¿Y qué con eso? Helmer: Ohhh, nada, por supuesto; no importa nada mientras una testaruda que conozco consiga lo que se le antoje… Sólo me tengo que poner en ridículo delante del personal… Dejar que la gente piense que me dejo influir por cualquiera… De ninguna manera. Y además… hay algo que hace imposible que Krogstad se quede mientras yo sea el gerente. Nora: ¿Qué cosa? Helmer: Mirá, hasta cierto punto yo podría pasar por alto sus… limitaciones morales. Nora: Sí, ¿no, Torvald? Helmer: Y además es bastante eficiente. Pero no; la cuestión es que fuimos compañeros de escuela. Y él fue… una de esas amistades hechas porque sí, de las después te arrepentís. Mirá, te lo digo sin vueltas: Krogstad me tutea. Es totalmente desubicado de su parte, pero me tutea siempre, incluso delante de los demás. ¡Por Dios! Cree que tiene derecho a tratarme como se le antoje. “Torvald, qué 21 te parece tal cosa; hey, Torvald, tal otra”. Te lo cuento así, pero me molesta terriblemente. No lo soporto en el banco. Nora: Torvald. No podés hablar en serio… Helmer: ¿No? ¿Por qué no? Nora: Porque… es algo tan insignificante. Helmer: ¿Qué querés decir? ¿Insignificante? ¿Me creés insignificante? Nora: No, a vos no; justamente por eso… Helmer: Bueno, si decís que lo me pasa es insignificante, quiere decir que yo también soy insignificante. ¡Ja! Ya veo adónde llegaron las cosas. Es hora de terminar con todo esto. (Camina hacia la puerta y llama.) ¡Elena! Nora: ¿Qué hacés? Helmer: (Extrae un papel) Tomo una decisión. (Lo lleva hasta la puerta) Ya vas a ver, testaruda. (Entra por la puerta un instante. Nora a solas, paralizada. Helmer vuelve) Hecho. Nora: ¿Qué hiciste? Helmer: ¿Qué te importa? Asuntos de trabajo. (Arreglando sus papeles. Pausa). Sólo envié una carta. Nora: (Sin aliento) Ah… ¿Qué había en la carta? Helmer: El despido de Krogstad, ¿qué mas iba a haber? Nora: ¡Recuperala, Torvald; todavía hay tiempo! Ah, Torvald, por favor, recuperala. Hacelo por mí, y por vos… Y por los chicos. Helmer: Basta, Nora. Nora: Por favor, Torvald, escuchá. Vos no sabés lo que esto puede traer. Helmer: Ya es tarde, Nora. Nora: Ah, sí… Demasiado tarde. Helmer: Nora. Mi Norita: te perdono toda esta ansiedad, aunque sabés que en el fondo es un insulto para mí. ¡Claro que sí! ¿O no es un insulto pensar que yo tendría que tenerle miedo a un abogaducho sin moral? Pero te perdono; a pesar de todo te perdono, porque tu miedo me demuestra cuánto me amás. (La toma entre sus brazos) No te asustes, Nora, mi amor. Creeme que, si alguna vez de verdad hace falta, yo tengo el coraje para enfrentar los problemas. Confíá en mí. Ya te va a quedar claro que soy lo bastante hombre como para cargar todo sobre mis hombros. 22 Nora: (Horrorizada) ¿Qué querés decir con cargar todo? Helmer: Lo que digo. Nora: (Firmemente) No puedo permitir que cargues con todo. Helmer: Bueno, está bien. Compartimos la carga, como marido y mujer. Como debe ser. (La acaricia) ¿Y? ¿Estás contenta? Vamos, no pongas esos ojitos de paloma asustada. Le tenés miedo a cosas sin fundamento. Lo que en realidad tenés que hacer es buscar tu pandereta y practicar la tarantela para la fiesta. Yo me voy al despacho y cierro la puerta, así no escucho nada y vos podés hacer todo el ruido que quieras. (Se da vuelta en la puerta) Decíle a Rank que venga a verme cuando llegue. (Sale y cierra la puerta. Nora permanece clavada al piso, aterrorizada) 3. Nora, Rank (Timbre. Entra Rank) Nora: Buenas tardes, Dr. Rank. Sabía que era usted por la forma de tocar el timbre. Todavía no entre a ver a Torvald… creo que está ocupado. Rank: ¿Y usted? Nora: Ya sabe que yo siempre tengo un momento para usted. Rank: Gracias. Me pienso aprovechar de eso todo el tiempo que nos quede. Nora: ¿Qué quiere decir? ¿Cómo “el tiempo que nos quede”? Rank: Exactamente eso. ¿La asusta? Nora: Bueno, es una manera muy particular de expresarse. ¿Está esperando que… pase algo? Rank: Vengo esperando que ese “algo” pase desde hace mucho, pero no creí que iba a llegar tan rápido. Nora: (Tomándolo del brazo) ¿Qué descubrió? No me lo puede ocultar, doctor. Rank: (Se sienta) Mi estado va de mal en peor. Ya no hay nada que pueda hacer. Nora: (Con alivio) Ah, se refiere a usted. Rank: Sí, claro, ¿a quién más? Es inútil que me engañe. Soy el más desgraciado de mis pacientes. En estos días cerré un “balance general” de mi estado y declaré la bancarrota. Así que en un mes, probablemente, ya voy a estar pudriéndome en el cementerio. Nora: ¡Pero mire lo que dice! 23 Rank: No es para menos. Pero no es lo peor; lo peor son los horrores que tengo de pasar antes que termine. Me queda un solo análisis que hacer, y cuando esté, voy a saber cuándo empieza la aniquilación. Así que hay algo que quiero pedirle. Yo sé lo sensible que es Helmer; la aversión que le tiene a todo lo repugnante. Por eso no quiero que venga a verme. Nora: Pero Dr. Rank… Rank: No quiero que venga; le voy a cerrar la puerta. Cuando esté seguro de lo peor, le voy a enviar a usted mi tarjeta, marcada con una cruz negra; así va a saber que comenzó el desastre. Nora: Usted está demasiado mórbido hoy. ¡Y yo que necesitaba tanto verlo alegre! Rank: Bueno, después de todo me estoy muriendo… Ah, tener que pagar así por los pecados de otro. ¿Es justo acaso? Y aunque no lo sea, casi todas las familias parecen sufrir este tipo de… Nora: (Se tapa los oídos) Está diciendo tonterías. ¡Vamos, anímese! Rank: Bueno, supongo que lo único que puedo hacer es reírme. Mi pobre columna igual va a seguir purgando las “alegrías” que disfrutó mi padre cuando era teniente. Nora: Sí, claro; él tenía mucha debilidad por… los espárragos, y el paté de foie, ¿verdad? Rank: Sí. Y por las trufas. Nora: Claro, las trufas. Infaltables. Y también las ostras… Rank: Las ostras, indudablemente. Nora: Y el oporto, y el champagne. Qué lástima que las cosas que dan más placer perjudiquen la espina dorsal. Rank: Especialmente cuando la espina que atacan nunca pudo disfrutar… ejem, de esos placeres. Nora: Ay, sí, eso debe ser lo más triste. Rank: (Mirándola fijamente) Hm… Nora: ¿Qué es esa sonrisita? Rank: No, usted estaba sonriendo. Nora: Yo no; fue usted, doctor. Rank: (Levantándose) Creo que usted es más pícara de lo que pensaba. Nora: No, es que hoy tengo ganas de hacer locuras. 24 Rank: Ya veo. Nora: (Poniéndole las manos sobre los hombros) Doctor, no me conformo con eso de que usted nos abandone, a mí, y a Torvald. Rank: Se van a recuperar pronto. La gente hace nuevas amistades… Nora: ¿Qué nuevas amistades, doctor? Rank: Usted y Helmer las van a hacer cuando yo no esté. Es más; creo que usted ya empezó. ¿Qué estaba haciendo esa Sra. Linde acá? Nora: Ay, no me diga que está celoso de la pobre Cristina. Rank: Por supuesto que estoy celoso. Va a ser mi sucesora en esta casa. Cuando yo esté muerto y enterrado… Nora: ¡Shh! No hable tan fuerte que está ahí dentro. Rank: ¡Hoy también! ¿No ve lo que quiero decir? Nora: Pasó a arreglarme el traje. ¡Dios mío, qué quisquilloso se me pone, doctor! (Sentándose en el sofá) Ahora pórtese bien. Mire, va a ver lo bien que voy a bailar mañana. Tiene que imaginar que bailo para usted… y para Torvald, obviamente. (Saca objetos de la caja) Venga, siéntese, doctor, que le voy a mostrar una cosita. Rank: (Sentándose) ¿Qué cosita? Nora: Mire. Rank: Medias de seda. Nora: Color piel. ¿No son preciosas? Ahora está demasiado oscuro, pero mañana… No, no; no le dejo ver más que el pie; aunque, no sé… también podría mostrarle el resto. Rank: Hm… Nora: ¿Por qué pone esa cara? ¿Cree que no me van a quedar bien? Rank: El problema es que no tengo fundamentos completos… para opinar sobre el tema. Nora: (Mirándolo un momento) ¿Pero no le da vergüenza? (Le golpea una oreja la media) Tome, por malo. (Envuelve las medias de nuevo) Rank: ¿Y qué otras delicias tiene para mostrarme? Nora: No le voy a mostrar nada más, por atrevido. (Tararea un poco, revolviendo en la caja.) 25 Rank: Estando acá, sentado con usted, no puedo entender… Digo, simplemente no me puedo imaginar qué habría sido de mí de no haberlos tenido… Nora: (Sonriendo) Parece que la pasa muy bien con nosotros. Rank: (Susurro) ¡Y tener que abandonarlo todo…! Nora: ¡Qué pavada! ¡Usted no va a abandonar nada! Rank: ¡Sí; sin dejar ni siquiera un señal de gratitud…! Bueno, a lo sumo un vacío pasajero... Nora: ¿Y si ahora yo le pidiera algo…? Rank: ¿Qué? Nora: Una gran prueba de… amistad. Rank: ¿Una…? Nora: Quiero decir, si yo le pidiera un favor… inmenso. Rank: ¿Me va a dar por fin esa alegría? Nora: Pero si no sabe qué es. Rank: Bueno; dígamelo. Nora: No puedo, doctor; es demasiado, ¿entiende? Un consejo, una ayuda… un servicio. Rank: Mejor todavía. No me imagino qué es pero, ¡hable, por Dios...! ¿No merezco su confianza? Nora: Sí; más que nadie. Usted es… mi mejor amigo, doctor. Tiene que ayudarme a evitar una cosa. Usted sabe cómo me quiere Torvald, y sabe que no dudaría ni un segundo en dar la vida por mí… Rank: (Inclinándose hacia ella) Nora, ¿acaso usted cree que él es el único…? Nora: (Ligeramente agitada) ¿Perdón? Rank: ¿...el único que daría la vida por usted? Nora: (Triste) Pero, doctor… Rank: Me juré a mí mismo decirle lo que siento antes de morir. Y nunca voy a tener una oportunidad mejor. Se lo confieso; Nora, ahora lo sabe. Y también sabe que puede confiar en mí más que en nadie. Nora: (Levantándose) Déjeme pasar. 26 Rank: (Dejándola pasar) Nora… Nora: (Acercándose a la estufa) ¡Ay, doctor, doctor, eso estuvo muy mal de su parte…! Rank: (Se levanta.) ¿Estuvo mal haberla amado más que a nadie? Nora: No, estuvo mal habérmelo dicho. No había ninguna necesidad. Rank: ¿Qué me está insinuando…? ¿Ya lo sabía? (Nora se da vuelta y enciende una lámpara) Nora… Permítame preguntarle si lo sabía. Nora: No sé si lo sabía o no… No le puedo decir… ¿Cómo pudo ser tan torpe, doctor? ¡Con lo bien que iba todo! Rank: Bueno, al menos le di la seguridad de que estoy a su disposición en cuerpo y alma. ¿Me quiere hablar sin vueltas de ese favor que necesita? Nora: (Mirándolo) ¿Después de lo que acaba de pasar? (Busca la lámpara) Rank: Se lo ruego; dígamelo. Nora: Ahora no le puedo decir nada. Rank: Sí que puede; no me castigue así. Déjeme hacer todo lo que pueda por usted. Nora: Usted ya no puede hacer nada, absolutamente nada por mí… (Pausa) Igual, siento que no va a hacer falta. Al fin y al cabo, habrán sido fantasías mías. (Se sienta) ¡Pero qué caballero que resultó usted, doctor! ¿No le da una vergüenza espantosa ahora, con la luz encendida? Rank: No; sinceramente, no. ¿Pero será cuestión de que me vaya… para siempre? Nora: De ninguna manera. Usted tiene que seguir viniendo como antes. Sabe muy bien que Torvald no puede estar sin verlo. Rank: ¿Y usted? Nora: ¿Yo…? A mí me resulta todo tan… agradable cuando está usted. Rank: Justamente. Es lo que me llevó a equivocarme. Porque usted es un misterio para mí. Muchas veces me pareció que le gustaba estar conmigo tanto como con Helmer. Nora: Bueno; a algunas personas les tenemos más cariño, pero preferimos la compañía de otras. Rank: Sí; supongo… Nora: Yo, cuando vivía en casa, al que más quería era a papá, obviamente. Pero lo que más me gustaba era hacerme una escapadita al cuarto de las sirvientas; no me retaban nunca y hablaban entre ellas de… cosas muy divertidas. 27 Rank: Hm… ¿Así que yo reemplacé a las sirvientas…? Nora: (Va hacia él) ¡Ay, doctor! No quería decir eso... (Timbre. Nora se sobresalta) ¿Quién…? Discúlpeme. (Espía por la ventana) ¡Ah! Rank: ¿Algún problema? Nora: No, no, nada; es… mi vestido nuevo. Rank: ¡Pero si el vestido está ahí! Nora: ¡Ah! Sí, ése; pero encargué otro… No quiero que lo sepa Torvald… Rank: ¡Ajá! ¿Conque ése era el gran secreto? Nora: Sí, sí, claro. Pase a ver a Torvald; está en el despacho. Y… trate de distraerlo todo lo que pueda. (Lo echa) Rank: Quédese tranquila que no se me va a escapar. (Sale) 4. Nora, Krogstad (Entra Krogstad) Nora: Hable bajo; mi esposo está en casa. Krogstad: Me da igual. Nora: ¿Qué quiere? Krogstad: Me despidieron. ¿Tan poco la quiere su esposo? Sabe a lo que la puedo exponer y se atreve… Nora: ¿Por qué supone que está al tanto de todo? Krogstad: Ah, tiene razón. Mi buen Helmer no tendría el valor... Nora: Krogstad, le exijo respeto por mi marido. Krogstad: Todo el respeto que se merece, teniendo en cuenta que usted le oculta ciertas cosas… Nora: Basta. Dígame qué quiere. Krogstad: Avisarle que por ahora no voy a presentar ninguna denuncia contra usted. Nora: Ya sabía. 28 Krogstad: ¿Para qué mezclar a otras personas? Que quede entre nosotros. Nora: Pero que no se entere mi esposo. Krogstad: Eso no puede impedirlo. ¿O me puede pagar el resto de la deuda? Nora: No, ahora mismo no. Krogstad: Igual no le serviría de nada. Ni por todo el dinero del mundo le voy a devolver el pagaré. Nora: ¿Y qué pretende hacer? Krogstad: Conservarlo para protegerme. Por si usted llegara a tomar una decisión desesperada, del estilo trágico… Sáquese esas ideas de la cabeza. Nora: ¿Y cómo sabe usted que las tengo? Krogstad: Todos las tenemos al principio. Yo mismo las tuve; pero me faltó valor… Nora: (Con voz ahogada) A mí también. Krogstad: Sí, ¿eh? ¿Usted también se acobardó…? Nora: Sí. Krogstad: De todas maneras, sería una estupidez hacer algo así. Si todo lo que puede pasar es una pequeña crisis doméstica… Escúcheme, Sra. Helmer: le traje una carta a su marido. Nora: ¿Contándole todo? Rómpala. Le consigo el dinero ya mismo, de cualquier modo. Krogstad: No, señora. Ya le dije. Nora: No, no estoy hablando de lo que le debo yo. Dígame cuánto le va a pedir a Helmer y yo se lo consigo. Krogstad: No le pido dinero. Nora: ¿Y qué le pide? Krogstad: Regresar al banco y progresar. Ahora no me conformo solamente con que me reincorpore. Voy a volver al banco con un cargo más importante. Su marido va a crear un puesto nuevo para mí. Nora: ¡Ni lo piense! Krogstad: Lo conozco. No se va a animar ni a protestar. Ya va a ver. Y en un año, voy a ser yo y no él la mano derecha del director. 29 Nora: No se lo voy a permitir. Krogstad: Si usted no puede… Nora: Ahora sí tengo el coraje. Krogstad: ¿Me quiere asustar? ¿Una damita sensible y malcriada como usted? Nora: Ya va a ver. Krogstad: ¿Y adónde lo va a hacer; debajo del hielo? ¿En el fondo oscuro del agua? La próxima primavera va a salir su cadáver flotando, pero todo desfigurado, podrido, sin pelo; ni siquiera la van a reconocer… Nora: No me asusta. Krogstad: Usted tampoco. La gente no hace cosas así por una razón tan tonta, señora. Además, ¿de qué le serviría? Ya tengo a su esposo exactamente donde quería tenerlo. Nora: ¿Pero y si yo…? Krogstad: Yo ya tengo su reputación en mis manos, señora. Viva o muerta. Así que no haga ninguna estupidez. Y cuando Helmer lea mi carta, espero una contestación. Él me obligó a esto. Nunca se lo voy a perdonar. Adiós. (Sale. Una carta cae dentro del buzón. Los pasos de Krogstad se alejan. Nora se queda mirando el buzón) 5. Linde, Nora, luego Helmer desde adentro (La Sra. Linde entra desde la izquierda con el disfraz) Sra. Linde: No se puede arreglar más. ¿Te lo querés probar? Nora: (Con voz ronca) Cristina, vení. Sra. Linde: (Tirando el vestido sobre el sofá) ¿Qué te pasa? Estás como trastornada. Nora: ¿Ves esa carta? Ahí, por el vidrio del buzón. Sra. Linde: Sí, ya la veo. Nora: Es de Krogstad. Sra. Linde: ¡Nora…! ¿Fue Krogstad el que te prestó el dinero? 30 Nora: Sí. Y ahora Torvald va a descubrir todo. Sra. Linde: Bueno, Nora, creeme. Es lo mejor para ustedes dos. Nora: No, es peor de lo que pensás. Falsifiqué una firma. Sra. Linde: ¡Por Dios, Nora! Nora: Hay una sola cosa en la que me podés ayudar… Te la pido ahora, Cristina. Quiero que seas mi testigo. Sra. Linde: ¿Testigo de qué? Nora: Si a mí me pasara algo… algo que no me permitiera estar presente… Sra. Linde: Nora, ¿te volviste loca? Nora: Si yo no estuviera y alguien quisiera cargar con toda la culpa… ¿Me entendés…? Vas a ser mi testigo y vas a decir que no es cierto, Cristina. No estoy loca: sé perfectamente lo que digo, y te juro que nadie más que yo sabía algo de la firma y el dinero. Lo hice todo yo sola, todo. Acordate. Sra. Linde: Sí, sí, me voy a acordar. Pero no entiendo… Nora: ¿Y cómo podrías entender? Va a ocurrir un milagro. Sra. Linde: ¿Eh? ¿Un milagro? Nora: Sí, un milagro. Pero es tan terrible… No tengo dejar que pase por nada del mundo. Sra. Linde: Voy a hablar con Krogstad ya mismo. Nora: No, por favor, ese animal es capaz de hacerte daño a vos también. Sra. Linde: Hubo un tiempo en que él… habría hecho cualquier cosa por mí. Nora: ¿Cómo? Sra. Linde: ¿Dónde vive? Nora: Y yo qué sé… Ah, esperá un poco… (Revisa desesperadamente sus cosas) Acá tengo su tarjeta. Pero la carta… ¡la carta! Helmer: (En el despacho, golpeando la puerta) ¡Nora! Nora: (Aterrorizada.) ¡Ah! ¿Qué pasa? ¿Qué querés? Helmer: No te asustes que no vamos a entrar. Me cerraste con llave. ¿Te estás probando el vestido? 31 Nora: Sí… Me estoy probando. Ya vas a ver qué bien me queda, Torvi. Sra. Linde: (Con la tarjeta) Vive a la vuelta. Nora: Es inútil. La carta está en el buzón. Sra. Linde: ¿Tu marido tiene la llave? Nora: Sí. Sra. Linde: Entonces Krogstad tiene que inventar un pretexto para que se la devuelva sin leerla. Nora: Pero es que justo a esta hora Torvald viene a ver… Sra. Linde: Entretenelo un rato mientras voy. Vuelvo lo más pronto que pueda. (Sale) 6. Helmer, Nora, Rank; al final, aparece Linde Nora: (Va hacia la puerta de Helmer, la abre y se asoma.) Torvald. Helmer: (Entrando con Rank) Bueno, por fin me dan permiso para entrar en mi propia sala. Pero, ¿qué pasa? Nora: ¿Por qué, Torvald? Helmer: Rank me anunció una exhibición del disfraz… Rank: Debo haber entendido mal. Nora: Sí; tienen que esperar hasta mañana para verme toda… toda… Helmer: Pero Nora, ¿qué te pasa? Estás agotada, ¿ensayaste demasiado el baile? Nora: No, no ensayé nada todavía. Helmer: Lo vas a tener que hacer. Nora: Sí, sí. Ya sé. Pero no puedo si no me ayudás. Me olvidé todo. Todo. Helmer: Bueno, ya te vamos a hacer recordar. Nora: Sí, ocupate de mí, Torvald. Prometeme. Estoy tan nerviosa. La fiesta es tan importante. Tenés que dedicarme toda esta noche a mí; sin negocios, sin distracciones. No podés ni siquiera levantar una lapicera. Prometémelo, Torvald. 32 Helmer: Sí, te lo prometo; ya me ocupo de vos. (Se dirige hacia el buzón, llave en mano. Nora se sienta al piano y toca los primeros acordes de la tarantela. Helmer se detiene) Nora: No bailo nada si no ensayás conmigo. Helmer: (Acercándose a ella) Pobrecita, ¿en serio estás tan nerviosa? Nora: Sí, sí. Ensayemos ahora antes de cenar; por favor. Doctor, siéntese y toque para mí. Torvald, dirigime, decime todo lo que tengo que hacer. (Rank se sienta al piano. Nora saca una pandereta y un mantón multicolor. Se lo pone y de un salto se planta en medio de la habitación) Nora: Toque, doctor, toque y mire cómo bailo. (Rank toca, Nora baila y Helmer mira) Helmer: Más despacio, más despacio. Nora: No puedo; toque así, doctor. Helmer: Demasiado violento, Nora. Nora: Tiene que ser violento. Helmer: No, no, no; así no va… Nora: (Riendo y agitando la pandereta) ¿Viste? No puedo parar. Siga, doctor, siga (Nora baila con creciente frenesí, y Rank responde con la música. Helmer pretende dar instrucciones que ella aparenta no escuchar. Su cabello se suelta y cae sobre sus hombros. Ella no le presta atención y sigue bailando. La Sra. Linde entra y permanece transfigurada en la puerta.) 7. Nora, Helmer, Rank, Linde Nora: (Mientras baila) Nos estamos divirtiendo con locura, Cristina. Helmer: Rank, pará, por favor. Esto es un delirio absoluto. ¡Pará! (Rank deja de tocar y Nora se detiene abruptamente. Helmer se acerca a ella) No lo puedo creer. Te olvidaste todo lo que te enseñé. Nora: (Tirando la pandereta a un costado) Te dije. Helmer: Bueno, tenemos que hacer algo, me parece. 33 Nora: Sí, ¿ves que te necesito? Tenés que ayudarme hasta el último momento, ¿me lo prometés? Helmer: Por supuesto. No podés hacer esto así; lo tengo que mejorar. Nora: Entonces ni hoy ni mañana vas a pensar nada más que en mí. No quiero que abras ni siquiera una carta… ni el buzón, ni nada. Helmer: ¡Pero vamos! Todavía le tenés miedo a ese tipo… Nora: Sí, bueno, eso también. Rank: (En voz baja a Helmer) No la contradigas… Helmer: (Abrazando a Nora por la cintura) Se va a hacer lo que quiere mi chiquita… Pero mañana a la noche, cuando ya hayas bailado... Nora: Quedás en libertad. (Lo besa, se desprende y corre hasta una puerta. Grita) Elena, llevá champagne a la mesa. Helmer: ¿Y ahora tenemos fiesta? Nora: Sí, fiesta y champagne hasta que amanezca. Y unos dulces, (a la puerta, gritando) Elena… mejor dicho, muchos dulces, ¡por una vez! (Va a gritar de nuevo; Helmer la toma del brazo) Helmer: ¡Basta de locuras! ¿Dónde quedó mi pajarito de siempre… el que no se porta así? Nora: Acá, Torvald; bueno, me porto bien. Pero ahora salí un minuto, y usted también, doctor. Cristina, ¿me ayudás a arreglarme el pelo? Rank: (Por lo bajo, mientras salen) Decime, ¿ella no estará, ejem, embarazada…? Helmer: No; para nada. Es ese miedo infantil que te contaba; se porta como una nena cuando se pone nerviosa. (Salen por la derecha al interior de la casa) Nora: (a Cristina) ¿Y? Sra. Linde: Se fue al campo y vuelve mañana a la noche. Le dejé un mensaje. Nora: Mejor no lo hubieras hecho. No tendríamos que evitar nada. En el fondo, es una alegría tan grande estar esperando un milagro… Sra. Linde: ¿Me decís de una vez qué es ese milagro que esperás? Nora: Oh, vos no lo podés entender. Andá con ellos; la cena está servida. Yo ya voy. 34 (La Sra. Linde pasa al comedor. Nora hace un esfuerzo para dominarse y mira su reloj. Queda en silencio, tensa. Helmer aparece en la puerta a la derecha.) Helmer: ¿No viene mi pajarito? Nora: (Corriendo hacia él) ¡Acá lo tenés! 35 Tercera Parte 1. Linde, Krogstad Sra. Linde: Bueno, Krogstad; hablemos. Krogstad: ¿Tenemos algo de qué hablar nosotros? Sra. Linde: Mucho. Krogstad: Quién lo hubiera dicho… Sra. Linde: Nunca me entendiste. Krogstad: ¿Y qué tenía que entender? Es la historia más vieja del mundo. Una mujer se saca de encima un hombre cuando aparece otro con más plata. Sra. Linde: ¿Creés que te dejé sin pensar lo que hacía? Krogstad: ¿Por qué me escribiste esa carta? Sra. Linde: No tenía alternativa; tenía que dejarte. Así que la escribí para que pudieras olvidar mejor tus sentimientos. Krogstad: (Apretando los puños) Qué considerada… Y todo por la plata. Sra. Linde: Y por una madre inválida y dos hermanos que cuidar. No podíamos esperarte, Krogstad, con esos proyectos tuyos tan lejanos… Krogstad: ¿Mis proyectos…? Puede ser. Pero no tenías derecho a dejarme por otro. Sra. Linde: No sé. Me pregunté muchas veces si tenía derecho o no. Krogstad: Cuando me dejaste, fue como si desapareciera la tierra bajo mis pies. Sra. Linde: A lo mejor la salvación está cerca. Krogstad: Estaba cerca, pero viniste y te metiste en el medio. 36 Sra. Linde: Yo no sabía nada, Krogstad. Recién hoy me enteré que eras vos al que reemplazaba. Yo dejaría ese puesto en el banco, pero no creo que te convenga ahora. Krogstad: ¿Que me convenga? Yo lo dejaría de todos modos. Sra. Linde: La vida me enseñó a ser cautelosa, y sensata. Krogstad: Y a mí me enseñó a no creer en frases huecas. Sra. Linde: Entonces te enseñó bien. Pero todavía creés en los hechos, ¿no? Krogstad: ¿Qué querés decir? Sra. Linde: Yo también me quedé sin tierra bajo los pies. No tengo a nadie por quien sufrir; a nadie a quien dedicarme. En fin. Creo que todo indica que deberíamos juntarnos. Krogstad: ¿Cómo? Sra. Linde: Tendríamos más posibilidades. Krogstad: Cristina… Sra. Linde: ¿Por qué pensás que vine a la ciudad? Krogstad: No podés haber pensado en mí. Sra. Linde: Yo tengo que trabajar para soportar la vida. Desde que tengo uso de razón, trabajé siempre, y el trabajo fue mi única alegría. Pero ahora estoy sola en el mundo, abandonada. Trabajar para una misma no da satisfacción, Krogstad. Y vos podrías darme alguien por quien trabajar. Krogstad: No te creo. Este es uno de esos arrebatos románticos, femeninos; sacrificarse y esas cosas… Sra. Linde: ¿Te parezco arrebatada y romántica? Krogstad: Pero no puede ser, Cristina… ¿Conocés mi pasado? Sra. Linde: Sí. Krogstad: Mi reputación… Sra. Linde: Pensé que insinuabas que conmigo habrías sido diferente. Krogstad: Claro que sí. Sra. Linde: Bueno; todavía hay tiempo. Krogstad: Cristina... Tenés todo muy pensado, ¿no? Sí, se te nota. ¿Pero estás segura de tener valor para…? 37 Sra. Linde: Yo sólo necesito alguien para cuidar, y tus hijos necesitan una madre. (Pausa) Vos y yo nos necesitamos, uno al otro. Y además creo en vos, Krogstad. Sí. Me pienso arriesgar y afrontar lo que pase. Krogstad: (Tomándole las manos) Gracias, Cristina, gracias. Ahora sí puedo encontrar la forma de recuperarme. Ah, me olvidaba de... Sra. Linde: (Escuchando) Sh. Es la tarantela. Tenés que irte. Krogstad: ¿Por qué? ¿Qué pasa? Sra. Linde: ¿Oís la música? Cuando termine, regresan. Krogstad: Bueno, me voy; igual ya es inútil. Vos no sabés, claro, el paso que di contra los Helmer. Sra. Linde: Sí, Krogstad, estoy al tanto. Krogstad: ¿Y aún así tenés valor pa…? Sra. Linde: Comprendo perfectamente hasta dónde puede llevar la desesperación a un hombre como vos. Krogstad: Si pudiera deshacer lo que lo hice… Sra. Linde: Podés; tu carta todavía está en el buzón. Krogstad: ¿Estás segura? Sra. Linde: Completamente; pero… Krogstad: Ah, de eso se trata, entonces. Querés rescatar a tu amiga a cualquier precio. Decímelo directamente, ¿es eso? Sra. Linde: Krogstad, una persona que se vendió una vez para salvar a alguien no comete el mismo error de nuevo. Krogstad: Le voy a pedir a Helmer que me devuelva la carta. Sra. Linde: ¡No! No. Krogstad: ¿Por qué no? Lo espero acá hasta que baje y le pido que me la devuelva. Le digo… que es acerca de mi despido, y que es mejor que no la lea. Sra. Linde: Krogstad; no pidas esa carta. Krogstad: Vamos, Cristina. ¿No fue por eso que me citaste en realidad? 38 Sra. Linde: Sí, en un primer momento. Pero ya pasó un día entero, y vi cosas increíbles en esta casa. Helmer tiene que enterarse de todo. Krogstad: Bueno, si vos querés cargar con esa responsabilidad… Pero hay algo que sí puedo hacer por ellos; y lo voy a hacer ya mismo. Sra. Linde: (Escuchando) ¡Apurate; tenés que irte! Terminó el baile. Krogstad: Te espero afuera. Sra. Linde: Sí. Me gustaría que me acompañaras a casa. 2. Helmer, Linde, Nora (Llegan del baile; se oye música del piso de arriba) Helmer: (pasando al interior de la casa) Sra. Linde… Linde: Disculpe. Pasé un momento a ver cómo le quedó el traje a Nora… Helmer: Bien, bien. (Sale) Nora: (Sofocada cuchicheando) ¿Qué hay? Sra. Linde: Ya hablé con él. Nora: ¿Y? Sra. Linde: Nora, te insisto: tenés que contarle todo a tu marido. Nora: (Sin fuerzas) Lo sabía. Sra. Linde: Nora, Nora; ya no tenés nada que temer de Krogstad. Pero igual tenés que hablarlo todo. Nora: No voy a hablar. Sra. Linde: En ese caso, la carta va a hablar por vos. Nora: Gracias, Cristina. Ahora sé lo que tengo que hacer. Sh. Helmer: (De vuelta) ¿Y, señora, la admiró como quería? Sra. Linde: Sí, y ya me despido. 3. 39 Helmer, Nora, al final entra Rank Helmer: ¡Ah, por fin! ¡Qué mujer más fastidiosa! (algo vacilante, va hacia ella) ¡Pero qué buen champagne que había en la fiesta! Nora: (alejándose) ¿No estás muy cansado, Torvald? Helmer: No, para nada. Nora: ¿No tenés sueño? Helmer: No, al contrario. Estoy muy… animado. ¿Y vos? Vos sí tenés cara de sueño. Nora: Sí, estoy cansadísima. Me voy a dormir enseguida. Helmer: ¿Ves que tenía razón en no quedarnos más tiempo en el baile? Nora: Vos siempre tenés razón. Helmer: Ésa es mi alondrita. ¿Y no viste lo alegre que estaba Rank? Nora: ¿Sí? No hable con él. Helmer: Hace mucho que no lo veía tan contento. (La mira un rato y se acerca) Ah, qué maravilla estar en casa solos. ¡Mi cosita hermosa! Nora: No me mires así, Torvald. Helmer: ¿Por qué? ¿No puedo mirar mi tesoro? Y pensar que toda esta belleza es mía, solamente mía, completamente mía. Nora: (Corriéndose hacia otro lado) No me digas cosas así esta noche. Helmer: (Siguiéndola) Ja, todavía tenés la tarantela en la sangre, mi amor; y eso me atrae mucho más. Escuchá; los invitados se están yendo. (En voz baja) Pronto va a quedar toda la casa en silencio. Nora: Eso espero. Helmer: Sí, claro que esperás eso. Nora, ¿sabés…? Cuando voy con vos a una fiesta… ¿Sabés por qué no te hablo, por qué me quedo lejos y te miro de vez en cuando, así, disimulado? Porque me imagino que somos amantes secretos, que estamos comprometidos pero que nadie sabe lo que pasa entre nosotros. Nora: Sí, ya sé que estás pensando en mí todo el tiempo. Helmer: Y cuando llega la hora de irnos, y te pongo el chal en estos hombros tan delicados, y te envuelvo esta nuca perfecta, me imagino que estamos recién casados, que llegamos de la boda a casa, y que nos quedamos solos, por primera vez… con vos, muy jovencita y temblorosa y hermosa. 40 Tuve ese único deseo, toda la noche. Cuando te vi seducir y provocar con la tarantela, no aguanté más y te traje rápido. Nora: Dejame, Torvald. No seas así. Helmer: ¿Qué te pasa? Estás jugando, ¿no? Así que no querés. ¿Acaso no soy tu marido? Rank: ¿Puedo entrar un momento? 4. Helmer, Rank, Nora Helmer: (Molesto) Rank, adelante. Es una especie de halago esto de que no pases por nuestra puerta sin entrar. Rank: Los escuché y me dieron ganas. ¡Ah…! Realmente disfruto estando con ustedes. Helmer: Parecías disfrutar arriba también. Rank: Muchísimo. ¿Y por qué no? ¿Por qué la gente no tendría que tomar todo lo que el mundo le ofrece? Todo lo que se pueda, todo el tiempo que se pueda. El vino era excelente. Es increíble todo lo que tomé. Nora: Torvald también tomó mucho hoy. Rank: Lo bien que hizo. Hoy me dije: voy a pasar una velada agradable después de un muy buen día de trabajo. ¿Ya les conté? Nora: ¿Alguna investigación científica? Rank: Exactamente. Helmer: Pero mirá vos; ¡Norita hablando de investigaciones científicas! Nora: ¿Buenos resultados? Rank: El mejor posible: la verdad. Nora: (Rápidamente) ¿La verdad? Rank: Absoluta. Así que, después de todo, ¿por qué no iba a permitirme una noche alegre? Nora: Hizo muy bien, doctor. Helmer: Lo mismo digo, siempre que no pagues las consecuencias mañana. Rank: En esta vida todo se paga. 41 Nora: A usted le gustan los bailes de disfraces, ¿no? Rank: Sí, cuando hay trajes graciosos. Nora: ¿Y de qué vamos a disfrazarnos usted y yo en el próximo? Helmer: ¿Ya estás pensando en el próximo? Qué insaciable. Rank: ¿Usted y yo…? Ya sé. Usted será una mascota. Helmer: ¿Y cómo es el disfraz de mascota? Rank: Tu mujer sólo tiene que verse como todos los días. Helmer: ¡Ja, muy bueno! ¿Y vos de qué te vas a disfrazar? Rank: Ah, sí: yo, en el próximo baile, voy a ser invisible. Helmer: ¡Genial! ¿Y cómo vas a hacer? Rank: Hay un sombrero negro… ¿No escuchaste la leyenda del sombrero que te hace invisible? Te lo ponés y nadie más te ve, nunca más. Helmer: (Disimulando una sonrisa) Sí, claro, claro. Rank: Pero me estaba olvidando para qué vine. Helmer, dame un cigarro, uno de tus habanos negros. Helmer: Con mucho gusto. (Le ofrece la tabaquera) Rank:(Tomando un habano y cortándole la punta.) Muy amable. Nora: (Prendiendo un fósforo) Permítame que se lo encienda. Rank: Gracias.(Nora acerca el fósforo para encenderlo) Y ahora... ¡Adiós! Helmer: Adiós, amigo mío. Nora: Descanse bien, Dr. Rank. Rank: ¡Qué amable deseo! Gracias. Nora: Deséeme usted lo mismo. Rank: ¿A usted? Está bien, si usted quiere… Descanse bien. Y gracias por el fuego. (Saluda y sale; al pasar por el buzón, arroja un sobre) 42 5. Nora, Helmer Nora: (Ausente. Helmer saca sus llaves del bolsillo y se dirige al buzón) Torvald... ¿qué vas a hacer? Helmer: A vaciar el buzón. No queda lugar para los diarios de mañana. Nora: ¿Vas a trabajar esta noche? Helmer: Sabés que no… ¿pero qué es esto? ¿Alguien forzó la cerradura? Nora: ¿La cerradura? Helmer: Alguien lo intentó. No puedo creer que las sirvientas… acá hay una hebilla, Nora. Es tuya… Nora: (Precipitadamente) Habrán sido los chicos… Helmer: Tenés que ponerle límite a estas cosas. Bueno, ya lo abrí. (Saca las cartas) Mirá cómo se amontonó correspondencia. (Examinando los sobres) ¿Qué es esto? Nora: (Junto a la ventana, ahogada.) ¡La carta…! Helmer: Dos tarjetas de Rank. Nora: ¿Del Dr. Rank? Helmer: Sí. Estaban arriba de todo. Las debe haber metido cuando se fue. Nora: ¿Escribió algo? Helmer: Una cruz negra encima del nombre. Qué siniestro… Es casi como si anunciara su muerte. Nora: Es lo que hace. Helmer: ¿Qué? ¿Te dijo algo? Nora: Sí. Esas tarjetas son su manera de despedirse. Quiere encerrarse a morir. Helmer: ¡Pobre! Pensé que iba a faltarme dentro de poco. Pero tan pronto… Y va a esconderse, como un animal herido. Nora: Cuando tiene que suceder, mejor que suceda sin palabras, ¿no? Helmer: (Caminando) ¡Estaba tan apegado a nosotros! No me puedo imaginar que lo vayamos a perder. Su sufrimiento, su soledad… eran el fondo negro que resaltaba nuestra felicidad. Y bueno, por ahí es mejor para él. Y para nosotros también; ahora nos tenemos solamente el uno al otro. (La abraza) Ah, 43 mi mujercita adorada. ¿Sabés? Muchas veces desearía que te amenazara un peligro terrible para arriesgar mi vida, mi sangre y todo vos. Nora: (Desasiéndose, firme y decidida.) Leé las cartas ahora, Torvald. Helmer: No, esta noche no. Esta noche quiero que estemos juntos, mi amor. Nora: Tu amigo se está muriendo. ¿Cómo podés pensar en otra cosa? Helmer: Cierto; nos afectó a los dos. Esa cosa horrible: la muerte, la disolución. Tenemos que sacarnos eso de adentro, primero. Nora: (Abrazándose) ¡Buenas noches, Torvald! Helmer: Buenas noches, pajarito. Que descanses. (Pasa a su despacho con la correspondencia, cerrando la puerta.) 6. Nora, luego Helmer Nora: (Ojos desorbitados, tantea, toma el saco de Helmer) ¡Adiós, Torvald! No te voy a ver nunca más. (Se pone el chal) Y a los chicos tampoco… ¡Ah!, el agua helada… negra… horrible… Que pase, que pase pronto. (Se detiene) Torvald, ¿estás abriendo la carta? ¿La estás leyendo? Entonces adiós, mi amor; hijitos míos… (avanza hacia la puerta) (Se detiene. Espera un tiempo largo hasta que escucha un ruido; recién entonces corre hacia el vestíbulo. No sale. Espera, inmóvil, como en una secuencia detenida, hasta que Helmer abre con violencia la puerta de su despacho y aparece con la carta en la mano) Helmer: ¡Nora! Nora: (Grita) ¡Ah...! Helmer: ¿Qué es esto? ¿Sabés lo que dice esta carta? Nora: Sí, sí. ¡Dejame ir! Helmer: (la retiene) ¿Adónde? Nora: (Intenta desprenderse) ¡No tenés que salvarme, Torvald! Helmer: (Retrocede tambaleándose) ¡Entonces es verdad lo que dice! ¡Dios mío! No puede ser; es imposible. 44 Nora: Sí, es verdad. Te amé más que a nada en el mundo. Helmer: No quiero tus excusas idiotas. Nora: (Dando un paso hacia él) Torvald… Helmer: Desgraciada. Mujer estúpida. ¿Tenés la más remota idea de lo que hiciste? Nora: Dejame ir. No tenés que cargar con el peso de mi falta; no tenés que hacerte responsable de una culpa mía. Helmer: ¡Basta de melodrama! (La sujeta con violencia) Te vas a quedar acá a rendirme cuentas de esto. ¿Entendés lo que hiciste? ¡Contestame! ¿Lo entendés? Nora: (Mirándolo fijamente, con una expresión creciente de rigidez) Sí; ahora empiezo a darme cuenta de qué es realmente lo que hice… Helmer: (Paseándose) ¡Que despertar horrible! ¡Ocho años… ella, mi alegría, mi orgullo... una hipócrita... una impostora; peor todavía: una criminal! ¡Qué abismo monstruoso! ¡Qué bajeza moral! (Nora continúa mirándolo sin hablar. Él se detiene ante ella.) Tenía que haber previsto lo que iba a pasar, con esa falta de principios de tu padre… ¡No me interrumpas! Al final, heredaste todas sus bajezas. Falta de religión, falta de moral, falta de sentido del deber… ¿Así que éste es mi castigo por hacer la vista gorda a lo que él hizo? Lo hice por vos, ¿y me lo devolvés así? Nora: Sí, así. Helmer: Destruiste mi felicidad. Arruinaste mi futuro. ¡Qué espanto! Ahora estoy en manos de un inmoral, de un tipo sin remordimientos de conciencia, ¡completamente en su poder! Y ese miserable me puede pedir lo que se le antoje, exigirme cualquier cosa sin que yo me atreva a protestar. ¡Ay, tener que hundirme como un perro por culpa de una mujer indigna! Nora: Cuando yo desaparezca del mundo, vas a quedar libre. Helmer: Dejate de frases huecas. Tu padre también tenía una colección de frasecitas a mano. ¿De qué me serviría que te mataras? De nada. En todo caso, se haría público el asunto y sospecharían que yo estaba al tanto. Hasta podrían creer que te apoyé, que te induje a cometer el delito. ¡Y te lo tengo que agradecer a vos! ¡A vos, a la que protegí y consentí hasta la exageración durante todo nuestro matrimonio! ¿Te alcanza el cerebro para entender lo que me hiciste? Nora: (Con fría tranquilidad.) Sí. Helmer: Porque es tan increíble que a mí no me cabe en la cabeza. Pero tenemos que tomar una decisión. Sacate eso. ¡Que te lo saques, te dije! Tengo que ver cómo satisfacer a este roñoso. Y ahogar el asunto, como sea… En cuanto a nosotros dos, vamos a hacer como si nada hubiera cambiado. Sólo para mantener las apariencias, por supuesto. Te vas a quedar en la casa, obviamente, pero no te voy a permitir ver a los chicos. No te voy a permitir educarlos: no me atrevo ni siquiera a confiártelos… Ay, tener que decirle esto a alguien que amé tanto, que todavía… No; se terminó. Desde hoy no se trata más de nuestra felicidad; se trata solamente de salvar los despojos, las 45 apariencias. (Suena el timbre. Helmer se estremece) ¿Quién puede ser? ¿Tan tarde? Lo único que me falta… ¿Puede ser él…? Escondete, ¿me escuchás? ¡Escondete! Voy a decir que estás enferma. (Nora no se mueve, Helmer se dirige a la puerta. No hay nadie. Descubre una carta en el buzón y la retira) Helmer: Es para vos. Sí, de é1. Pero no te la pienso dar. La leo yo. Nora: Leela. Helmer: (Cerca de la lámpara) Casi no tengo valor. Tal vez ya estamos perdidos. Pero no; tengo que saber. (Rompe el sobre, lee algunas líneas, examina un papel adjunto y lanza un grito de alegría) ¡Nora…! Esperá un minuto, la tengo que leer otra vez… Sí, es verdad, sí. ¡Estoy salvado! Nora, ¡estoy salvado! Nora: ¿Y yo? Helmer: Y vos también, por supuesto. Estamos salvados, vos y yo. Mirá: te devuelve el pagaré. Se disculpa, se arrepiente de haber hecho lo que hizo; dice que por un feliz cambio en su vida… ¡Bah; qué importa lo que dice! ¡Estamos salvados! Y no quedan pruebas en tu contra. Oh, Nora… No, primero hay que deshacerse de todo este espanto. Veamos... (Mira el documento) No, no quiero ni verlo; voy a pensar que fue una pesadilla. (Rompe el documento y la carta, los tira en la estufa y mira cómo se queman) ¡Sí, sí, se acabó! Ah, decía que vos sabías todo desde Nochebuena… ¡Qué días más horribles habrás pasado, Nora! Nora: Fueron una lucha atroz, sí. Helmer: ¡Lo que habrás sufrido, pobrecita, sin ver otra salida que…! Pero no; olvidémonos ya mismo de todos los horrores. Alegrémonos y digamos a cada rato: “ya pasó, ya pasó”. Nora, ¿me escuchás? Parece que todavía no te diste cuenta. ¿Por qué esa cara de afligida? Ah, sí, pobre Norita, te entiendo… Todavía no podés creer que te haya perdonado. Pero te perdono, Nora, te lo juro. Te perdono todo, todo lo que hiciste. Sé que lo hiciste por amor a mí. Nora: Eso es verdad. Helmer: Por supuesto. Me amaste como una mujer debe amar a su marido. Sólo te faltó entendimiento para elegir los medios. ¿Pero creés que te quiero menos por eso; porque no sabés guiarte a vos misma? En absoluto; todo lo que tenés que hacer es apoyarte en mí y dejarme que te guíe yo. No sería un hombre si tu incapacidad de mujer no te hiciera el doble de atractiva para mí. Así que no tomes en cuenta las cosas duras que te dije; fueron un arrebato, cuando creí que se me iba a derrumbar todo encima. Pero te perdono, Nora; en serio, te perdono. Nora: Gracias por perdonarme. (Se va a un costado a cambiarse el disfraz) Helmer: Nora, vení acá conmigo… ¿Qué hacés? Nora: Me quito el disfraz. 46 Helmer: Sí, está bien. Pobre pajarito, tan asustado. Tomate tu tiempo para calmarte, que yo tengo las alas grandes como para cobijarte. (Paseándose, mirándola como si no advirtiera su actitud) ¡Qué hermoso hogar tenemos por fin! Acá vas a estar segura. Te voy a guardar adentro como una paloma perseguida que salvé de las garras de un gavilán. Te voy a calmar ese corazoncito asustado. De a poco lo voy a conseguir, Nora; creeme. Mirá, mañana ya todo va a parecer diferente. Y ya las cosas van a ser como antes, y no voy a tener que seguir recordándote que estás perdonada, porque te vas a dar cuenta sola. ¿Cómo podés pensar que se me iba a pasar por la imaginación repudiarte, o recriminarte algo? Ah, Nora, no conocés la bondad de un hombre de verdad. Uno siente un placer sublime al perdonar a su mujer, cuando lo hace con todo el corazón. Es como si ella se volviera doblemente su posesión, como si él le hubiera permitido volver a nacer, y se convierte no sólo en su mujer sino también en su hija. Eso vas a ser de ahora en más, mi criaturita desvalida. No tenés que preocuparte por nada. Solamente tenés que ser franca conmigo; yo voy a ser tu voluntad y tu conciencia. (La mira sorprendido) Eh… ¿qué pasa? ¿No venís a la cama? Te cambiaste. Nora: (Vestida de diario) Sí, Torvald, me cambié. Helmer: ¿Pero por qué, si es tan tarde? Nora: No pienso dormir esta noche. Helmer: Pero, Nora, mi amor… Nora: (Mirando su reloj) No es tan tarde, Torvald. (Le acomoda una silla) Sentate. Tenemos que hablar. (Ella se sienta al borde de la cama) 7. Helmer, Nora Helmer: Nora, ¿qué pasa? Estás tan seria. Nora: Sentate. Tengo mucho que decirte. Helmer: (Se sienta en la silla, frente a ella) Me preocupás, Nora. No te entiendo. Nora: No, eso es exactamente lo que pasa. No me entendés. Y yo nunca te entendí a vos tampoco… hasta esta noche. No, no me interrumpas. Vas a escuchar todo lo que tengo para decirte. Este es un ajuste de cuentas, Torvald. Helmer: ¿Qué querés decir? Nora: (breve silencio) ¿Hay algo que te llame la atención de la forma en que estamos ahora, sentados así, uno frente al otro? Helmer: No, ¿qué? 47 Nora: Llevamos casados ocho años, Torvald. ¿No te das cuenta de que ésta es la primera vez que vos y yo, marido y mujer, nos sentamos a tener una conversación seria? Helmer: ¿Qué querés decir ahora con “seria”? Nora: En ocho años enteros… no, más; desde que nos conocemos, nunca hablamos ni una palabra seria sobre un tema serio. Helmer: ¿Y qué pretendías? ¿Que yo te contara mis problemas? Si vos no me podías ayudar a resolverlos… Nora: No estoy hablando de tus problemas. Estoy diciendo que nunca nos sentamos a hablar para llegar al fondo de algo juntos. Helmer: Pero, querida, ¿te habría interesado, acaso? Nora: Esto es exactamente de lo que hablo. Nunca me comprendiste. Y fui tratada muy injustamente, Torvald. Primero por mi padre, y luego por vos. Helmer: ¿Cómo? ¿Nosotros dos, que te amamos más que nadie en el mundo? Nora: (Moviendo la cabeza) Nunca me amaron. Disfrutaban conmigo, y les resultaba entretenido quererme; es todo. Helmer: Nora, ¿qué es esto? Nora: La pura verdad, Torvald. Cuando vivía en casa de papá, él dictaba las ideas y yo solamente las seguía. Y si no estaba de acuerdo, me callaba la boca, porque no le hubiera gustado. A él le encantaba llamarme su “muñequita” y jugar conmigo, como yo jugaba con mis muñecas. Y cuando me mudé a tu casa… Helmer: Esa no es manera de hablar de nuestro matrimonio. Nora: (Imperturbable) Está bien, cuando papá me entregó en tus manos… vos arreglaste todo a tu gusto, y yo adapté el mío al tuyo… O a lo mejor lo fingí, no sé. Probablemente una mezcla de las dos cosas. Ahora miro para atrás y siento que tuve una vida de mendigo: viví al día, de hacer piruetas para vos, Torvald. Pero eso es lo que vos querías. Vos y papá me hicieron un daño muy grande. Los dos son culpables de que yo nunca haya llegado a ser nada. Helmer: ¿Pero cómo podés ser tan injusta; tan desagradecida? Fuiste feliz acá, ¿o no? Nora: No, jamás. Pensé que sí; pero nunca fui feliz. Helmer: ¡¿No...?! ¿Que no fuiste…? Nora: No; estaba alegre. Es todo. Vos siempre fuiste muy bueno conmigo. Pero nuestra casa nunca fue más que una casa de juguete. Yo fui la muñeca-esposa de esta casa, como fui la muñeca-niña de la casa de papá. Y mis hijos, a su vez, fueron muñecos míos. A mí me divertía que jugaras conmigo, 48 como a los chicos les divierte que yo juegue con ellos. Eso es todo lo que fue nuestro matrimonio, Torvald. Helmer: No… (concede) Bueno, sí, algo de eso puede ser, aunque vos lo hagas sonar tan tremendo, tan exagerado. Pero te garantizo que de ahora en más todo va a cambiar. Ya terminó el tiempo del juego y llegó el tiempo de la educación. Nora: ¿La educación de quién? ¿Mía o de los chicos? Helmer: La tuya y la de los chicos. Nora: No, Torvald. Vos no sos capaz de enseñarme a ser la esposa que necesitás. Helmer: ¿Y cómo podés decirme eso vos? Nora: ¿Yo…? Tenés razón. ¿Qué preparación, me pregunto, tengo yo para educar a los chicos? Helmer: ¡Nora, no digas eso! Nora: Si vos mismo lo dijiste recién, cuando no te atrevías a confiármelos. Helmer: Fue en un estado de furia. ¿Cómo podés pensar así? Nora: Es que tenías razón. Yo no estoy capacitada. Hay otra cosa de la que tengo que ocuparme antes de educar chicos: tengo que educarme a mí misma. Y vos no sos alguien capaz de ayudarme en eso. Lo tengo que hacer por mi cuenta, y necesito estar sola. Así que te dejo, Torvald. Helmer: (Se levanta de un brinco) ¿Qué dijiste? Nora: Dije que necesito estar sola para entenderme a mí misma y entender lo que me rodea, por mi cuenta. Te dejo; me voy de tu casa. Helmer: Nora, Nora. Nora: Y me voy ya mismo. Cristina me va a dejar pasar la noche en su casa. Helmer: ¿Te volviste loca? No vas a hacer eso. Te lo prohibo. Nora: Es inútil que me prohibas algo. Me llevo mis cosas solamente. De vos no quiero nada, ni ahora ni nunca. Helmer: ¿Qué delirio es este? Nora: Regreso a mi casa mañana, quiero decir: a mi vieja casa; a mi pueblo. Va a ser más fácil para mí encontrar trabajo allá. Helmer: Es la falta de experiencia lo que te hace tan ciega. 49 Nora: Experiencia es lo que tengo que conseguir, Torvald. Helmer: ¡No podés abandonar tu casa, tu marido, y tus hijos! ¿Qué creés que va a decir la gente? Nora: No puedo pensar en esos detalles. Sólo sé que es indispensable para mí. Helmer: ¡Pero qué infame! ¿Cómo vas a traicionar así los deberes más sagrados? Nora: ¿A qué llamás vos “los deberes más sagrados”? Helmer: ¿No tenés acaso deberes para con tu marido y tus hijos? Nora: Tengo otros deberes igual de sagrados. Helmer: No, no tenés. ¿Qué otros deberes podés tener? Nora: Mis deberes conmigo misma. Helmer: Ante todo sos esposa y madre. Nora: Ya no creo en eso. Ante todo soy un ser humano, igual que vos… O, al menos, debo intentar serlo. Sé que la mayoría de los hombres te van a dar la razón, y que algo así está escrito en los libros. Pero ahora no me puedo conformar con lo que dicen los hombres y los libros. Tengo que pensar por mi cuenta en todo esto y tratar de entenderlo. Helmer: ¿Pero cómo no te das cuenta de cuál es tu puesto en el hogar? ¿No tenés una guía infalible para estas cosas? ¿No tenés la religión? Nora: Ah, Torvald. No sé qué es la religión. Helmer: ¿Cómo que no? Nora: Sólo sé lo que me dijo el pastor Hansen cuando me preparó para la confirmación. Que la religión era esto, aquello y lo de más allá. Cuando esté sola y libre, voy a pensar también ese asunto. Y voy a ver si era cierto lo que decía el pastor, o si puede ser cierto para mí. Helmer: ¡Pero es increíble en una mujer tan joven…! A ver, si la religión no te puede guiar, dejame explorar tu conciencia. Porque supongo que todavía te queda algún sentido moral. ¿O tampoco lo tenés? ¡Contestame! Nora: No sé qué responder, Torvald. No tengo idea. Estoy completamente desorientada en estas cuestiones. Lo único que sé es que tengo una opinión totalmente distinta a la tuya. Y además, me di cuenta de que las leyes no son como yo pensaba, aunque no puedo entender que esas leyes sean justas. ¡Cómo no va a tener una mujer derecho a evitarle un sufrimiento a su padre moribundo, y a salvarle la vida a su esposo! ¡No lo puedo creer! Helmer: Hablás como una nena. No entendés nada de la sociedad en la que vivís. 50 Nora: No, seguro que no. Pero ahora quiero tratar de entender y averiguar quién tiene razón, la sociedad o yo. Helmer: Estás enferma, Nora. Tenés fiebre y no te funciona bien la cabeza. Nora: Nunca me sentí tan despejada y segura como esta noche. Helmer: ¿Y con esa seguridad, con esa lucidez abandonás a tu marido y a tus hijos? Nora: Sí. Helmer: Entonces hay una sola explicación posible. Nora: ¿Cuál? Helmer: Que ya no me amás. Nora: No, por supuesto. Helmer: ¡Nora! ¿Y me lo decís así? Nora: Lo lamento, Torvald. Porque siempre fuiste bueno conmigo… Pero no lo puedo remediar. Ya no te amo. Helmer: (Haciendo esfuerzos por dominarse) Por lo que veo también de eso estás perfectamente convencida. Nora: Sí, perfectamente, y por eso no quiero quedarme ni un instante más acá. Helmer: ¿Me podés decir cómo perdí tu amor? Nora: Sí, claramente. Fue esta noche, cuando vi que no se producía el milagro que estaba esperando. Ahí me di cuenta de que vos no eras el hombre que yo había imaginado. Helmer: Con eso no me alcanza. Nora: Torvald: esperé ocho años, ocho años… Sabía que los milagros no se realizan tan seguido. Y por fin llegó el momento de la angustia y me dije con toda seguridad: acá llega el milagro. Cuando la carta estaba todavía en el buzón, no me pude ni imaginar que fueras capaz de doblegarte a sus exigencias. Estaba absolutamente convencida de que le ibas a decir “vaya usted a contárselo a todo el mundo”. Y cuando hubieras hecho eso… Helmer: ¡Cómo! ¿Cuándo hubiera entregado a mi propia esposa a la deshonra? Nora: Cuando hubieras hecho eso, tenía la absoluta seguridad de que te ibas a presentar para hacerte responsable de todo, que ibas a decir que eras vos el culpable. Helmer: ¡Nora! 51 Nora: ¿Me vas a decir que yo nunca iba a aceptar semejante sacrificio? Claro que no. ¿Pero de qué valdría mi palabra frente a la tuya? Ése era el milagro que esperaba con tanta angustia. Y para evitarlo, me quería matar. Helmer: Nora, por vos habría trabajado con alegría día y noche, habría soportado todas las penas y privaciones. Pero no hay nadie en el mundo que sacrifique su honor por la persona que ama. Nora: Lo hicieron miles de mujeres. Helmer: ¡Ah! ¿Ves? Pensás y hablás como una chiquilina. Nora: Puede ser. Pero vos no pensás ni hablás como el hombre al que yo pueda unirme. Cuando te repusiste del primer susto, y no por el peligro que corría yo sino por el que corrías vos, cuando pasó todo, para vos era como si no hubiera ocurrido nada. Yo volví a ser tu muñeca, y ahora tenías que manipularla con más cuidado todavía, porque demostró ser tan frágil... (Levantándose) Torvald, en ese momento me di cuenta de que viví ocho años con un extraño. Y que tuve tres hijos con é1… ¡Oh, no puedo pensar en eso ni siquiera! Me dan ganas de destrozarme. Helmer: (Sordamente) Ya veo, ya veo… Parece que se abrió un abismo entre vos y yo… ¿Pero no creés que lo podemos llenar? Nora: Así como soy ahora, no puedo ser una esposa para vos. Helmer: Pero puedo transformarme yo. Nora: Puede ser… si te quitan tu muñeca. 52 Desenlace Helmer: ¡Separarme… separarme de vos! No, no puedo ni pensar en eso. Nora: (Con un maletín en la mano) Razón suficiente para que así sea. Helmer: ¡Todavía no! Esperá hasta mañana. Nora: No debo pasar la noche en casa de un extraño. Helmer: Pero; ¿no podemos vivir juntos… como hermanos? Nora: Sabés demasiado bien que eso no duraría mucho… (Se envuelve en el chal) Adiós, Torvald. No quiero ver a los chicos. Sé que están en mejores manos que las mías. En mi situación, no puedo ser una madre para ellos. Helmer: Pero, ¿algún día, Nora… algún día? Nora: ¿Cómo voy a saberlo? Si ni siquiera sé lo que va a ser de mí. Helmer: Sos mi esposa, pase lo que pase. Nora: Mirá: tengo entendido que, según la ley, cuando una mujer abandona la casa, como yo ahora, el marido queda exento de obligaciones. De cualquier manera, yo te eximo. No vas a quedar ligado por nada, y yo tampoco. Completa libertad para los dos. Tomá tu anillo. Dame el mío. Helmer: ¿Esto también? Nora: Sí. (Helmer se lo da) Bien. Asunto terminado. Tomá las llaves. Las mucamas están al tanto de todo lo que respecta a la casa… incluso mejor que yo. Mañana, cuando ya me haya ido, va a venir Cristina a recoger lo que traje de mi casa. Quiero que me lo envíen. Helmer: ¡Terminó todo! ¿No vas a pensar en mí nunca más? Nora: Sí, seguro que voy a pensar muchas veces… en vos, en los chicos, en la casa. Helmer: ¿Te puedo escribir? 53 Nora: Nunca. Te lo prohibo. Helmer: Por lo menos enviarte… Nora: Nada. Helmer: Ayudarte, en caso de que necesites… Nora: Dije que no. No aceptaría nada de un extraño. Helmer: Nora… ¿no voy a ser más que un extraño para vos? Nora: (Recogiendo su maletín) ¡Ah, Torvald! ¿Qué querés? Para eso tendría que realizarse un milagro imposible, el más grande de todos. Helmer: ¿Cuál es? Nora: No sé, Torvald. Tendríamos que transformarnos los dos hasta tal punto que… ¡Bah! ¿Quién quiere creer en milagros, de todas formas? Helmer: Yo quiero creer. Decime: ¿transformarnos hasta tal punto que…? Nora: (Resopla) Hasta tal punto que esta unión pudiera convertirse en un matrimonio de verdad. (Se encoge de hombros) Adiós. (Sale) (Helmer permanece en escena. Se oye la puerta al cerrarse)