martes, 26 de febrero de 2013
JUAN DE LA CRUZ -- NOCHE OSCURA -----POR RITA AMODEI
NOCHE OSCURA
Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de
la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la
negación espiritual.
1. En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.
2. A oscuras y segura,
por la secreta escala disfrazada,
¡Oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
3. En la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
4. Aquésta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
5. ¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
6. En mi pecho florido
que entero para él sólo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba
7. El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.
8. Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
JUAN DE LA CRUZ .. CANTICO ESPIRITUAL-----------POR RITA AMODEI
1. CANTICO ESPIRITUAL (CA)
Canciones entre el alma y el Esposo
Esposa
1. ¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
2. Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero:
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
3. Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
Pregunta a las criaturas
4. ¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.
Respuesta de las criaturas
5. Mil gracias derramando
pasó por estos Sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.
Esposa
6. ¡Ay, quién podrá sanarme!
Acaba de entregarte ya de vero:
no quieras enviarme
de hoy más ya mensajero,
que no saben decirme lo que quiero.
7. Y todos cuantos vagan
de ti me van mil gracias refiriendo,
y todos más me llagan,
y déjame muriendo
un no sé qué que quedan balbuciendo.
8. Mas ¿cómo perseveras,
¡oh vida!, no viviendo donde vives,
y haciendo porque mueras
las flechas que recibes
de lo que del Amado en ti concibes?
9. ¿Por qué, pues has llagado
aqueste corazón, no le sanaste?
Y, pues me le has robado,
¿por qué así le dejaste,
y no tomas el robo que robaste?
10. Apaga mis enojos,
pues que ninguno basta a deshacellos,
y véante mis ojos,
pues eres lumbre dellos,
y sólo para ti quiero tenellos.
11. ¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!
12. ¡Apártalos, Amado,
que voy de vuelo!
El Esposo
Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma.
La Esposa
13. Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,
14. la noche sosegada
en par de los levantes del aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
15. Nuestro lecho florido,
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edificado,
de mil escudos de oro coronado.
16. A zaga de tu huella
las jóvenes discurren al camino,
al toque de centella,
al adobado vino,
emisiones de bálsamo divino.
17. En la interior bodega
de mi Amado bebí, y cuando salía
por toda aquesta vega,
ya cosa no sabía;
y el ganado perdí que antes seguía.
18. Allí me dio su pecho,
allí me enseñó ciencia muy sabrosa;
y yo le di de hecho
a mí, sin dejar cosa:
allí le prometí de ser su Esposa.
19. Mi alma se ha empleado,
y todo mi caudal en su servicio;
ya no guardo ganado,
ni ya tengo otro oficio,
que ya sólo en amar es mi ejercicio.
20. Pues ya si en el ejido
de hoy más no fuere vista ni hallada,
diréis que me he perdido;
que, andando enamorada,
me hice perdidiza, y fui ganada.
21. De flores y esmeraldas,
en las frescas mañanas escogidas,
haremos las guirnaldas
en tu amor florecidas
y en un cabello mío entretejidas.
22. En solo aquel cabello
que en mi cuello volar consideraste,
mirástele en mi cuello,
y en él preso quedaste,
y en uno de mis ojos te llagaste.
23. Cuando tú me mirabas
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas,
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían.
24. No quieras despreciarme,
que, si color moreno en mi hallaste,
ya bien puedes mirarme
después que me miraste,
que gracia y hermosura en mi dejaste.
25. Cogednos las raposas,
que está ya florecida nuestra viña,
en tanto que de rosas
hacemos una piña,
y no parezca nadie en la montiña.
26. Detente, cierzo muerto;
ven, austro, que recuerdas los amores,
aspira por mi huerto,
y corran sus olores,
y pacerá el Amado entre las flores.
Esposo
27. Entrado se ha la esposa
en el ameno huerto deseado,
y a su sabor reposa,
el cuello reclinado
sobre los dulces brazos deI Amado.
28. Debajo del manzano,
allí conmigo fuiste desposada.
allí te di la mano,
y fuiste reparada
donde tu madre fuera violada.
29. A las aves ligeras,
leones, ciervos, gamos saltadores,
montes, valles, riberas,
aguas, aires, ardores
y miedos de las noches veladores,
30. Por las amenas liras
y canto de serenas os conjuro
que cesen vuestras iras,
y no toquéis al muro,
porque la esposa duerma más seguro.
Esposa
31. Oh ninfas de Judea!,
en tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales,
y no queráis tocar nuestros umbrales
32. Escóndete, Carillo,
y mira con tu haz a las montañas,
y no quieras decillo;
mas mira las compañas
de la que va por ínsulas extrañas
Esposo
33. La blanca palomica
al arca con el ramo se ha tornado
y ya la tortolica
al socio deseado
en las riberas verdes ha hallado.
34. En soledad vivía,
y en soledad ha puesto ya su nido,
y en soledad la guía
a solas su querido,
también en soledad de amor herido.
Esposa
35. Gocémonos, Amado,
y vámonos a ver en tu hermosura
al monte ó al collado
do mana el agua pura;
entremos más adentro en la espesura.
36. Y luego a las subidas
cavernas de la piedra nos iremos,
que están bien escondidas,
y allí nos entraremos,
y el mosto de granadas gustaremos
37. Allí me mostrarías
aquello que mi alma pretendía,
y luego me darías
allí, tú, vida mía,
aquello que me diste el otro día:
38. El aspirar del aire,
el canto de la dulce Filomena,
el soto y su donaire,
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena
39. Que nadie lo miraba,
Aminadab tampoco parecía,
y el cerco sosegaba,
y la caballería
a vista de las aguas descendía
lunes, 25 de febrero de 2013
PEDIDO URGENTE EN ARGENTINA -----PÒR RITA AMODEI
Dadores de Sangre de cualquier grupo y factor para Alicia Cabanas (mama de Fire Valkyrja) que está internada en la Clinica Sagrada Corazon en Terapia Intensiva Coronaria - OSECAC
Centros para presentarse a donar:
● Fundación Hematológica Sarmiento: Av Cordoba 6429 - Cap Fed.
Lunes a Sábado- 8 a 12 Hs
● Fundación Hemocentro Independencia: Av Independencia 1816
Lunes a Viernes- 8 a 12 Hs
sábado, 23 de febrero de 2013
HERMANN HESSE . EL LOBO ESTEPARIO ..........POR RITA AMODEI
El lobo estepario
Portada de la versión original alemana.
Autor Hermann Hesse
Género Autobiografía, Novela, Existencial
Editorial G. Fischer Verlag (Alemania)
País Suiza
Fecha de publicación 1927
Formato Tapa dura
Páginas 237
ISBN 0-312-27867-5
El lobo estepario (Der Steppenwolf, en alemán) es el título de una de las más célebres novelas del escritor suizo alemán Hermann Hesse, la cual combina el estilo autobiográfico con algunos elementos de fantasía, especialmente hacia el final de la obra. El libro es en gran parte un reflejo de la profunda crisis espiritual que sufrió Hesse en la década de 1920 , mientras retrata la división del protagonista entre su humanidad y su apariencia de lobo-como la agresión y la falta de vivienda.[1] La novela se convirtió en un éxito internacional, a pesar de Hesse demandó posteriormente que el libro fue mal interpretado en gran medida.
HistoriaA principios de 1924, Hesse se casó con su segunda esposa, la cantante Ruth Wenger. Sin embargo, después de varias semanas el escritor dejó la ciudad de Basilea para regresar a fines de año alquilando un apartamento separado. Tras un corto viaje a Alemania juntos, Hesse decidió dejar definitivamente de ver a su esposa, en medio de un creciente pesar producido por el aislamiento y la incapacidad psicológica de relacionarse con el mundo exterior, lo cual lo llevó a tener episodios de gran desesperación en los que tenía pensamientos cercanos al suicidio.
Hesse comenzó a trabajar en la novela en Basilea y continuó en Zúrich, publicando en 1926 un precursor de ésta: un libro de poemas titulado La Crisis. La versión definitiva de la novela no fue publicada hasta 1928.
EstructuraEl libro se desarrolla a través de unos manuscritos creados por el propio protagonista, Harry Haller, los cuales son presentados al lector por un conocido de Harry en la introducción de la obra. Dentro de los manuscritos se narran los problemas, la vida del protagonista y su difícil relación con el mundo y consigo mismo.
La novela está compuesta por cuatro apartados:
Una introducción a cargo del sobrino de la mujer que le alquila su habitación a Harry Haller, que presenta las anotaciones del protagonista bajo el tema de "El manuscrito encontrado".
La primera parte de estas notas, titulada "Anotaciones de Harry Haller", Sólo para locos
Un "Tractat del lobo estepario", No para cualquiera, en que se analiza la compleja psicología del protagonista desde un punto de vista externo.
La segunda y última parte de las "Anotaciones de Harry Haller", Sólo para locos
A medida que la novela avanza, la distinción entre realidad y ensoñación desaparece, sobre todo en el llamado "Teatro Mágico".
El teatro MágicoHermine también presenta a Harry a un saxofonista misterioso llamado Pablo, que parece ser exactamente lo contrario de lo que Harry considera un hombre serio y pensativo. Después de asistir a un fastuoso baile de máscaras, Pablo lleva a Harry a su metafórico "teatro mágico", donde las preocupaciones y nociones que plagaron su alma se desintegran mientras participa en lo etéreo y fantasmagórico, al tiempo que experimenta las fantasías que existen en su mente. El teatro mágico es un pasillo largo en forma de herradura, con un espejo en un extremo y muchas puertas grandes por el otro. Harry entra en cinco de estas puertas, que representan cada una un capítulo distinto de su vida.
Personajes principalesHarry Haller, el protagonista, un hombre de mediana edad
Pablo, un saxofonista
Hermine (Armanda en algunas traducciones al español), una joven con la que Haller se reúne en el baile
Maria, amiga de Hermine
Character relationship diagram[editar] CuriosidadesLas iniciales del nombre del protagonista Harry Haller (H.H.), son las mismas del autor de la novela: Hermann Hesse.
- El nombre en aleman de Armanda es Herminie, versión femenina del nombre del autor (Hermann)
JORGE LUIS BORGES ENTREVISTA ----POR RITA AMODEI
Docuspectiva - Entrevista a Jorge Luis Borges en enero de 1978, en la que habla de su vida y obra literaria
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JORGE LUIS BORGES " YO POR MI " ------- POR RITA AMODEI
Docuspectiva - Biografía de Jorge Luis Borges compuesta de fragmentos de varias entrevistas realizadas al escritor argentino en programas de TVE.
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JORGE LUIS BORGES ..CONFERENCIA : SOBRE LEOPOLDO LUGONES ------POR RITA AMODEI
Conferencia de Jorge Luis Borges Sobre Leopoldo Lugones. Diciembre de 1963
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miércoles, 20 de febrero de 2013
POEMA DE UN LECTOR
Jorge Ortega
Antevíspera
1
No pienso el poema.
Dejo abiertas las branquias de la pleura
para la embestida del siroco.
Un tifón asalta
la cisterna
del oxígeno que reciclo,
azota las ventanas olfativas
denostando la cordura del instante.
Mi credo es disponer de buril
cuando el vórtice haya entonces
doblegado la fibra más lejana,
cuando el reverso de la piel
quede ya galvanizado
de mielina sinestésica.
Los sentidos concurren en la mano
y hacen de su palma un tercer ojo.
2
Escribir pues
la traducción de los suspiros,
la gravidez del éter
impregnado de luz terráquea.
No relegar la matemática
pero adosar íntimamente
las flotaciones del entorno
a la sinergia del texto.
Desde los índices del gusto
prorrogar la tolerancia,
elastificar sus laterales
oponiendo un ecosistema.
10
La poesía es intermitencia,
presencia en duda
que vacila entre el aquí y el allá.
Allá palpita un buque.
Aquí la ola pedestre.
Entre el advenimiento de la nao y el repecho arenisco
la espacialidad del poema,
su lapso narrativo oreado de brisa,
veteado de sal como un bauprés.
El poema surca el viento;
parte en dos los efluvios contrarios
como una Biblia abierta a la mitad,
una metáfora del mar Rojo
acreedora de la disección más edificante.
Autorizo inspecciones de canícula
en mis hipogeos cutáneos.
Dejo que la embriaguez del agua
bañe la sequía de mis empeines.
Humedezco el pecho altivo
aspirando las señales de la tromba.
Todo fenómeno improbable
queda por cumplirse
en la virginidad del pliego oceánico.
12
No importa si el poema
cae del cielo o brota de la tierra.
Si desciende de las cumbres heliconias
o asciende de un cráter con apremio
de roca plutónica.
Si con tino de volcán
proyecta su tipografía,
o con fertilizante de llovizna.
El esófago dispara
piedras viscerales,
mas ignora la asepsia periférica
que regla el aposento de las letras.
Poco importa su torpeza enardecida,
su erupción de alquimia carrasposa.
Da lo mismo
si la altura suministra
el fosforescer de la planicie,
si el arabesco de los dígitos
resulta entronizado
por el sonar de un tragaluz.
Más acá del rito originario
el poema es materia cognoscible,
liebre capturada entre dos hitos.
al arbol ----POR RITA AMODEI
UNO DE LOS HECHOS QUE NOS CAUSA MAS CONGOJA ES VER DERRIBADO A UN COLOSO , A UN HEROE COTIDIANO QUE POR COTIDIANO MUCHAS VECES LE RESTAMOS VALOR Y AMOR PERO QUE CUANDO LO VEMOS CAIDO , CERCENADA SU VIDA POR MANOS IMPUDICAS E IMPIADOSAS , NOS INVADE NOS INVADE LA CONCIENCIA DE LA PERDIDA.
HABLO DEL ARBOL , ESE QUE EXTIENDE SUS BRAZOS AMOROSOS PARA COBIJAR POAJAROS CANSADOS Y CANTOS AL ORIENTE .
HAblo DE LOS ARBOLES QUE NOS DAN SU PRESENCIA ANUNCIADORA DE LAS ESTACIONES Y RINDO HOMENAJE A LOS ARBOLES CAIDOS BAJO LA MANO INSENSIBLE Y CODICIOSA DEL SEÑOR GOBERNADOR DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES MAURICIO MACRI Y DE LA SEÑORA VICE GOBERNADORA MARIA EUGENIA VIDAL .
ELLOS DIERON LA ORDEN DE ANIQUILAR LA VIDA EN BUENOS AIRES .
A LOS ESPECTROS DE ESOSO ARBOLES SEGADOS Y DE TODOS NUESTROS VERDES AMIGOS ELIJO ESTA POESIA DE TAGORE . RITA AMODEI
EL ÁRBOL
Viajero, escucha:
Yo soy la tabla de tu cuna, la madera de tu barca,
La superficie de tu mesa, la puerta de tu casa.
Yo soy el mango de tu herramienta,
El bastón de tu vejez.
Yo soy el fruto que te regala y te nutre,
La sombra bienhechora que te cobija
Contra los ardores del estío,
El refugio amable de los pájaros
Que alegraron con sus cantos tus horas
Y limpian de insectos tus campos.
Yo soy la hermosura del paisaje,
El encanto de la huerta,
La señal de la montaña,
El lindero del camino...
Yo soy la leña que te calienta
En los días de invierno,
El perfume que te regala
Y embalsama el aire a todas horas,
La salud de tu cuerpo
Y la alegría de tu alma.
Por todo esto, viajero que me contemplas,
tú que me plantaste con tu mano
y puedes llamarme hijo,
o que me has contemplado tantas veces,
mírame bien, pero...
No me hagas daño.
(Rabindranath Tagore)
ALEJANDRO DOLINA " EL MUNDO NO SE CREO AYER POR LA TARDE ------POR RITA AMODEI -
Alejandro Dolina habla de Leibniz, Voltaire y las actuales modas religiosas del new age
Como nota de pié, cuando Dolina refiere a la cita "éste es el mejor de los mundos posibles" Leibniz se refiere a que este mundo es el mejor no moralmente, sino matemáticamente. De todas las posibilidades de combinaciones, este mundo ha encontrado el equilibrio y es matemática y físicamente perfecto. Un mundo extremamente homogéneo equivale al infierno y una extrema heterogeneidad equivale al Paraíso.
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QUIEN ES JORGE DORIO -------POR RITA AMODEI
Jorge Dorio (n. Buenos Aires, 26 de marzo de 1958[1] ) es un periodista, escritor y actor argentino.
BiografíaCursó sus estudios primarios y secundarios en los Colegios Bernardo de Irigoyen , Nacional Buenos Aires e Instituto Libre de Segunda Enseñanza.
En su juventud estudió medicina, practicó deportes, que incluyeron gimnasia sueca y esgrima y escribió poesías.
Cuenta que nació hace 49 años en Barracas, que fue expulsado de cinco jardines de infantes y tuvo un par de sanciones en el Colegio Bernardo de Irigoyen. Aunque en el Nacional Buenos Aires fue un alumno modelo y estuvo al frente del centro de estudiantes, hasta que irrumpió la dictadura militar. “Ahí tuve sanciones de otro orden, porque terminé preso unas catorce veces en la comisaría segunda, a la que solía ir a sacarme el padre de Aníbal Ibarra”. Dice, también, que en el servicio militar recibió 15 arrestos por mala conducta y desde entonces no se afeita el bigote. “Algunas veces ha sido reducido, y no hace mucho tiempo fue la última. ¿Por qué? Es que en una de las notas aburridas de “Bien Arriba” me pidieron que vaya a entrevistar a los bomberos. Dije: ‘muchachos, soy de Barracas’. Entonces me fui al cuartel y a la noche tuve mi bautismo de fuego, salí a apagar un incendio. Cuando me acerqué un poco, se me chamuscaron los bigotes de una manera tonta”.
[editar] RadioComenzó su carrera en 1984 en la radio, con Martín Caparrós, en el programa Sueño de una noche de Belgrano que ganó el premio España Radiodifusión, otorgado al mejor programa de radio de habla hispana.[2]
A fines de los '80 trabajó con Alejandro Dolina en La venganza será terrible y, más tarde, en La barra de Dolina, por Canal 7 Argentina[2] [1]
En 2007 hizo Si esta no es la siesta, su programa en Radio De la Ciudad (La Porteña).
Participa de lunes a jueves a la medianoche en el programa radial La venganza será terrible que se emite por Radio Del Plata bajo la conducción de Alejandro Dolina.
Desde 2010 conduce junto a Eric Calcagno Si esta no es la siesta que se emite los sábados por La Voz de las Madres.
En 2011, comenzó un programa con Alejandro Lingenti (ex Télam) y Mariano Hamilton, todas las tardes a las 18 en "La Rock", de Radio Nacional.
[editar] TVEn 1986, también junto a Caparrós, trabajó en televisión en el programa El monitor argentino.[1]
En los años posteriores trabajó en Badía & Compañía, junto a Juan Alberto Badía, hasta 1995.
Regresó a la TV hacia 2001, 2002 y 2003 ganó notoriedad como panelista de los debates de las primeras ediciones argentinas de Gran Hermano.
En 2007 fue panelista televisivo de Gran Hermano, El Debate, donde trabajaba junto a Marisa Brel y Mariano Peluffo, entre otros. También en ese mismo fue parte del staff de Bien Tarde, programa televisivo conducido por Fabián Gianola, y de Bien Arriba, programa radial.
En 2011 participó parodiando a Martín Caparrós en el falso documental de Alejandro Dolina, llamado Recordando el show de Alejandro Molina transmitido por Encuentro.
Actualmente (2013) se suma a las filas del programa 6,7,8
CineEn 1992 debutó en cine con la película El lado oscuro del corazón, junto a Darío Grandinetti, Nacha Guevara, Andrea Tenuta y el escritor uruguayo Mario Benedetti.[3]
En 1996 trabajó en la película Besos en la frente, junto a China Zorrilla y Carolina Papaleo, entre otros.[4]
En 2001 interpretó a "Carlos Guerrero" en la película sin estreno comercial El retrato de Felicitas, donde compartió elenco con Pancho Ibáñez y Jean Pierre Noher, entre otros.[5]
En 2008 trabajó en la película La luz del bosque.[6]
InternacionalHacia 1995, se incorporó a la OEA, siendo observador electoral en Perú, productor de la serie de programas para televisión América Viva; y luego fue corresponsal periodístico.[1]
GráficaHasta 1991 dirigió junto a Caparrós veinte números de la revista Babel.[1]
Ha publicado varios libros, el más reciente es La verba infamada, editado por Juvenilia Ediciones.
Escribió el prólogo de “Trash. Retratos de la Argentina mediática'”, de Alejandro Seselovsky[7]
sábado, 16 de febrero de 2013
JORGE LUIS BORGES .. LAS TRES VERSIONES DE JUDAS ..... POR RITA AMODEI
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Tres versiones de Judas
[Cuento. Texto completo]
Jorge Luis Borges
There seemed a certainity in degradation.
-T. E. Lawrence: Seven Pillars of Wisdom, ciii
En el Asia Menor o en Alejandría, en el segundo siglo de nuestra fe, cuando Basílides publicaba que el cosmos era una temeraria o malvada improvisación de ángeles deficientes, Niels Runeberg hubiera dirigido, con singular pasión intelectual, uno de los coventículos gnósticos. Dante le hubiera destinado, tal vez, un sepulcro de fuego; su nombre aumentaría los catálogos de heresiarcas menores, entre Satornilo y Carpócrates; algún fragmento de sus prédicas, exonerado de injurias, perduraría en el apócrifo Liber adversus omnes haereses o habría perecido cuando el incendio de una biblioteca monástica devoró el último ejemplar del Syntagma. En cambio, Dios le deparó el siglo veinte y la ciudad universitaria de Lund. Ahí, en 1904, publicó la primera edición de Kristus och Judas; ahí, en 1909, su libro capital Den hemlige Frälsaren. (Del último hay versión alemana, ejecutada en 1912 por Emili Schering; se llama Der heimliche Heiland.)
Antes de ensayar un examen de los precitados trabajos, urge repetir que Nils Runeberg, miembro de la Unión Evangélica Nacional, era hondamente religioso. En un cenáculo de París o aun en Buenos Aires, un literato podría muy bien redescubir las tesis de Runeberg; esas tesis, propuestas en un cenáculo, serían ligeros ejercicios inútiles de la negligencia o de la blasfemia. Para Runeberg, fueron la clave que descifra un misterio central de la teología; fueron materia de meditación y análisis, de controversia histórica y filológica, de soberbia, de júbilo y de terror. Justificaron y desbarataron su vida. Quienes recorran este artículo, deben asimismo considerar que no registra sino las conclusiones de Runeberg, no su dialéctica y sus pruebas. Alguien observará que la conclusión precedió sin duda a las “pruebas”. ¿Quién se resigna a buscar pruebas de algo no creído por él o cuya prédica no le importa?
La primera edición de Kristus och Judas lleva este categórico epígrafe, cuyo sentido, años después, monstruosamente dilataría el propio Nils Runeberg: No una cosa, todas las cosas que la tradición atribuye a Judas Iscariote son falsas (De Quincey, 1857). Precedido por algún alemán, De Quincey especuló que Judas entregó a Jesucristo para forzarlo a declarar su divinidad y a encender una vasta rebelión contra el yugo de Roma; Runeberg sugiere una vindicación de índole metafísica. Hábilmente, empieza por destacar la superfluidad del acto de Judas. Observa (como Robertson) que para identificar a un maestro que diariamente predicaba en la sinagoga y que obraba milagros ante concursos de miles de hombres, no se requiere la traición de un apóstol. Ello, sin embargo, ocurrió. Suponer un error en la Escritura es intolerable; no menos tolerable es admitir un hecho casual en el más precioso acontecimiento de la historia del mundo. Ergo, la traición de Judas no fue casual; fue un hecho prefijado que tiene su lugar misterioso en la economía de la redención. Prosigue Runeberg: El Verbo, cuando fue hecho carne, pasó de la ubicuidad al espacio, de la eternidad a la historia, de la dicha sin límites a la mutación y a la carne; para corresponder a tal sacrificio, era necesario que un hombre, en representación de todos los hombres, hiciera un sacrificio condigno. Judas Iscariote fue ese hombre. Judas, único entre los apóstoles, intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito de Jesús. El Verbo se había rebajado a mortal; Judas, discípulo del Verbo, podía rebajarse a delator (el peor delito que la infamia soporta) y ser huésped del fuego que no se apaga. El orden inferior es un espejo del orden superior; las formas de la tierra corresponden a las formas del cielo; las manchas de la piel son un mapa de las incorruptibles constelaciones; Judas refleja de algún modo a Jesús. De ahí los treinta dineros y el beso; de ahí la muerte voluntaria, para merecer aun más la Reprobación. Así dilucidó Nils Runeberg el enigma de Judas.
Los teólogos de todas las confesiones lo refutaron. Lars Peter Engström lo acusó de ignorar, o de preterir, la unión hipostática; Axel Borelius, de renovar la herejía de los docetas, que negaron la humanidad de Jesús; el acerado obispo de Lund, de contradecir el tercer versículo del capítulo 22 del Evangelio de San Lucas.
Estos variados anatemas influyeron en Runeberg, que parcialmente reescribió el reprobado libro y modificó su doctrina. Abandonó a sus adversarios el terreno teológico y propuso oblicuas razones de orden moral. Admitió que Jesús, «que disponía de los considerables recursos que la Omnipotencia puede ofrecer», no necesitaba de un hombre para redimir a todos los hombres. Rebatió, luego, a quienes afirman que nada sabemos del inexplicable traidor; sabemos, dijo, que fue uno de los apóstoles, uno de los elegidos para anunciar el reino de los cielos, para sanar enfermos, para limpiar leprosos, para resucitar muertos y para echar fuera demonios (Mateo 10: 7-8; Lucas 9: 1). Un varón a quien ha distinguido así el Redentor merece de nosotros la mejor interpretación de sus actos. Imputar su crimen a la codicia (como lo han hecho algunos, alegando a Juan 12: 6) es resignarse al móvil más torpe. Nils Runeberg propone el móvil contrario: un hiperbólico y hasta ilimitado ascetismo. El asceta, para mayor gloria de Dios, envilece y mortifica la carne; Judas hizo lo propio con el espíritu. Renunció al honor, al bien, a la paz, al reino de los cielos, como otros, menos heroicamente, al placer1. Premeditó con lucidez terrible sus culpas. En el adulterio suelen participar la ternura y la abnegación; en el homicidio, el coraje; en las profanaciones y la blasfemia, cierto fulgor satánico. Judas eligió aquellas culpas no visitadas por ninguna virtud: el abuso de confianza (Juan 12: 6) y la delación. Obró con gigantesca humildad, se creyó indigno de ser bueno. Pablo ha escrito: El que se gloria, gloríese en el Señor (I Corintios 1: 31); Judas buscó el Infierno, porque la dicha del Señor le bastaba. Pensó que la felicidad, como el bien, es un atributo divino y que no deben usurparlo los hombres2.
Muchos han descubierto, post factum, que en los justificables comienzos de Runeberg está su extravagante fin y que Den hemlige Frälsaren es una mera perversión o exasperación de Kristus och Judas. A fines de 1907, Runeberg terminó y revisó el texto manuscrito; casi dos años transcurrieron sin que lo entregara a la imprenta. En octubre de 1909, el libro apareció con un prólogo (tibio hasta lo enigmático) del hebraísta dinamarqués Erik Erfjord y con este pérfido epígrafe: En el mundo estaba y el mundo fue hecho por él, y el mundo no lo conoció (Juan 1: 10). El argumento general no es complejo, si bien la conclusión es monstruosa. Dios, arguye Nils Runeberg, se rebajó a ser hombre para la redención del género humano; cabe conjeturar que fue perfecto el sacrificio obrado por él, no invalidado o atenuado por omisiones. Limitar lo que padeció a la agonía de una tarde en la cruz es blasfematorio3. Afirmar que fue hombre y que fue incapaz de pecado encierra contradicción; los atributos de impeccabilitas y de humanitas no son compatibles. Kemnitz admite que el Redentor pudo sentir fatiga, frío, turbación, hambre y sed; también cabe admitir que pudo pecar y perderse. El famoso texto Brotará como raíz de tierra sedienta; no hay buen parecer en él, ni hermosura; despreciado y el último de los hombres; varón de dolores, experimentado en quebrantos (Isaías 53: 2-3), es para muchos una previsión del crucificado, en la hora de su muerte; para algunos (verbigracia, Hans Lassen Martensen), una refutación de la hermosura que el consenso vulgar atribuye a Cristo; para Runeberg, la puntual profecía no de un momento sino de todo el atroz porvenir, en el tiempo y en la eternidad, del Verbo hecho carne. Dios totalmente se hizo hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo. Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue Judas.
En vano propusieron esa revelación las librerías de Estocolmo y de Lund. Los incrédulos la consideraron, a priori, un insípido y laborioso juego teológico; los teólogos la desdeñaron. Runeberg intuyó en esa indiferencia ecuménica una casi milagrosa confirmación. Dios ordenaba esa indiferencia; Dios no quería que se propalara en la tierra Su terrible secreto. Runeberg comprendió que no era llegada la hora: Sintió que estaban convergiendo sobre él antiguas maldiciones divinas; recordó a Elías y a Moisés, que en la montaña se taparon la cara para no ver a Dios; a Isaías, que se aterró cuando sus ojos vieron a Aquel cuya gloria llena la tierra; a Saúl, cuyos ojos quedaron ciegos en el camino de Damasco; al rabino Simeón ben Azaí, que vio el Paraíso y murió; al famoso hechicero Juan de Viterbo, que enloqueció cuando pudo ver a la Trinidad; a los Midrashim, que abominan de los impíos que pronuncian el Shem Hamephorash, el Secreto Nombre de Dios. ¿No era él, acaso, culpable de ese crimen oscuro? ¿No sería ésa la blasfemia contra el Espíritu, la que no será perdonada (Mateo 12: 31)? Valerio Sorano murió por haber divulgado el oculto nombre de Roma; ¿qué infinito castigo sería el suyo, por haber descubierto y divulgado el horrible nombre de Dios?
Ebrio de insomnio y de vertiginosa dialéctica, Nils Runeberg erró por las calles de Malmö, rogando a voces que le fuera deparada la gracia de compartir con el Redentor el Infierno.
Murió de la rotura de un aneurisma, el primero de marzo de 1912. Los heresiólogos tal vez lo recordarán; agregó al concepto del Hijo, que parecía agotado, las complejidades del mal y del infortunio.
1. Borelius interroga con burla: ¿Por qué no renunció a renunciar? ¿Por qué no a renunciar a renunciar?
2. Euclydes da Cunha, en un libro ignorado por Runeberg, anota que para el heresiarca de Canudos, Antonio Conselheiro, la virtud «era una casi impiedad». El lector argentino recordará pasajes análogos en la obra de Almafuerte. Runeberg publicó, en la hoja simbólica Sju insegel, un asiduo poema descriptivo, El agua secreta; las primeras estrofas narran los hechos de un tumultuoso día; las últimas, el hallazgo de un estanque glacial; el poeta sugiere que la perduración de esa agua silenciosa corrige nuestra inútil vio-lencia y de algún modo la permite y la absuelve. El poema concluye así: El agua de la selva es feliz; podemos ser malvados y dolorosos.
3. Maurice Abramowicz observa: “Jésus, d'aprés ce scandinave, a toujours le beau rôle; ses déboires, grâce à la science des typographes, jouissent d'une réputabon polyglotte; sa résidence de trente-trois ans parmi les humains ne fut en somme, qu'une villégiature”. Erfjord, en el tercer apéndice de la Christelige Dogmatik refuta ese pasaje. Anota que la crucifixión de Dios no ha cesado, porque lo acontecido una sola vez en el tiempo se repite sin tregua en la eternidad. Judas, ahora, sigue cobrando las monedas de plata; sigue besando a Jesucristo; sigue arrojando las monedas de plata en el templo; sigue anudando el lazo de la cuerda en el campo de sangre. (Erlord, para justificar esa afirmación, invoca el último capítulo del primer tomo de la Vindicación de la eternidad, de Jaromir Hladík).
FIN
MARIA KODAMA . EL LIBRO COMO UNIVERSO ....... POR RITA AMODEI
María Kodama nació en la ciudad de Buenos Aires. Estudió en la Universidad Nacional de Buenos Aires la carrera de Letras. Tradujo con Jorge Luis Borges del islandés, La alucinación de Gylfi; del inglés, Libro de la Almohada y Breve antología anglosajona. Es coautora con Borges del libro Atlas. Ha escrito ensayo sobre la obra de Horacio Quiroga y Alberto Girri, entre otros. Dictó conferencias en diversas universidades del el mundo, como la de Columbia, EEUU; Sorbonne, en Francia; y La Sapienza, en Italia. Promovió y organizó la exposición con motivo del centenario de Jorge Luis Borges que recorrió las principales ciudades del mundo. Ha creado la Fundación Internacional Jorge Luis Borges, que actualmente preside.
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JORGE LUIS BORGES , METAFORA ------- POR RITA AMODEI
A lecture delivered at Harvard University 1967.
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JORGE LUIS BORGES .. ENTREVISTA .......POR RITA AMODEI
Primera de las dos entrevistas que concedió Borges a Joaquín Soler Serrano para el programa de televisión española "A fondo".
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ALEJANDRO DOLINA -- POR RITA AMODEI
ALEJANDRO DOLINA ES UNO DE LOS ILUSATRES PENSADORES E INTELECTUALES DE LA REPUBLICA ARGHENTINA .ESCRITOR DE PROLIFICA Y PRESTIGIOSA TRAYECTORIA , DOLINA TIENE UNO DE LOS PROGRAMS RADIALES DE MAYOR AUDIENCIA Y PERMANNENCIA EN EL AIRE CON PUBLICO PRESENTE . " LA VENGANZA SERA TERRIBLE " TRASCIENDE LA ARGENTINA PARA SER APRECIADO POR EL PUBLICO INTERNACIONAL, DESDE ALTINOAMERICA HASTA EUROPA .
EN LA ACTUALIDAD , EN ESTE PROGRAMA RADIAL , ALEJANDRO DOLINA ESTA ACOMPAÑADO POR EL EMINENTE JORGE DORIO Y PATRICIO BURTON .
POR GENTILEZAA DE DOLINA NOS LLEGA A ESTE BLOG ENTREVISTAS Y CONFERENCIAS EN LAS QUE ES PROTAGONISTA Y EN DONDE EL CORRER DE SU PENSAMIENTO LUCIDO Y SUS PROFUNDOS CONOCIMIENTOS ABARCATIVOS DE MUCHAS DISCIPLINAS NO QUITAN AMENIDAD NI SENCILLEZ EN EL LENGUAJE . JUSTAMENTE PORQUE DOLINA ES UNO DE LOS GRANDES DE LA CULTURA CONTEMPORANEA NO RECURRE A LOS MENTADOS METODOS DE LOS MEDIOCRES QUE SE CARACTERIZAN POR GRANDILOCUENCIAS , OSCURANTISMOS EN UN LENGUAJE CRIPTICO .
ES POR ESTA RAZON QUE EL SABER DE DOLINA LLEGA A TODOS Y QIEDA EN TODOS LOS QUE QUIEREN APRENDER PORQUE AL FIN Y AL CABO EL MAS SABIO ES ALUMNO ALERTA .
POR ULTIMO QUIERO DECIR QUE TODAS ESTAS CUALIDADES DE ALEJANDRO DOLINA SON EMERGENTES DE UNA PERSONA DE EXCELENCIA QUE DESTACA POR SU HONESTIDAD INTEGRAL .
COMO ARGENTINOS ESTAMOS ORGULLOSOS DE ALEJANDRO DOLINA Y LA GENTE QUE SIEMPRE LO ACOMPAÑA EM SUS PROGRAMAS RADIALES Y P`RESENTACIONES Y A PARTIR DE HOY TENDRFEMOS EL PRIVILEGIO DE CONTARLO EN ESTE BLOG POR VARIAS JORNADAS - RITA AMODEI
lunes, 11 de febrero de 2013
JORGE LUIS BORGES . CUENTO . LA CASA DE ASTERION ......... POR RITA AMODEI
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La casa de Asterión
[Cuento. Texto completo]
Jorge Luis Borges
Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, III,I
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)1 están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la Tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el Sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya veras cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce (son infinitos) los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce (son infinitos) los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado Sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el Sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que, alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El Sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.
FIN
sábado, 9 de febrero de 2013
JORGE LUIS BORGES . CONFERENCIA : EL BUDISMO ------ POR RITA AMODEI
De Siete noches, noche cuarta: El Budismo. - Entre junio y agosto de 1977, Jorge Luis Borges pronunció siete conferencias en el Teatro Coliseo de Buenos Aires: La Divina Comedia, La pesadilla, El libro de las mil y una noches, El budismo, ¿Qué es la poesía?, La cábala, y La ceguera.
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JORGE LUIS BORGES . CONFERENCIA : LA PESADILLA ........ POR RITA AMODEI
De Siete noches, noche segunda: La Pesadilla. - Entre junio y agosto de 1977, Jorge Luis Borges pronunció siete conferencias en el Teatro Coliseo de Buenos Aires: La Divina Comedia, La pesadilla, El libro de las mil y una noches, El budismo, ¿Qué es la poesía?, La cábala, y La ceguera
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JORGE LUIS BORGES . POEMAS ----POR RITA AMODEI
Jorge Luis Borges recita varios de sus poemas mas destacados: Ajedrez, Arte poética, Borges y yo, El Golem, El poeta declara su nombradía, La noche que en el sur lo velaron, Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad y Poema de los dones
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I
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El tablero
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones agresores.
Cuando los jugadores se hayan ido,
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es infinito.
II
Tenue rey, sesgo alfil, encarnizada
reina, torre directa y peón ladino
sobre lo negro y blanco del camino
buscan y libran su batalla armada.
No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.
También el jugador es prisionero
(la sentencia es de Omar) de otro tablero
de negras noches y de blancos días.
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
JORGE LUIS BORGES " LAS RUINAS CIRCULARES " CUENTO ------ POR RITA AMODEI DIRECTORA -.
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Las ruinas circulares
[Cuento. Texto completo]
Jorge Luis Borges
Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.
El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.
Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.
A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y sí de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de buen afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.
Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo. Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.
Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.
En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.
El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada día las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido... En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.
Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer -y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.
Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.
El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches; después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.
JORGE LUIS BORGES ." TRES VERSIONES DE JUDAS " ----- POR RITA AMODEI DIRECTORA
Tres versiones de Judas
[Cuento. Texto completo]
Jorge Luis Borges
There seemed a certainity in degradation.
-T. E. Lawrence: Seven Pillars of Wisdom, ciii
En el Asia Menor o en Alejandría, en el segundo siglo de nuestra fe, cuando Basílides publicaba que el cosmos era una temeraria o malvada improvisación de ángeles deficientes, Niels Runeberg hubiera dirigido, con singular pasión intelectual, uno de los coventículos gnósticos. Dante le hubiera destinado, tal vez, un sepulcro de fuego; su nombre aumentaría los catálogos de heresiarcas menores, entre Satornilo y Carpócrates; algún fragmento de sus prédicas, exonerado de injurias, perduraría en el apócrifo Liber adversus omnes haereses o habría perecido cuando el incendio de una biblioteca monástica devoró el último ejemplar del Syntagma. En cambio, Dios le deparó el siglo veinte y la ciudad universitaria de Lund. Ahí, en 1904, publicó la primera edición de Kristus och Judas; ahí, en 1909, su libro capital Den hemlige Frälsaren. (Del último hay versión alemana, ejecutada en 1912 por Emili Schering; se llama Der heimliche Heiland.)
Antes de ensayar un examen de los precitados trabajos, urge repetir que Nils Runeberg, miembro de la Unión Evangélica Nacional, era hondamente religioso. En un cenáculo de París o aun en Buenos Aires, un literato podría muy bien redescubir las tesis de Runeberg; esas tesis, propuestas en un cenáculo, serían ligeros ejercicios inútiles de la negligencia o de la blasfemia. Para Runeberg, fueron la clave que descifra un misterio central de la teología; fueron materia de meditación y análisis, de controversia histórica y filológica, de soberbia, de júbilo y de terror. Justificaron y desbarataron su vida. Quienes recorran este artículo, deben asimismo considerar que no registra sino las conclusiones de Runeberg, no su dialéctica y sus pruebas. Alguien observará que la conclusión precedió sin duda a las “pruebas”. ¿Quién se resigna a buscar pruebas de algo no creído por él o cuya prédica no le importa?
La primera edición de Kristus och Judas lleva este categórico epígrafe, cuyo sentido, años después, monstruosamente dilataría el propio Nils Runeberg: No una cosa, todas las cosas que la tradición atribuye a Judas Iscariote son falsas (De Quincey, 1857). Precedido por algún alemán, De Quincey especuló que Judas entregó a Jesucristo para forzarlo a declarar su divinidad y a encender una vasta rebelión contra el yugo de Roma; Runeberg sugiere una vindicación de índole metafísica. Hábilmente, empieza por destacar la superfluidad del acto de Judas. Observa (como Robertson) que para identificar a un maestro que diariamente predicaba en la sinagoga y que obraba milagros ante concursos de miles de hombres, no se requiere la traición de un apóstol. Ello, sin embargo, ocurrió. Suponer un error en la Escritura es intolerable; no menos tolerable es admitir un hecho casual en el más precioso acontecimiento de la historia del mundo. Ergo, la traición de Judas no fue casual; fue un hecho prefijado que tiene su lugar misterioso en la economía de la redención. Prosigue Runeberg: El Verbo, cuando fue hecho carne, pasó de la ubicuidad al espacio, de la eternidad a la historia, de la dicha sin límites a la mutación y a la carne; para corresponder a tal sacrificio, era necesario que un hombre, en representación de todos los hombres, hiciera un sacrificio condigno. Judas Iscariote fue ese hombre. Judas, único entre los apóstoles, intuyó la secreta divinidad y el terrible propósito de Jesús. El Verbo se había rebajado a mortal; Judas, discípulo del Verbo, podía rebajarse a delator (el peor delito que la infamia soporta) y ser huésped del fuego que no se apaga. El orden inferior es un espejo del orden superior; las formas de la tierra corresponden a las formas del cielo; las manchas de la piel son un mapa de las incorruptibles constelaciones; Judas refleja de algún modo a Jesús. De ahí los treinta dineros y el beso; de ahí la muerte voluntaria, para merecer aun más la Reprobación. Así dilucidó Nils Runeberg el enigma de Judas.
Los teólogos de todas las confesiones lo refutaron. Lars Peter Engström lo acusó de ignorar, o de preterir, la unión hipostática; Axel Borelius, de renovar la herejía de los docetas, que negaron la humanidad de Jesús; el acerado obispo de Lund, de contradecir el tercer versículo del capítulo 22 del Evangelio de San Lucas.
Estos variados anatemas influyeron en Runeberg, que parcialmente reescribió el reprobado libro y modificó su doctrina. Abandonó a sus adversarios el terreno teológico y propuso oblicuas razones de orden moral. Admitió que Jesús, «que disponía de los considerables recursos que la Omnipotencia puede ofrecer», no necesitaba de un hombre para redimir a todos los hombres. Rebatió, luego, a quienes afirman que nada sabemos del inexplicable traidor; sabemos, dijo, que fue uno de los apóstoles, uno de los elegidos para anunciar el reino de los cielos, para sanar enfermos, para limpiar leprosos, para resucitar muertos y para echar fuera demonios (Mateo 10: 7-8; Lucas 9: 1). Un varón a quien ha distinguido así el Redentor merece de nosotros la mejor interpretación de sus actos. Imputar su crimen a la codicia (como lo han hecho algunos, alegando a Juan 12: 6) es resignarse al móvil más torpe. Nils Runeberg propone el móvil contrario: un hiperbólico y hasta ilimitado ascetismo. El asceta, para mayor gloria de Dios, envilece y mortifica la carne; Judas hizo lo propio con el espíritu. Renunció al honor, al bien, a la paz, al reino de los cielos, como otros, menos heroicamente, al placer1. Premeditó con lucidez terrible sus culpas. En el adulterio suelen participar la ternura y la abnegación; en el homicidio, el coraje; en las profanaciones y la blasfemia, cierto fulgor satánico. Judas eligió aquellas culpas no visitadas por ninguna virtud: el abuso de confianza (Juan 12: 6) y la delación. Obró con gigantesca humildad, se creyó indigno de ser bueno. Pablo ha escrito: El que se gloria, gloríese en el Señor (I Corintios 1: 31); Judas buscó el Infierno, porque la dicha del Señor le bastaba. Pensó que la felicidad, como el bien, es un atributo divino y que no deben usurparlo los hombres2.
Muchos han descubierto, post factum, que en los justificables comienzos de Runeberg está su extravagante fin y que Den hemlige Frälsaren es una mera perversión o exasperación de Kristus och Judas. A fines de 1907, Runeberg terminó y revisó el texto manuscrito; casi dos años transcurrieron sin que lo entregara a la imprenta. En octubre de 1909, el libro apareció con un prólogo (tibio hasta lo enigmático) del hebraísta dinamarqués Erik Erfjord y con este pérfido epígrafe: En el mundo estaba y el mundo fue hecho por él, y el mundo no lo conoció (Juan 1: 10). El argumento general no es complejo, si bien la conclusión es monstruosa. Dios, arguye Nils Runeberg, se rebajó a ser hombre para la redención del género humano; cabe conjeturar que fue perfecto el sacrificio obrado por él, no invalidado o atenuado por omisiones. Limitar lo que padeció a la agonía de una tarde en la cruz es blasfematorio3. Afirmar que fue hombre y que fue incapaz de pecado encierra contradicción; los atributos de impeccabilitas y de humanitas no son compatibles. Kemnitz admite que el Redentor pudo sentir fatiga, frío, turbación, hambre y sed; también cabe admitir que pudo pecar y perderse. El famoso texto Brotará como raíz de tierra sedienta; no hay buen parecer en él, ni hermosura; despreciado y el último de los hombres; varón de dolores, experimentado en quebrantos (Isaías 53: 2-3), es para muchos una previsión del crucificado, en la hora de su muerte; para algunos (verbigracia, Hans Lassen Martensen), una refutación de la hermosura que el consenso vulgar atribuye a Cristo; para Runeberg, la puntual profecía no de un momento sino de todo el atroz porvenir, en el tiempo y en la eternidad, del Verbo hecho carne. Dios totalmente se hizo hombre hasta la infamia, hombre hasta la reprobación y el abismo. Para salvarnos, pudo elegir cualquiera de los destinos que traman la perpleja red de la historia; pudo ser Alejandro o Pitágoras o Rurik o Jesús; eligió un ínfimo destino: fue Judas.
En vano propusieron esa revelación las librerías de Estocolmo y de Lund. Los incrédulos la consideraron, a priori, un insípido y laborioso juego teológico; los teólogos la desdeñaron. Runeberg intuyó en esa indiferencia ecuménica una casi milagrosa confirmación. Dios ordenaba esa indiferencia; Dios no quería que se propalara en la tierra Su terrible secreto. Runeberg comprendió que no era llegada la hora: Sintió que estaban convergiendo sobre él antiguas maldiciones divinas; recordó a Elías y a Moisés, que en la montaña se taparon la cara para no ver a Dios; a Isaías, que se aterró cuando sus ojos vieron a Aquel cuya gloria llena la tierra; a Saúl, cuyos ojos quedaron ciegos en el camino de Damasco; al rabino Simeón ben Azaí, que vio el Paraíso y murió; al famoso hechicero Juan de Viterbo, que enloqueció cuando pudo ver a la Trinidad; a los Midrashim, que abominan de los impíos que pronuncian el Shem Hamephorash, el Secreto Nombre de Dios. ¿No era él, acaso, culpable de ese crimen oscuro? ¿No sería ésa la blasfemia contra el Espíritu, la que no será perdonada (Mateo 12: 31)? Valerio Sorano murió por haber divulgado el oculto nombre de Roma; ¿qué infinito castigo sería el suyo, por haber descubierto y divulgado el horrible nombre de Dios?
Ebrio de insomnio y de vertiginosa dialéctica, Nils Runeberg erró por las calles de Malmö, rogando a voces que le fuera deparada la gracia de compartir con el Redentor el Infierno.
Murió de la rotura de un aneurisma, el primero de marzo de 1912. Los heresiólogos tal vez lo recordarán; agregó al concepto del Hijo, que parecía agotado, las complejidades del mal y del infortunio.
1. Borelius interroga con burla: ¿Por qué no renunció a renunciar? ¿Por qué no a renunciar a renunciar?
2. Euclydes da Cunha, en un libro ignorado por Runeberg, anota que para el heresiarca de Canudos, Antonio Conselheiro, la virtud «era una casi impiedad». El lector argentino recordará pasajes análogos en la obra de Almafuerte. Runeberg publicó, en la hoja simbólica Sju insegel, un asiduo poema descriptivo, El agua secreta; las primeras estrofas narran los hechos de un tumultuoso día; las últimas, el hallazgo de un estanque glacial; el poeta sugiere que la perduración de esa agua silenciosa corrige nuestra inútil vio-lencia y de algún modo la permite y la absuelve. El poema concluye así: El agua de la selva es feliz; podemos ser malvados y dolorosos.
3. Maurice Abramowicz observa: “Jésus, d'aprés ce scandinave, a toujours le beau rôle; ses déboires, grâce à la science des typographes, jouissent d'une réputabon polyglotte; sa résidence de trente-trois ans parmi les humains ne fut en somme, qu'une villégiature”. Erfjord, en el tercer apéndice de la Christelige Dogmatik refuta ese pasaje. Anota que la crucifixión de Dios no ha cesado, porque lo acontecido una sola vez en el tiempo se repite sin tregua en la eternidad. Judas, ahora, sigue cobrando las monedas de plata; sigue besando a Jesucristo; sigue arrojando las monedas de plata en el templo; sigue anudando el lazo de la cuerda en el campo de sangre. (Erlord, para justificar esa afirmación, invoca el último capítulo del primer tomo de la Vindicación de la eternidad, de Jaromir Hladík).
FIN
JORGE LUIS BORGES . " LA BIBLIOTECA TOTAL " ------- POR RITA AMODEI DIRECTORA
La biblioteca total
[Cuento. Texto completo]
Jorge Luis Borges
El capricho o imaginación o utopía de la Biblioteca Total incluye ciertos rasgos, que no es difícil confundir con virtudes. Maravilla, en primer lugar, el mucho tiempo que tardaron los hombres en pensar esa idea. Ciertos ejemplos que Aristóteles atribuye a Demócrito y a Leucipo la prefiguran con claridad, pero su tardío inventor es Gustav Theodor Fechner y su primer expositor es Kurd Lasswitz. (Entre Demócrito de Abdera y Fechner de Leipzig fluyen -cargadamente- casi veinticuatro siglos de Europa.) Sus conexiones son ilustres y múltiples: está relacionada con el atomismo y con el análisis combinatorio, con la tipografía y con el azar. En la obra El certamen con la tortuga (Berlín, 1929), el doctor Theodore Wolff juzga que es una derivación, o parodia, de la máquina mental de Raimundo Lulio; yo agregaría que es un avatar tipográfico de esa doctrina del Eterno Regreso que prohijada por los estoicos o por Blanqui, por los pitagóricos o por Nietzsche, regresa eternamente.
El más antiguo de los textos que la vislumbran está en el primer libro de la Metafísica de Aristóteles. Hablo de aquel pasaje que expone la cosmogonía de Leucipo: la formación del mundo por la fortuita conjunción de los átomos. El escritor observa que lo átomos que esa conjetura requiere son homogéneos y que sus diferencias proceden de la posición, del orden o de la forma. Para ilustrar esas distinciones añade: "A difiere de N por la forma, AN de NA por el orden, Z de N por la posición". En el tratado De la generación y corrupción, quiere acordar la variedad de las cosas visibles con la simplicidad de los átomos y razona que una tragedia consta de iguales elementos que una comedia -es decir, de las veinticuatro letras del alfabeto.
Pasan trescientos años y Marco Tulio Cicerón compone un indeciso diálogo escéptico y lo titula irónicamente De la naturaleza de los dioses. En el segundo libro, uno de los interlocutores arguye: "No me admiro que haya alguien que se persuada de que ciertos cuerpos sólidos e individuales son arrastrados por la fuerza de la gravedad, resultando del concurso fortuito de estos cuerpos el mundo hermosísimo que vemos. El que juzga posible esto, también podrá creer que si arrojan a bulto innumerables caracteres de oro, con las veintiuna letras del alfabeto, pueden resultar estampados los Anales de Ennio. Ignoro si la casualidad podrá hacer que se lea un solo verso."1
La imagen tipográfica de Cicerón logra una larga vida. A mediados del siglo XVII, figura en un discurso académico de Pascal; Swift, a principios del siglo XVIII, la destaca en el preámbulo de su indignado Ensayo trivial sobre las facultades del alma, que es un museo de lugares comunes -como el futuro Dictionnaire des idées reçues, de Flaubert.
Siglo y medio más tarde, tres hombres justifican a Demócrito y refutan a Cicerón. En tan desaforado espacio de tiempo, el vocabulario y las metáforas de la polémica son distintos. Huxley (que es uno de esos hombres) no dice que los "caracteres de oro" acabarán por componer un verso latino, si los arrojan un número suficiente de veces; dice que media docena de monos, provistos de máquinas de escribir, producirán en unas cuantas eternidades todos los libros que contiene el British Museum2. Lewis Carroll (que es otro de los refutadores) observa en la segunda parte de la extraordinaria novela onírica Sylvie and Bruno -año 1893- que siendo limitado el número de palabras que comprende un idioma, lo es asimismo el de sus combinaciones posibles o sea el de sus libros. "Muy pronto -dice- los literatos no se preguntarán, '¿qué libro escribiré?', sino '¿cuál libro?'
"Lasswitz, animado por Fechner, imagina la Biblioteca Total. Publica su invención en el tomo de relatos fantásticos Traumkristalle.
La idea básica de Lasswitz es la de Carroll, pero los elementos de su juego son los universales símbolos ortográficos, no las palabras de un idioma. El número de tales elementos -letras, espacios, llaves, puntos suspensivos, guarismos- es reducido y puede reducirse algo más. El alfabeto puede renunciar a la cu (que es del todo superflua), a la equis (que es una abreviatura) y a todas las letras mayúsculas. Pueden eliminarse los algoritmos del sistema decimal de numeración o reducirse a dos, como en la notación binaria de Leibniz. Puede limitarse la puntuación a la coma y al punto. Puede no haber acentos, como en latín. A fuerza de simplificaciones análogas, llega Kurd Lasswitz a veinticinco símbolos suficientes (veintidós letras, el espacio, el punto, la coma) cuyas variaciones con repetición abarcan todo lo que es dable expresar en todas las lenguas. El conjunto de tales variaciones integraría una Biblioteca Total, de tamaño astronómico. Lasswitz insta a los hombres a producir mecánicamente esa Biblioteca inhumana, que organizaría el azar y que eliminaría a la inteligencia. (El certamen con la tortuga de Theodore Wolff expone la ejecución y las dimensiones de esa obra imposible.)
Todo estará en sus ciegos volúmenes. Todo: la historia minuciosa del porvenir, Los egipcios de Esquilo, el número preciso de veces que las aguas de Ganges han reflejado el vuelo de un halcón, el secreto y verdadero nombre de Roma, la enciclopedia que hubiera edificado Novalis, mis sueños y entresueños en el alba del catorce de agosto de 1934, la demostración del teorema de Pierre Fermat, los no escritos capítulos de Edwin Drood, esos mismos capítulos traducidos al idioma que hablaron los garamantas, las paradojas que ideó Berkeley acerca del Tiempo y que no publicó, los libros de hierro de Urizen, las prematuras epifanías de Stephen Dedalus que antes de un ciclo de mil años nada querrán decir, el evangelio gnóstico de Basílides, el cantar que cantaron las sirenas, el catálogo fiel de la Biblioteca, la demostración de la falacia de ese catálogo. Todo, pero por una línea razonable o una justa noticia habrá millones de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. Todo, pero las generaciones de los hombres pueden pasar sin que los anaqueles vertiginosos -los anaqueles que obliteran el día y en los que habita el caos- les hayan otorgado una página tolerable.
Uno de los hábitos de la mente es la invención de imaginaciones horribles.
Ha inventado el Infierno, ha inventado la predestinación al Infierno, ha imaginado las ideas platónicas, la quimera, la esfinge, los anormales números transfinitos (donde la parte no es menos copiosa que el todo), las máscaras, los espejos, las óperas, la teratológica Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espectro insoluble, articulados en un solo organismo... Yo he procurado rescatar del olvido un horror subalterno: la vasta Biblioteca contradictoria, cuyos desiertos verticales de libros corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira.
1- No teniendo a la vista el original, copio la versión española de Menéndez y Pelayo (Obras completas de Marco Tulio Cicerón, tomo tercero, p.88). Deussen y Mauthner hablan de una bolsa de letras y no dicen que éstas son de oro; no es imposible que el "ilustre bibliófago" haya donado el oro y haya retirado la bolsa.
2- Bastaría, en rigor, con un solo mono inmortal.
MANUEL MUJICA LAINEZ .." DE LA MISTERIOSA BUENOS AIRES " ---- POR RITA AMODEI
Tres episodios basados sobre cuentos del libro homónimo de Manuel Mujica Lainez, sobre guiones de los propios directores y la colaboración de Ernesto Schoó.
El hambre: dirigido por Alberto Fisherman con J.J. Chiambretto, Pablo Brichta, José María Gutiérrez, Patricio Contreras.
La pulsera de cascabeles dirigido por Ricardo Wullicher con Walter Santa Ana, Augusto Kretsmar, Eduardo Alonso, Iván Grey.
El salón dorado dirigido por Oscar Barney Finn con Eva Franco, Julia von Grolman, Aldo Barbero, Graciela Dufau.
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MANUEL MUJICA LAINEZ .." DE LA MISTERIOSA BUENOS AIRES " ---- POR RITA AMODEI
Mujica Lainez
Prólogo de Jorge Cruz
Índice
Prólogo, por Jorge Cruz 11
Aquí vivieron 31
I. Lumbi (1583) 33
II. El lobisón (1633) 39
III. El cofre (1648) 49
IV. Los toros (1702) 57
V. Los amores de Leonor
Montalvo (1748) 66
VI. El camino desandado
(1755) 76
VII. La máscara sin rostro
(1779) 83
VIII. Los reconquistadores
(1806) 91
IX Prisión de sangre
(1810) 98
X. El poeta perdido
(1835) 107
XI. La viajera (1840) 120
XII. Tormenta en el río
(1847) 128
XIII. El pintor de San Isidro
(1867) 134
XIV. El testamento (1872) 140
XV. El coleccionista
(1891) 148
XVI. Rival (1895) 154
XVII. La mujer de Pablo
(1897) 161
XVIII. El dominó amarillo
(1900) 169
XIX. El grito (1913) 178
XX. El atorrante (1915) 188
XXI. Regreso (1918) 193
XXII. La que recordaba
(1919) 201
XXIII. Muerte de la quinta
(1924) 205
Misteriosa Buenos Aires 211
I. El hambre (1536) 213
II. El primer poeta
(1538) 218
III. La Sirena (1541) 222
IV. La fundadora
(1580) 226
V. La enamorada del pequeño
Dragón (1584) 229
VI El libro (1605) 235
VII. Las ropas del maestro
(1608) 239
VIII. Milagro (1610) 242
IX. Los pelícanos de plata
(1615) 245
X. El espejo desordenado
(1643) 248
XI Crepúsculo (1644) 256
XII Las reverencias
(1648) 260
XIII. Toinette (1658) 264
XIV. El imaginero (1679) 269
XV. El arzobispo de Samos
(1694) 274
XVI. El embrujo del Rey
(1699) 278
XVII. La ciudad encantada
(1709) 282
XVIII. La pulsera de cascabeles
(1720) 286
XIX. El patio iluminado
(1725) 290
XX. La mojiganga (1753) 293
XXI. Le royal Cacambo
(1761) 297
XXII. La jaula (1776) 301
XXIII. La víbora (1780) 305
XXIV. El sucesor (1785) 310
XXV. El pastor del río
(1792) 314
XXVI. El ilustre amor
(1797) 318
XXVII. La princesa de Hungría
(1802) 322
XXVIII. La galera (1803) 329
XXIX. La casa cerrada
(1807) 333
XXX. El amigo (1808) 338
XXXI. Memorias de Pablo
y Virginia (1816-1852) 345
XXXII. La hechizada
(1817) 363
XXXIII. El cazador de fantasmas
(1821) 372
XXXIV. La adoración de los Reyes
Magos (1822) 377
XXXV. El ángel y el payador
(1825) 380
XXXVI. El tapir (1835) 386
XXXVII. El vagamundo
(1839) 391
XXXVIII. Un granadero
(1850) 394
XXXIX. La escalinata de mármol
(1852) 400
XL. Una aventura del Pollo
(1866) 404
XLI. El hombrecito del azulejo
(1875) 415
XLII. El salón dorado
(1904) 422
Prólogo
Relatos familiares
Contar fue —voy a utilizar dos palabras de raíz religiosa— una
vocación y una predestinación de Manuel Mujica Lainez, el escritor argentino
que vivió entre 1910 y 1984 y dejó una obra numerosa, narrativa
en su mayor parte pero también poética y ensayística, si se tolera el
abuso de estirar este vocablo hasta abarcar la biografía, el artículo de tema
literario o histórico y la nota de viaje; todo lo que no es resultado de
la pura invención, aunque la incluya en alguna medida. Tradujo, además,
medio centenar de sonetos de Shakespeare y piezas teatrales de clásicos
franceses.
Durante la infancia se nutrió de relatos y libros. Su abuela Justa
Varela de Lainez y en particular sus tías Lainez sabían las cosas más
insólitas y se complacían en narrarlas con prodigalidad ante el fascinado
niño. No pocos de esos relatos concernían a la propia familia y tocaban
a personajes y sucesos de la historia argentina, sobre todo a la
historia intelectual. Por los Varela se emparentaban con dos figuras sobresalientes
de las letras nacionales: Juan Cruz Varela, poeta neoclásico,
admirador del español Manuel José Quintana y autor de dos tragedias
clásicas, de augustas odas dedicadas a héroes y victorias de las guerras
de la Independencia; y Florencio Varela, uno de los más notables
periodistas de su tiempo, ambos proscritos durante la tiranía de Juan
Manuel de Rosas.
Justa Varela fue mujer de Bernabé Lainez Cané, por el cual,
en la sangre de nuestro escritor, corría también la de otro clásico de
las letras argentinas, Miguel Cané, autor de Juvenilia y fiel exponente
de la llamada generación del 80, formada por hombres que amaban
la cultura, las artes, los viajes, la conversación y el refinamiento,
ciudadanos de un Buenos Aires cosmopolita y próspero, aunque también
babélico y contradictorio. Con ellos tenía Mujica Lainez, por
temperamento y formación, muchos puntos de contacto. Hay que
añadir que la madre del escritor, Lucía Lainez de Mujica Farías, era
mujer de cultura poco común, que escribía con gracia y elegancia, según
lo demuestra su libro Recordando..., memorias de su permanencia
en Francia.
El primer Mujica establecido en el Río de la Plata, a mediados
del siglo XVIII, fue Juan Bautista de Mújica y Gorostizu, vasco
por todos lados, unido en matrimonio con una descendiente de otro
vasco, nada menos que Juan de Garay, quien fundó Buenos Aires en
1580. Estas referencias genealógicas no son impertinentes en el caso
de Mujica Lainez, pues en su vida y en su obra importaron. El orgullo
de la prosapia —inalterable en el transcurso de la historia, desde
la nobleza por la gracia de Dios hasta la procurada por las armas o por
el dinero— se reitera en el autor, tanto en sus obras argentinas, con
personajes de sobria ascendencia, como en las de tema europeo, en las
que espejean escudos de armas de familias reales y de antiguo y preclaro
origen. El escritor publicó, en la revista El Hogar, entre 1947 y
1948, nueve notas con el título general de “La historia viva en nuestras
casas tradicionales”, fruto de investigaciones documentales y de
frecuentaciones amistosas. Las notas pueden leerse en Los porteños
(Ediciones Librería de La Ciudad, 1979). La curiosidad por los abolengos,
sin embargo, no lo desvió jamás del primordial aprecio dispensado
a la belleza, la gracia y la inteligencia como rasgos parejos a
la nobleza.
Prehistoria del narrador
Mujica Lainez mostró muy tempranamente su vocación por
las letras. De la infancia data una comedia, y de la adolescencia, cuando
cursaba sus estudios secundarios en la Ecole Descartes, de París, un
poema, redactado en francés y en alejandrinos, en el cual solicitaba
clemencia al jefe de celadores para que los librara a él y a sus compañeros
de una dura penitencia. Los versos ablandaron al celoso custodio
del orden escolar y descubrieron en el alumno la aptitud para
componerlos circunstancialmente y con calidad propia de consumado
repentista. Cuántas veces iba a exhibir esta sorprendente aptitud, registrada,
en parte, en el inédito Cancionero de La Nación (el diario del
cual fue redactor durante casi cuarenta años) y, en parte, en la memoria
de sus amigos.
De esa época se ha conservado una breve y también inédita
novela, en francés, titulada Louis XVII. En la dedicatoria del único
ejemplar que existe, mecanografiado y con fina encuadernación, el
autor no oculta el orgullo de sus catorce años: “À Papa, mon premier
livre”. En el transcurso de nueve capítulos se desarrolla la historia de
un personaje que ha perdido la razón y se cree Luis Carlos, el Delfín
de Francia, segundo hijo de Luis XVI y María Antonieta, encerrado en
el Temple (viejo monasterio de los templarios) y proclamado Luis XVII
12
por los nobles exiliados, luego de la ejecución de sus padres. El Delfín
murió en la prisión en 1795, pero algunos creyeron que se le había facilitado
la huida y que en su lugar había quedado un niño enfermo.
Amparándose en esta suposición, ciertos intrigantes, luego de la caída
de Napoléon I, trataron de hacerse pasar por el hijo del rey decapitado.
Un cuarto de siglo después retomó Mujica Lainez el tema en “La
escalinata de mármol”, de Misteriosa Buenos Aires, donde se deja entrever
que el Delfín, con el nombre de Pierre Benoit, murió en Buenos
Aires.
Luego de este intento —más bien ejercicio escolar avanzado—,
Mujica Lainez advirtió que para llegar a ser un verdadero escritor debía
sumergirse hondamente en las aguas del propio idioma. Sin embargo,
se dio el gusto de redactar en francés, mucho más tarde, “Le royal Cacambo”,
de Misteriosa Buenos Aires. Cumplida la experiencia europea
(París y Londres) entre 1923 y 1925, concluyó en su ciudad natal los estudios
secundarios, comenzó y abandonó los universitarios en la Facultad
de Derecho y fue fugaz funcionario en el Ministerio de Agricultura
y Ganadería. El período de transición e indecisión concluyó cuando se
dedicó, y para siempre, al periodismo; primero, y por poco tiempo, en
la sección de noticias del interior del diario La Razón, y luego, a fines
de 1932, en la redacción de La Nación.
Primeros cuentos en letras de molde
Antes de su iniciación periodística, La Nación había incluido,
en las páginas literarias del 26 de junio de 1927, un poema titulado
“Crepúsculo otoñal”, enjoyado de reminiscencias modernistas. Otros
aparecieron en El Hogar, en Don Goyo y en Fray Mocho. Más convincentes
que los poemas, bien medidos y rimados, pero poco espontáneos,
resultan las páginas en prosa, aparecidas en aquellas publicaciones
y en La Nación. En ellas se esfuma lo que trasciende a ejercicio virtuoso
y despuntan el observador irónico y el narrador que siente el placer
de contar. De 1928 —el autor tenía 18 años— datan sus primeros
relatos: cuatro cuentos en los que se oponen lo ideal y lo real. En “Una
tragedia del Renacimiento” contrasta el boato teatral de los Borgia célebres
y la vulgaridad cotidiana y contemporánea a la que regresan,
concluida la filmación, los actores que los encarnan. En “Un artista”,
su protagonista exhibe los atributos exteriores de un ser espiritual y
sensible, pero al final se descubre totalmente distinto. La joya más preciada
de una adinerada señora, en “La mesa estilo Imperio”, es un mueble
que, según le han asegurado, perteneció a Josefina Bonaparte, pero
en verdad no es antiguo ni ilustre. El gran señor inglés de “El mail
13
coach” ha perdido su fortuna, y el lujoso y turístico carruaje es una
fuente de recursos para su dueño.
Algunos de estos relatos contienen observaciones sobre la figuración
y, seguramente, recogen experiencias del joven hombre de
mundo que en las notas de “A través de mi monóculo” (1928), “Retiro-
Tigre. Apuntes de un viajero desocupado” (1929) y “Con vidrio
de aumento” (1930) registraba sus irónicas observaciones de filósofo
de salón. Un ejemplo: “¿Qué es un hombre recto? —Un hombre que
dice la verdad. —¿Y un hombre insoportable? —Un hombre que dice
verdades”. De 1929 data “Ubaldo”, nombre de un poderoso banquero,
pequeño y débil, a quien su corpulenta mujer, ansiosa de escandalosa
notoriedad, obliga a sentar fama de Don Juan, pretensión
que precipita a ambos en el ridículo. 1930 es el año de un cuento hallado
entre los papeles del escritor, después de su muerte, y sin constancia
de publicación. Se denomina “Invierno, viejo invierno” y figura,
como los anteriores, en Cuentos inéditos, editados por Planeta Biblioteca
del Sur en 1993. No es propiamente un cuento, es una simple
invocación, de muy pobre interés. Con razón el autor lo dejó entre
sus papeles.
Varias narraciones se sucedieron en La Nación a lo largo de
1934. Mujica Lainez no reunió en volumen estos relatos, a pesar de
que demostraban una más alerta preocupación artística. Los contrastes
esquemáticos, algo ingenuos y previsibles, el gusto por lo ingeniosamente
sentencioso aplicado a la crítica de costumbres, se atenúan,
mientras comienzan a destacarse otros detalles: situaciones en las cuales
la fantasía se expande libremente, a costa del realismo, personajes
más complicados y descripciones ricas en relieves y colores. Tal el caso
de “Palomba”, cuya protagonista es un personaje alucinado, en un ámbito
vagamente medieval, de cuento de hadas. Cosa parecida podría
decirse del ogro de “El arcón”, colérico y ciego, avaro y cruel. En “El
Inca Garcilaso de la Vega o el conquistador conquistado”, animado por
un personaje histórico, el tema del linaje cobra trascendencia. “Hijo de
un capitán ibérico, de alcurnia hidalga, y de una princesa peruana, nieta
de Tupac Yupanqui”, ambas razas se lo disputan. Como el escritor
argentino, el mestizo cuzqueño tiene entre sus antepasados a gente de
letras: nada menos que el Marqués de Santillana, Jorge Manrique y
Garcilaso de la Vega, el poeta. Finalmente, por sobre el abolengo hispano
va a imponerse la raza materna. Los Comentarios reales del Inca
constituyen el “pedestal sólido para la fama de los descendientes de
Manco Capac” y simbolizan “el desquite de la raza vencida sobre la dominadora”.
En “El milagro” (nada tiene que ver con “Milagro” de Misteriosa
Buenos Aires), el joven escritor ha alcanzado magistral dominio en
14
el manejo del idioma, los personajes y el entorno. Con sutil ironía, la
historia de las solteronas deslumbradas por el falso Arcángel —en verdad,
un apuesto militar que se fuga con unos ricos candelabros— excluye
el esquematismo de los contrastes reiterado en otros cuentos. En
“La divina Sarah”, la protagonista se identifica con Sarah Bernhardt, la
célebre actriz francesa, y pierde pie en la realidad para dar impulso a su
fantasía. Como Palomba, ha perdido la razón. En 1938 dio a conocer
en el Suplemento Literario de La Nación “El grito en la tormenta”,
donde se manifiesta una presencia inquietante, misteriosa y un tanto
terrorífica, nueva en el autor. Este relato no figura en los citados Cuentos
inéditos.
Ensayo y ficción
En el fértil 1934 (el autor tenía 24 años) comenzaron a aparecer
en La Nación páginas basadas en lecturas españolas. Respiraba el escritor
aires hispánicos no sólo en la literatura sino en el trato asiduo con
personajes de los Cursos de Cultura Católica, de quienes se apartó cuando,
en la Segunda Guerra Mundial, algunos de ellos —entre los cuales
había amigos de la infancia— tomaron partido por nazis y fascistas.
Mujica Lainez se puso del lado de los Aliados. Dos años después, aquellos
trabajos aparecieron reunidos en Glosas castellanas, su primer libro.
Lo integran ocho ensayos literarios, muestras de su inmersión en la lengua
española y su literatura. La serie titulada “Prosas quijotiles” se inclina
hacia la ficción, pues el elemento imaginativo tiene en ella papel preponderante:
invención del autor a partir de la invención cervantina. “El
cura y el barbero” cuenta cómo los dos personajes, leyendo algunos libros
de la biblioteca de Don Quijote, después del escrutinio que salva
o condena obras literarias, conciben la idea de emprender, a su vez,
aventuras quijotescas. Los duques de la “prosa” así denominada aparecen
como esclavos de sus quimeras. En “El pintor de Don Quijote”, el
escritor supone que tal artista es El Greco y, en “El escepticismo de Sancho”,
éste confunde a verdaderos bandoleros, que lo maltratan, con carneros,
al revés del amo.
De su aprendizaje español, Mujica Lainez recogió vocablos antiguos
y entonaciones castellanas que no desaparecerán del todo en sus
páginas. En 1938 publicó su primera novela, Don Galaz de Buenos Aires,
cuyo protagonista es un personaje mitad Quijote, mitad pícaro, imaginado
en el “diminuto y humilde” Buenos Aires del siglo XVII. Según él,
la Literatura desmitifica a la Historia. Los próceres —protesta el joven
autor— “aparecen ante nosotros siempre erguidos, siempre ataviados
con galas de fuste, siempre ocupados de cosas de gobierno, grandilo-
15
cuentes, con la mano autoritaria a la altura del pecho, como si juraran
decir la verdad”. Contra esa visión se volvió, y esa actitud prevalecerá en
todas sus obras de sustento histórico. Con la novela, en la que se advierte
la marca de La gloria de Don Ramiro, de Enrique Larreta, admirado
amigo suyo y de sus padres y vecino en el barrio de Belgrano, Glosas castellanas
constituye lo que el autor llamó su “academia”, el resultado del
aprendizaje, la prueba de sus fuerzas.
Fiel a la Historia desmitificada, humanizada, Mujica Lainez
publicó a continuación tres biografías de escritores argentinos: su pariente
Miguel Cané, el romántico, padre del citado autor de Juvenilia
(1942), y dos poetas gauchescos, Hilario Ascasubi (1943) y Estanislao
del Campo (1946), tríptico en el que se anuncia aventajadamente el
narrador artista pronto a demostrar su cabal madurez. En la misma década
aparecieron dos obras fervorosamente dedicadas a su ciudad: Canto
a Buenos Aires (1943), en verso, y Estampas de Buenos Aires (1946),
en prosa.
Cuentos encadenados
Luego de esta larga, minuciosa y ejemplar preparación, el escritor
dio a conocer, en el umbral de la cuarentena, Aquí vivieron (1949)
y Misteriosa Buenos Aires (1950). Los forman cuentos compuestos especialmente
para encadenarse en estos dos libros de estructura semejante,
próximos a la novela. El primero se sitúa espacialmente en los Montes
Grandes, luego barrancas de San Isidro, y el segundo, en Buenos Aires.
Temporalmente abarcan casi cuatro siglos de vida argentina. Además
del título, cada cuento lleva la indicación del año en que transcurre. En
La Nación aparecieron “Huecufú” (1947), “Crepúsculo” (1949) y “Un
granadero” (1950). Los dos últimos se incorporaron más tarde a Misteriosa
Buenos Aires. En cambio, “Huecufú”, destinado en principio a encabezar
Aquí vivieron, quedó fuera. Huecufú es un duende que asiste al
combate del 15 de junio de 1536 entre españoles e indígenas y advierte
la presencia de los ángeles blancos y los ángeles negros que, invisibles,
participan de la lucha. Luego de la derrota de los indios, desaparece.
Una nota del autor dice: “Comienza con este relato la ‘biografía’ de un
solar de los alrededores de Buenos Aires. Como siempre, en el principio
está lo mitológico”.
Aquí vivieron lleva como subtítulo “Historias de una quinta de
San Isidro, 1583-1924”. Siguiendo su costumbre, el autor consigna las
fechas de composición de los cuentos, entre el 7 de mayo de l947 y el 5
de mayo de l948. Ocho de los veintitrés relatos se desarrollan durante
la Colonia y los demás en la Argentina independiente. En ellos lo his-
16
tórico gravita tanto en los ajustes que exige cada época como en las referencias
a personajes y situaciones oficiales y en los detalles del escenario
que va modificándose con el paso de los años. Es materia que Mujica
Lainez domina ya perfectamente. Tal dominio le permite inventar
con libertad y, al mismo tiempo, con propiedad histórica. El margen de
libertad se amplía gracias a que los protagonistas de los relatos no son
personajes públicos y notorios, de actuación ya establecida, sino gente
común de las diversas épocas del transcurso temporal. En el breve prólogo
de la edición de 1962, la tercera, el autor manifiesta su predilección
por el libro. “Lo quiero especialmente, quizás porque las imágenes
que lo forman están íntimamente enraizadas en lo hondo de mi infancia
y de mi adolescencia y porque, si alguna rara vez lo recorro todavía,
me trae el perfume del viejo San Isidro, que es el de mis años distantes,
intenso y secreto”.
Cuando allí se construye una quinta, los cuentos comienzan a
encadenarse y a formar una trama que abarca el conjunto, sin que las
narraciones pierdan independencia. Los miembros de una familia reaparecen
en varias. Son los moradores de la quinta que se menciona,
por primera vez, en “Los amores de Leonor Montalvo”, la hija adolescente
de un pulpero de la ciudad, de la cual se prenda Don Francisco
Montalvo, hidalgo cuarentón y adinerado. Su amigo, el capitán Domingo
de Acassuso “edificaba a la sazón una iglesia, cumpliendo un
voto, a cinco leguas de la ciudad, frente al Río de la Plata. Crecía en
torno una población titubeante, que empezaba a llamarse San Isidro
en homenaje al santo labrador a quien estaba consagrada la capilla. En
1718, un año después de la boda, Montalvo adquirió allí una propiedad
sobre la barranca...”. La casa que allí hace construir es la jaula en
la que encierra a su joven esposa. Más tarde, el dueño es Fernando Islas
de Garay, descendiente (como el mismo Mujica Lainez) del fundador
de Buenos Aires. En “El poeta perdido” se habla de otros parientes
del escritor, mucho más cercanos: Fray Julián Perdriel, Juan Cruz
Varela, Miguel Cané (padre) y Misia Bernabela Andrade. Una Islas se
casa con un Montalvo, remoto pariente de los primitivos dueños de la
finca, y de esa unión nace Francisco, el poeta romántico. Al quedar
huérfano, vive con su tía Catalina Romero de Islas, dueña de un collar
de rubíes que tiene una historia particular dentro de la serie. La quinta
de San Isidro pasa luego a manos de Teresa Rey de Montalvo, viuda
de Francisco, y, más tarde, a las de Diego Ponce de León, que “alimentaba
la locura del arte, la fiebre de los objetos” (“El coleccionista”),
y concluye por perder su fortuna (“El dominó amarillo”); la quinta se
degrada y finalmente el terreno se lotea y se vende (“Muerte de la
quinta”). El tiempo y la decadencia son temas que se destacan ya como
característicos de Mujica Lainez, como igualmente cobra relieve la
17
visión plástica del escritor para animar escenas en las que formas y colores
resaltan.
En algunos de los cuentos se verifican los choques de fantasía
y realidad que mostraban los primeros relatos del escritor, pero realzados
por situaciones en las que alucinaciones, visiones, espectros, fantasmas,
hechicerías propias de cultos africanos, amores ambiguos y prohibidos,
odios y resentimientos irrumpen en la realidad superficial. En “El
camino desandado”, un escribiente es testigo del aquelarre en el cual se
corporizan mágicamente seres y hechos ocurridos en el lugar. El lenguaje
del escritor perfecciona un dejo español subrayado a veces por arcaísmos,
por el constante leísmo (“la negra le mató con su propio cuchillo”)
y la utilización esporádica de los pronombres enclíticos, como en el caso
de “animábanse las pausas de silencio”.
Cuentos de Buenos Aires
Poco después de concluir Aquí vivieron, inició —el 20 de octubre
de 1948— Misteriosa Buenos Aires, una obra maestra. Le puso
punto final el 18 de octubre de l950. Siguió el mismo plan del libro
anterior, en un orden cronológico que los títulos de los cuarenta y dos
relatos van indicando. Pero como el espacio se ha ampliado y del solar
sanisidrense ha pasado a abarcar a Buenos Aires —la precaria Buenos
Aires de los años coloniales y los primeros de la Independencia—,
los lazos entre personajes casi no existen. El único factor de unidad
es, ahora, la propia ciudad. Ante todo, Mujica Lainez vuelve a desarrollar
su propósito de restituir al pasado la dimensión humana. La
vida de ayer ha sido como la de hoy y es preciso situar el relato histórico
en ese contexto fundamental, sin el cual seres y hechos se deshumanizan.
“Quienes pretenden que los seres que poblaron nuestro territorio
desde la fundación de las ciudades, lo mismo en la zona de San Isidro
que en cualquier lugar de la patria, no fueron hombres y mujeres de
carne y hueso, se equivocan. Los que se forman esa idea de nuestros mayores
acumulan sobre su muerte la sospecha de que en realidad no han
vivido nunca. Y no hay tal. Vivieron. Y hasta es posible que vivieran con
mucha más intensidad que nosotros mismos; con la intensidad que da
el aislamiento, gran madurador de pasiones” (La Nación, 5 de julio de
1949, en una comida en su homenaje).
La pobre, casi miserable aldea oculta pasiones malsanas pero
también ternura e ímpetus idealistas. En sus sencillas casas —como en
la quinta de San Isidro— anidan la codicia, la lujuria, los amores prohibidos,
la crueldad, la locura, la hechicería; por sus calles ronda la de-
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lincuencia, el vicio, la enfermedad; pero la ciudad asciende y se espiritualiza
gracias al impulso de grandes aventuras, al heroísmo, a la santidad,
al milagro. Lo sobrenatural impregna también su atmósfera. Buenos
Aires se llena de misterio. Mujica Lainez, siguiendo un procedimiento
que la tradición narrativa ha cultivado, elabora con cuidado el
desenlace de sus cuentos tratando de que sean inesperados y sorprendentes.
El procedimiento habitual en él es comenzar in medias res —es
decir, en medio de la acción—, abordando derechamente el tema, para
remontarse luego al origen de los hechos. El realismo, cuando se manifiesta,
nunca es directo; su artística elaboración lo aleja de la tosca crudeza.
Siempre guarda el escritor la distancia que permite al contemplador
apreciar la belleza, aun en lo terrible.
He aquí, desplegado brevemente, el vasto friso de la “misteriosa
Buenos Aires”, según su aproximación o su alejamiento de la realidad
palpable. Los cuentos realistas son, en general, violentos. Tal “El hambre”,
un episodio de la terrible hambruna en el Buenos Aires de Pedro
de Mendoza; “Los pelícanos de plata”, historia de adulterio y homicidio;
“Toinette”, en la cual se combinan amor y odio racial, ingrediente
este último de “La pulsera de cascabeles”; “La mojiganga”, venganza entre
negros; “La jaula”, manifestación de sadismo; “El sucesor”, combinación
de sórdida lujuria y suicidio; “La casa cerrada” y su tremendo secreto;
“El tapir”, muerto a manos de un viejo e infeliz payaso, y “El salón
dorado”, dolorosa evidencia de la ruina.
Realistas sin violencia son “La ciudad encantada”, contraste
entre dos hermanos, soñador uno, pragmático el otro; “La escalinata
de mármol”, la agonía de un hijo de reyes; y tres cuentos que tienen
como protagonistas a sendos personajes históricos: Luis de Miranda,
“El primer poeta”; Ana Díaz, la única mujer que acompañó a los repobladores
de Buenos Aires, “La fundadora ”, y el gobernador Jerónimo
Luis de Cabrera, “Crepúsculo”. El realismo dulcificado por el
amor caracteriza a “La enamorada del pequeño Dragón”, pasión de
una joven mestiza por el rubio sobrino del pirata Francis Drake; “Las
ropas del maestro”, la desbordada reacción de un enamorado; “Las reverencias”,
el hallazgo de la propia seducción; “El libro”, destino rioplatense
de un ejemplar del Quijote, recién editado en España y llegado
de contrabando a Buenos Aires, y “El ilustre amor”, un amor inventado.
En un tomo titulado Mi mejor cuento, con selección de diez autores
(Buenos Aires, Orión, 1974), Mujica Lainez eligió “El ilustre
amor”. “No sé si es mi mejor cuento. Quizás sea el que me gusta más,
el que leo con más placer, cuando debo leer cuentos en público. Probablemente
lo prefiera por el hecho de que lo considero muy mío, es decir
porque entiendo que en él se dan cita los elementos que deseo que
19
caractericen mi obra: la creación de un clima histórico riguroso; el cuidado
del lenguaje; el afán de una construcción literaria aparentemente
grave, pero a la que sirve de fondo la ironía. Eso es lo que quisiera haber
logrado. No me toca a mí juzgarlo, sino al lector. A mí, con toda
simplicidad, me gusta”.
Otros cuentos se sujetan a la realidad, pero la locura de algunos
de sus personajes los altera, como ocurre con “El imaginero”, blasfemo
y demente, y con la madre loca del protagonista de “El patio iluminado”,
el anciano militar de “La víbora”, y la hermana enamorada en
“La princesa de Hungría”, que muere entre visiones del remoto país.
Alucinado, pierde la razón el pobre estudiante de “El amigo”.
En otra dimensión, fuera de la palpable realidad, están los
cuentos de hechizos, apariciones fantásticas, espectros, milagros, y los
fabulosos. En la fábula hablan seres irracionales, inanimados o abstractos.
De esta índole son “La Sirena”, una ninfa marina enamorada del gallardo
mascarón de proa de una nave, y, en cierto modo, “Memorias de
Pablo y Virginia”, relación de la historia de un ejemplar de la novela de
Bernardin de Saint-Pierre, efectuada por el mismo libro. De no mediar
este insólito narrador, el cuento podría encuadrarse entre los realistas.
Como fabuloso puede considerarse “El hombrecito del azulejo”, que
distrae a la Muerte con sus relatos. Cuentos de hechizos son “El espejo
desordenado”, en el cual un prestamista ve reflejadas sus desgracias en el
ominoso espejo. Embrujado está el anillo de “El arzobispo de Samos”,
capaz de provocar la muerte. Al hechizo del rey Carlos II se refiere “El
embrujo del Rey”, y “La hechizada” es una muchacha víctima del maleficio
de una mulata. El dios Marte aparece fantásticamente ante el ex
granadero el día en que se conoce la noticia de la muerte del General
San Martín, en “Un granadero”. En cuanto a los espectros, aparece uno,
impresionante, en “La galera”, y constituyen la ocupación dilecta de “El
cazador de fantasmas”.
“Milagro” registra la inexplicable vibración del violín del padre
Francisco Solano en un convento de Buenos Aires. “El pastor del río” es
la relación de otro milagro: el que obra San Martín de Tours, patrono
de Buenos Aires, el día en que una sudestada se lleva lejísimos el Río de
la Plata. Otro cuento milagroso es “La adoración de los Reyes Magos”,
el tapiz que se anima ante un pequeño sordomudo invitado a sumarse
a quienes adoran al Niño Dios.
Tres cuentos de la irrealidad literaria tienen como protagonistas
a personajes de las letras: “Le royal Cacambo”, creación de Voltaire;
el Santos Vega de “El ángel y el payador”; Anastasio el Pollo y el aparcero
Laguna, personajes del Fausto, de Estanislao del Campo, en “Una
aventura del Pollo”, y el Judío Errante de “El vagamundo”, figura legendaria
que dio título a un folletín del novelista francés Eugène Sue.
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Este historiado friso de la vida porteña, resumido en los anteriores
párrafos, exhibe los temas que más han preocupado a Mujica
Lainez: el menoscabo provocado por el tiempo, la decadencia, la vitalidad
y la amenaza de los objetos, la pasión adolescente, la prioridad
del amor, la equívoca relación entre hermanos y entre personas del
mismo sexo, el resentimiento del hombre mayor e impotente ante la
mujer joven, la tiranía de los prejuicios sociales, la gravitación de otra
dimensión de la realidad, la manifestación de la magia y el milagro, la
presencia de espectros. Y todo ello narrado con lujosa fantasía, en un
lenguaje de gran plasticidad, donde lo estético predomina sobre el mero
realismo.
Crónicas reales
Luego de Misteriosa Buenos Aires, Mujica Lainez escribió una
serie de obras conocidas como la “saga de la sociedad porteña”. Los ídolos
(1953), la primera, señala un paso intermedio entre el libro de cuentos
y la novela. La forman tres narraciones extensas que, aunque conectadas
entre sí, pueden leerse separadamente. Le siguen La casa (1954)
—otra genuina obra maestra—, Los viajeros (1955) e Invitados en El Paraíso
(1957). Unos personajes reaparecen en más de un libro (afirmando
cierta unidad que justificaría la calificación de “saga”) y otros, con
distintos nombres, parecen identificarse con el propio escritor: el relator
de Los ídolos, los adolescentes de La casa, Tristán y Francis; Miguel,
el protagonista de Los viajeros.
En esos años están fechados dos cuentos no reunidos por el
autor en volumen. “Los anteojos azules” (1951) es un cuento flojo,
muy por debajo de las obras narrativas que a la sazón escribía. El adminículo
óptico le depara al protagonista una visión benéfica y optimista
de la realidad. “La última Navidad del escribano”, publicado en
El Hogar en diciembre de 1955, raya más alto, con buenos rasgos de
humor. Transcurre el último día en la vida de un escribano. Como carece
de fe y, por lo tanto, va a ser condenado, su Ángel de la Guarda
trata de infundírsela, pero no lo logra. La Gracia desciende en él en los
instantes posteriores a la muerte y la cuestión consiste en determinar si
esa Gracia a posteriori es válida. En 1956 dio a conocer en la revista Ficción
el comienzo de una novela inconclusa reducida a la categoría de
nouvelle. En El retrato amarillo, un adolescente se enfrenta con el mundo
de los mayores y experimenta sus propios descubrimientos y deslumbramientos
sensuales. El escritor evoca en esas bellas páginas, afines
a la “saga porteña”, su niñez en el Tigre.
Seguirán más tarde Bomarzo (1962), poderosa construcción li-
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teraria, y El unicornio (1965), centrada en el Renacimiento, la primera,
y en la Edad Media, la segunda. Sólo en 1967, diecisiete años después
de Misteriosa Buenos Aires, Mujica Lainez encadenó las Crónicas
reales, otro libro de tema no argentino. Con su habitual precisión, indica
que las redactó entre el 28 de julio y el 7 de noviembre de 1966.
Poco más de tres meses y en una época de efervescente actividad y éxitos.
Como en Aquí vivieron y Misteriosa Buenos Aires, el autor sostiene
la unidad de lugar: un indeterminado país, quizá Rumania, próximo al
Mar Negro.
De ese año data un excelente cuento, escrito entre el 11 y el
14 de enero, nunca publicado ni recogido en libro, titulado “La máscara
japonesa”, desarrollo de un tema característico del escritor. Un
objeto de arte cobra una fuerza que supera largamente su atractivo
estético.
Las doce Crónicas reales, escritas con intención satírica, ratifican
el punto de vista del autor acerca de la Historia, tan frecuentada
por él en copiosas lecturas. Ya se ha vuelto, desde sus comienzos, contra
la idealización y la deshumanización de personajes y sucesos; se ha
reído de la supuesta perfección de los próceres, de sus poses estatuarias,
de la Historia-panteón. Las más diversas épocas se asemejan en lo esencial,
ya que el hombre, fundamentalmente, no cambia. Este conocimiento
suscita su irónico escepticismo: “Resignémonos a admitir que
nuestra existencia, de la cual nos ufanamos sin fundamento, depende
de los pormenores más anodinos, más triviales; ahí tenéis el caso de los
altaneros von Orbs”.
Los von Orbs, en efecto, constituyen un linaje descollante de
ese reino. Hércules el picapedrero es el fundador de la dinastía real; a
pesar de su humilde origen, e impulsado por una venganza, se casa
con la Condesa Ortruda, una von Orbs. Provoca la muerte del Conde
Benno von Orbs zu Orbs, valiéndose de una sutil maquinaria, y ciñe
la corona como Hércules el Grande. Se suceden a continuación
crónicas irreverentes, traviesas, divertidas, en las que la solemnidad de
los personajes y sus actos revelan actitudes ridículas, fallas, debilidades
y simulaciones, ingredientes todos de la naturaleza humana. Así, en
“San Eximio”, la esposa del monarca reinante, enamorada de su cuñado
el Santo, lo visita en su cueva de anacoreta, disfrazada de ángel. “El
Rey artificial” hace referencia a Carlo VII, a su impotencia y a la fabricación
de un hijo artificial, un robot que lo reemplaza. En “El Rey
acróbata”, el cronista evoca a Carlo III, aficionado a los ejercicios de
los volatineros, cuyo sentido del equilibrio le permite reinar con ecuanimidad.
“El enamoradísimo” relata el amor de Olav Furio, hijo de
Hércules V, por María von Orbs, y el trágico fin de ambos. En “Los
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navegantes”, un hijo natural de Hércules VII, “bibliófago” y aficionado
a los relatos fabulosos, emprende una expedición al Mar de las Tormentas
con una tripulación de locos; en una isla ignota, como encuentran
la fuente de la sabiduría y la fuente de la juventud, se transforman
en sabios y niños. El protagonista de “Monsignore” es un hermano
de Hércules VIII: mientras éste viaja a la tierra de los ermitaños
y se convierte a ese modo de vida, aquél lo reemplaza e impone sus
costumbres refinadas e inmorales. Al volver el rey legítimo, apodado
ahora el Moralista, inicia una limpieza, pero Hércules VIII muere a
manos de unos sicarios, quienes, a su vez, matan a Monsignore. La
crónica titulada “La gran favorita” narra, entre otras cosas, las intrigas
en torno de Amarilis Pigafetta, predilecta de Matías III, el Plomizo,
hijo del Moralista. La coleccionista de “La Princesa de los Camafeos”,
hermana de Carlo IX, descubre, al morir su marido, que éste la ha engañado.
Huye a Venecia, donde encuentra a unos jóvenes irlandeses
que predican los beneficios de la vida simple y del retorno a la Madre
Naturaleza. Comparten un castillo frente al Mar Negro, adonde la
princesa lleva sus ricos camafeos, totalmente en discordia con la pobreza
de los místicos.
“El vampiro” transcurre en el siglo XX. El Barón Zappo, primo
del rey Carlo IX, se parece al famoso Conde Drácula. Debido a esta
semejanza, una compañía cinematográfica requiere su intervención
para filmar un relato de Miss Godiva Brandy, autora de tenebrosos folletines.
Como es un auténtico vampiro, el Barón agota con sus succiones
a los participantes de la filmación mientras él engorda. Miss Godiva,
enamorada del Barón y resentida porque el monstruo no demuestra
el menor interés por su sangre, planea vengarse, y, apelando a conjuros,
lo mata en la guarida subterránea. “Los relatos de horror —escribió el
profesor George O. Schanzer (“Un caso de vampirismo satírico: Mujica
Lainez”, SUNY/ Buffalo)— han sido bastante frecuentes en las letras
hispanoamericanas, y la prosa modernista demostró cierta propensión a
esa variante de lo fantástico. Sin embargo, Darío, Lugones, Nervo, Quiroga
no crearon protagonistas legítimamente vampiros, es decir personajes
diabólicos que gustan de chupar la sangre del prójimo”. Cita
“Vampiro negro”, del argentino Eduardo Holmberg, y el episodio de la
Blutgasse de 62/Modelo para armar, de Julio Cortázar, pero se detiene en
la crónica de Mujica Lainez y afirma que, en “El vampiro”, el escritor
“ha satirizado no sólo las películas de horror y la trabazón de ficción y
realidad, tan en boga en la literatura moderna, sino que se ha burlado
de todo: sistemas políticos, creencias antiguas, escuelas literarias y artísticas
y mucho más”.
“La reina olvidada” es la crónica de la Reina Madre, que ha
quedado aislada tejiendo, en un enorme tapiz, la historia de la estir-
23
pe. Los hijos de la Reina, que habían permanecido en el exilio, vuelven,
pero mueren misteriosamente. La serie de crónicas concluye con
“La jurisdicción de los fantasmas”. El autor confiesa su aspiración a
ocupar el cargo de académico de Bellas Artes y Disciplinas Morales,
en gracia a su extraordinario conocimiento de las gestas nacionales,
y, en una especie de resumen retrospectivo, evoca a los espectros de
los fallecidos moradores del castillo, cuna de los von Orbs, la Mansión
Hercúlea. Detrás del cronista aspirante a académico se divierte
Mujica Lainez. Las Crónicas reales acentúan su visión humorística y
desmitificadora de la Historia, aproximándola no sólo a la “pequeña
historia” sino también a la ficción. Es la misma actitud que dará origen
a la novela De milagros y de melancolías (1968), donde inventa
una historia de América del Sur, echando mano, incluso, a bibliografía
inexistente.
Ese mismo año, en un volumen titulado Variaciones sobre un tema
policial (Editorial Galerna), se incluyó un cuento titulado “De la impetuosa
adolescencia”. Alberto Manguel, autor de la selección y la presentación,
propuso a ocho narradores la siguiente noticia: “Un muchacho
de diecisiete años, hijo de un conocido industrial de la zona, mató
a la directora de su colegio, inglesa, 62 años, e hirió de gravedad a una
profesora al penetrar en la sala de dirección empuñando un revólver.
Los tiros atrajeron al portero del establecimiento, quien lo detuvo”. Mujica
Lainez, afecto a estos desafíos, fraguó una historia, más bien forzada
pero con aciertos de ironía y humor, en la que un alumno, enamorado
de la profesora de Química, le escribe poemas que intrigan a la destinataria.
El brazalete y otros cuentos
El traslado a Cruz Chica, en las sierras de Córdoba, a la residencia
bautizada por sus dueños anteriores con el nombre de El Paraíso,
como la casa ficticia de la novela de 1957, provocó un período
de vacío en el escritor. Varios proyectos quedaron interrumpidos hasta
que Cecil (1972) lo sacó del atolladero. Es un libro autobiográfico
(narrado por un perro), en el cual, precisamente, se refiere a sus dudas
y desconciertos. Retoma el camino con El laberinto (1974), novela
en la huella histórica de Bomarzo y El unicornio, y lo prosigue, en
el mismo año, con El viaje de los siete demonios, obra que se sitúa en
el límite entre la novela y el cuento. Publica dos novelas más, Sergio
(1976) y Los cisnes (1977), en las que los hechos vuelven a desarrollarse
en Buenos Aires.
Al año siguiente reunió en un volumen una serie de cuentos
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dispersos. El brazalete y otros cuentos (1978) contiene nueve títulos.
Los juntó —aconsejado por un amigo y contra su costumbre de construir
especialmente sus libros de narraciones interconectándolas—
aprovechando sus éxitos y el interés de su editor, en un período en que
había retomado su mejor ritmo de trabajo. El volumen se abre con
“Narciso”(1969). El cuento nos depara un contraste entre la imagen
de un bello muchacho fijada en el espejo dorado de Narciso, y el aspecto
de éste, horrible y deforme. El narrador de “La larga cabellera
negra” (1967) tiene la visión fantástica de una cabellera femenina que
fluye y lo envuelve, en tanto que el veraneante de “Los espías” (1968)
es testigo de un fenómeno insólito y repugnante. Sin sorpresas fantásticas,
“La viuda del Greco” (1966) nos sorprende, de todos modos,
cuando la protagonista prefiere la pintura del hijo de ambos a la del
famoso artista. “Importancia” (1965) tantea el terreno del más allá infernal,
en el cual queda varada una riquísima señora. “El brazalete”
(1970) es otro de los objetos ominosos de Mujica Lainez. En “El pasajero”
(1967) la vida de un hombre se encierra en el término de un
breve viaje en ómnibus. “Las alas” (1969) es la semblanza de un agrio
crítico. El último cuento del libro,“El retrato”(1970), registra un tema
siempre seductor para el autor: el amor de una vieja y deteriorada
mansión por un cuadro.
Lo misterioso, lo insólito, lo que no obedece al orden convencional,
son factores que vuelven a predominar en estos cuentos. La cabellera
fluyente, los espías extraterrestres, la rica señora testigo de los hechos
posteriores a su muerte, el brazalete fatídico, el pasajero que envejece
a lo largo de un corto viaje, el amor de una casa por una pintura y
las fuerzas que desencadena, causan extrañeza u horror. El tiempo subraya
su carácter dramáticamente fugitivo en “El pasajero”. “Narciso” se
mantiene dentro de límites más realistas, lo mismo que “La viuda del
Greco”. En cuanto a “Las alas”, es una flecha disparada contra un crítico
que no tuvo piedad para con Mujica Lainez.
En 1978, el escritor publicó en el Suplemento Literario de La
Nación un cuento titulado “El traje de terciopelo verde”, recogido en
1986 en el número de Sur dedicado al autor. De nuevo, un objeto inanimado
ejerce poder deletéreo.
Un novelista en el Museo del Prado
El mismo año (1978), el escritor volvió a los temas porteños de
la “saga”. En El Gran Teatro pagó una deuda para con el teatro Colón,
donde la clase tantas veces protagónica en sus novelas tenía uno de sus
más emblemáticos recintos de lucimiento y competencia. En 1980 reu-
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nió artículos sobre hechos y personajes de Buenos Aires, y en 1982 dio
a conocer su última novela, El escarabajo, otro homenaje a los objetos
bellos y a la Historia, recorrida a lo largo de siglos. De 1980 data “El asno
y el buey”, relato de Navidad —y de Pascua— lleno de gracia y ternura.
A fines de 1982, el Suplemento Literario de La Nación publicó
“El coleccionista de caracoles” (rescatado en el mencionado número de
la revista Sur), en el cual, una vez más, un objeto precioso y raro es causa
de muerte.
El 28 de agosto de 1983 concluyó Un novelista en el Museo del
Prado, libro iniciado el 16 de marzo de ese año. Originalmente fue el
proyecto de un programa de la Televisión Española, abandonado a causa
de la tensión que le provocaba trabajar presionado por el tiempo y
por la obligación. Más tarde, su mujer, Ana de Alvear, le sugirió que lo
retomara pero como obra exclusivamente literaria. Fue su último libro
publicado, una docena de cuentos cuyo lazo de unión es, como en los
dos primeros tomos de narraciones, un lugar determinado: en este caso,
el famoso museo madrileño. El escritor imagina que, por la noche,
cuando las salas se vacían de visitantes, los personajes de la pinacoteca
se animan y protagonizan diversas escenas, liberados del papel que cada
uno tiene asignado en pinturas y esculturas.
El afortunado espectador de esa vida nocturna es testigo, pero
la narración se desarrolla en tercera persona, como si hubiese otro narrador
que incluyera a aquél como personaje. Por ejemplo: “Ciertas noches,
el novelista ha gozado de un privilegio singular”, o “El novelista
no se le despega a Velázquez, presintiendo tal vez que no se le presentará
otra ocasión de cercanía tan estrecha”. Pero hay una diferencia sustancial
entre el visitante nocturno del museo y los demás personajes.
Éstos carecen de consistencia material, son fantasmas. Como Dante
Alighieri, en los tres mundos del más allá, el novelista circula entre seres
inmateriales, sin chocar con ellos.
Con erudito conocimiento de las obras de arte del Prado y con
una inventiva que nunca dio muestras de fatiga, Mujica Lainez labra
las doce escenas del libro. Predomina, como no podría ser de otro modo
—y aquí con más razón— la visión pictórica del escritor, que brilla
en la descripción plástica y en el cuadro vivo. Los desplazamientos del
Carro de Baco y el Carro de Heno, uno de Cornelis de Vos y el otro de
Hieronymus Bosch, el famoso Bosco, provocan encontradas reacciones
en los habitantes de la galería. La hija del Faraón, del cuadro de Paolo
Veronese —la dama filantrópica que ha salvado a Moisés de las
aguas—, está siempre dispuesta a acudir a quien la necesite, no sólo a
la plañidera y sospechosa Gioconda, sino también al fornido Hércules,
que necesita —dice maliciosamente el autor— “unas abnegadas friegas”.
Los pobladores del Olimpo pictórico resuelven organizar un
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Concurso de Elegancia, en el que triunfan el Adán y la Eva de Durero.
El joven Jesús de “La disputa con los doctores del Templo”, de Veronese,
obra el milagro de resucitar dos hormigas aplastadas por uno de los
doctores sobre el cuadro.
El enano Diego de Acedo es el trujamán de “La bella durmiente”,
adaptación del cuento de Perrault, una pantomima o relato mimado,
en cuatro cuadros, representado por personajes de distintas pinturas
célebres. Un guerrero que en “La Corona de Espinas”, de Anton van
Dyck, alza con el guantelete ese sagrado instrumento de tortura, se interna
valerosamente en el Jardín de las Delicias de Bosch para buscar a
un ángel italiano que se ha perdido y encuentra allí acurrucado. No salen
indemnes el guerrero ni el ángel, a cuya frente se ciñe la corona nazarena.
Un grupo de señoras, personajes de pinturas “pradeñas”, componen
la Comisión de Damas Benéficas del Museo, y en tal condición
organizan, para diversión de los niños, un Jardín Zoológico privado
echando mano de la fauna de la pinacoteca. El presidente de la Sociedad
de los Caballeros Unidos del Greco, del Museo del Prado, se indigna
porque uno de los miembros, el Marqués de la Mano al Pecho, ha sido
visto con la mano en el pecho de la Maja Vestida, de Goya, o sea, se
ha rebelado contra un artículo del Estatuto que impone la castidad entre
los caballeros; pero he aquí que, en su excursión indagatoria, el observante
presidente sucumbe al hechizo de la Maja Desnuda y, de acusador,
se convierte en acusado.
Los personajes de “Fiesta en un parque” y “La boda campestre”,
de Watteau, como onda jocunda, llegan al borde de una laguna que confunden
con la del “Embarque de Citerea”, la isla de Afrodita, cuando se
trata, en verdad, de la Estigia, donde Caronte embarca los condenados
hacia el Infierno. Los salva la hora de apertura del Prado y el regreso de
los personajes a sus respectivos cuadros. La Virgen del Maestro de Sopetrán
se queja porque los turistas la miran apenas y escapan hacia las salas
de Goya. Las otras vírgenes del Museo deciden apaciguarla rindiéndole
homenaje en procesión, pero el barroco cortejo es interrumpido por una
lucha de gladiadores. La Virgen de Sopetrán, lisonjeada por el fallido homenaje,
decide devolver la visita de sus compañeras y, en torno de la Vigen
de la Anunciación, del Beato Angélico, se improvisan gratas reuniones.
El Coloso de Goya siembra el pánico entre varios personajes de la
pinacoteca; lo reduce el San Jorge de Rubens, y el cirujano de Bosch, extractor
de la piedra de la locura, le practica una intervención quirúrgica
que anula su agresividad. En el último episodio, el Emperador Carlos V
de Tiziano, a caballo, se dirige solemnemente a la pintura de Brueghel el
Viejo, “El triunfo de la Muerte”, y penetra en ella, donde parece enfrentarse
con su propia muerte.
Queda así completo el ciclo de los cuentos de Manuel Mujica
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Lainez, tan unido a su obra novelesca por la misma intención arquitectónica,
orgánica, que excluye lo misceláneo, lo invertebrado. Para él, un
libro era, ante todo, una especie de edificio cuidadosamente planificado.
De ahí que los suyos observen rigurosamente ese criterio unificador,
que constituye uno de sus atractivos.
Mujica Lainez fiel a sí mismo
No fue Mujica Lainez un innovador ni perdió el sueño por el
afán de situarse en las líneas de vanguardia. Como Borges, se mantuvo
siempre fiel a sus convicciones, como escritor y como hombre, aun
cuando marchara contra la corriente y se ganara enemigos. Era un escritor
de personalidad perfectamente definida, seguro de sí mismo. Sus temas
y su estilo de escritura obedecían a inclinaciones profundas y a una
preparación que, como se ha visto, fue larga y minuciosa. Por temperamento
y por formación, coincidía con el realismo decimonónico que
culminó con Marcel Proust; no el realismo de Balzac sino el de Flaubert,
Stendhal, Henry James y el del maestro de En busca del tiempo perdido,
reveladores de un mundo refinado y a veces aristocrático, muy afín
al propio mundo del autor porteño.
En el ámbito de las letras argentinas, estas características lo
distinguieron tanto de los novelistas del 80, adictos al naturalismo, como
de los realistas urbanos, como Manuel Gálvez, o rurales, como Benito
Lynch. Ya me referí a la filiación modernista de Mujica Lainez, a
través de la fascinación provocada por La gloria de Don Ramiro, de Enrique
Larreta, patente en Don Galaz de Buenos Aires pero atemperada
en adelante. No perteneció a ninguna de las generaciones reconocidas
en su tiempo. Era adolescente cuando Borges trajo de España el ultraísmo,
manifestación española de la vanguardia, expandida luego y origen
del singular florecimiento literario de la generación martinfierrista.
Fue, sobre todo, una generación de poetas, como la posterior generación
del 40. En adelante, la madurez del escritor lo alejó de tendencias
y capillas. Tampoco formó parte de la revista Sur, dirigida por Victoria
Ocampo, dedicada a dar a conocer a nuevos escritores de Europa y de
América. Sólo tardíamente colaboró en ella. En la década del 30, la de
los comienzos de la famosa revista, el joven escritor, según se ha visto,
hacía su aprendizaje, su “academia”. Los libros iniciales y los siguientes
tenían pocos rasgos en común con los gustos y las tendencias de la gente
de Sur. Desde el punto de vista de sus ideas, así como se pronunció
en favor de los Aliados durante la Segunda Guerra Mundial, formó
parte de la oposición al régimen instaurado por Juan Domingo Perón,
y no coincidió con las izquierdas ni con los progresismos cuando éstos
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ascendieron a un primer plano en el ámbito de la cultura. Fiel a sí mismo,
al personaje que se había forjado, padeció no pocos embates de
quienes lo consideraban sobreviviente de una época superada. Pasado
el tiempo, sus libros han seguido su propio camino, y su poder de seducción
les ha conquistado lectores fieles, dispuestos a saborear el placer
de leer a quien irradió siempre el placer de contar.
JORGE CRUZ
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