domingo, 23 de junio de 2013
MARGUERITE YOURCENAR . LA ELECCION DE ANTIGONA ...........POR RITA AMODEI
Caos o cosmos: la elección de Antígona de Marguerite Yourcenar.*
Rebeca Obligado**
rebecaobligado@hotmail.com
Caos y cosmos
Si tenemos en cuenta que “en la filosofía griega el concepto de cosmos resulta de la
cuestión sobre la posibilidad comprobada de que el mundo no perezca a pesar de que las
cosas particulares luchan entre sí … [porque] las cosas están unidas en su consistencia por
un orden que las comprende a todas”1 nos haremos una idea de lo que su opuesto, caos,
significará: el regreso a lo primigenio, a lo anterior a Gea, la Tierra, y a Urano, el Cielo.
“En primer lugar existió, realmente, el Caos”, dice Hesíodo2. Caos es, entonces, el nomundo,
de alguna manera la disolución.
Si bien Marguerite Yourcenar, autora de Antígona o la elección, una de las prosas
líricas que integran su obra Fuegos, se encarga de explicitar al lector en su prólogo que la
elección de Antígona es la justicia3, es posible hacer una lectura en otra clave. El relato de
Yourcenar se va desarrollando en un movimiento pendular entre dos polos: sombra y luz,
odio y amor, caos y cosmos. Y aún dentro de esta lectura, la imagen misma del péndulo
está tan presente que podría ser considerada ella también un eje temático. Como veremos,
para la autora el orden no es algo estático, dado o alcanzado de una vez y para siempre, sino
que incluye un movimiento, un acercamiento, un supremo esfuerzo, hasta tal punto que
Dios, omnipresente en el relato ya por referencias directas, ya simbólicas, es figurado bajo
la forma del Gran Relojero, de cuyo reloj Antígona es justamente el péndulo.
Antígona y Tebas. Simbología
Antígona o la elección es la síntesis de una amalgama atemporal de todos los
mundos posibles, todas las épocas reales o no. Es la Antígona emblemática de Sófocles,
muchísimo menos la de Eurípides en Las Fenicias, pero es también toda mujer, toda
persona que ayer u hoy sufre, y ama y redime el caos por el amor4.
La Tebas del relato es todas las Tebas, la de la esfinge, la de la desgraciada dinastía
de Layo, la ciudad en guerra, entonces y ahora, con sus almenas, con sus fuertes, sus
fusiles, sus trincheras, sus defensas, en fin, con sus faros que la alumbran en la niebla,
iluminando un mar de cadáveres sobre los que camina Antígona “como Jesús camina sobre
las aguas”5 (p.79).
Y así, en un espacio y tiempo claro y difuso, con una pluralidad de sentidos (o
polisemia), tan densa a veces para ser abarcada, la autora construye su símbolo, su símbolo
* Publicado en Communio. Año 13, Nº 1. Pp.89-99.
** Miembro del Consejo de Redacción de Communio (ed. argentina). Licenciada en Letras, Filología clásica.
1 Coenen, L., Beyreuther, E., Bietenhard, H. Diccionario teológico del Nuevo Testamento. Salamanca,
Sígueme, 1993. t.III. p. 138.
2 Hesíodo. Teogonía. V.116.
3 Tal como lo plantea Sófocles en su Antígona. Cf. vv. 450 y ss.
4 Cf. Sófocles. Antígona. v. 523 “No he nacido para compartir enemistad (sunéjthein) sino amor (fileîn)”. Del
texto se interpreta que Antígona está hablando del amor a su familia.
5 Yourcenar, Marguerite. “Antigone ou le choix”, en: Feux. Paris, Gallimard, 1990. Las páginas citadas se
harán por esta edición.
2
que trasciende para aclarar en su sentido más básico: para que la oscuridad se vuelva luz,
entonces y siempre. Es la alegoría del caos que origina el odio instalado en la piel de la
guerra6 convertido en cosmos-mundus por obra del amor.
Tebas diurna. El sol, la sequía, el odio, la muerte
Tebas, la Tebas de Beocia, de Esquilo, de Sófocles, de Eurípides y del mundo sin
tiempo que ella contiene, se presenta a la hora del “mediodía profundo”, cuando “el odio
está sobre Tebas como un aterrador sol” (p.75). Símbolo plurivalente por naturaleza, el sol
aquí no es dador de vida sino un poder devastador, preanuncio de sequía y de muerte. Y a
pesar de ese sol profundo los habitantes de la ciudad caminan como “sonámbulos de una
interminable noche blanca” (p.75). Digamos ya que la autora hace frecuentísimo uso del
oxímoron, tipo de antítesis muy utilizado, por otra parte, en la literatura ascéticomística,
último recurso cuando las palabras no alcanzan y sólo la reunión de lo que intrínsecamente
se rechaza parece lo adecuado para señalar tanta desmesura e hiperbólica insensatez.
No hay atenuantes en la descripción de la ciudad y sus habitantes: la ciudad, sin
esperanzas, duerme a plena luz del sol, sus gentes “tienen el aspecto de suicidas, …los
corazones están secos como los campos, el corazón del nuevo rey está seco como una roca.
Tanta sequedad llama la sangre”. E inmediatamente, la clave “el odio infecta las almas”
(p.76). Resulta claro que Yourcenar desea unir, desde el comienzo del relato, la noción de
muerte a la de odio, presentado como infección, algo interno que desde dentro se derrama y
puede terminar contagiándolo todo. Más aún cuando esta “infección” se instala en el alma,
la que ya desde Platón es considerada una realidad esencialmente inmortal. La “infección”
parece ser la más radical posible. Este odio sólo podrá ser vencido en un combate cara a
cara, personal, por su contrario, el amor7. Sólo que, a esta altura, no ha aparecido personaje
alguno en la obra portador del necesario amor quien, voluntariamente, recorra el camino de
la derrota-salvación.
Antígona y el dolor-anteojos negros
Allí, entre la noche que ya encontró Yocasta al suicidarse, en la larga noche en la
que Edipo deambula al arrancarse los ojos, allí entre “los rostros endurecidos [de los
tebanos] hechos de la tierra de las tumbas, … Antígona sola soporta las flechas … de Apolo
… como si el dolor le sirviera de anteojos negros” (p.76). No deja de llamar la atención que
se insista en la mención de Apolo, dios de la mesura, la música, la poesía, la belleza, gran
amante del panteón olímpico, en este contexto de caos y muerte. ¿Acaso Yourcenar nos
hace un guiño, anticipándonos el rol bienhechor que su Antígona cumplirá en el relato?
Quizás, de cualquier forma la referencia queda abierta. El dolor no es aún redentor, sino es
dolor-anteojos negros (otra vez presente y pasado enhebrados con total naturalidad), una
anteojera, un simulacro que va a permitir a la gran sufriente caminar entre tanto odio y
muerte que refulgen a la luz del día.
6 No olvidemos que la obra nos ha llegado, sin cambios, tal como fue escrita en 1935.
7 Cf. 1Ju 3, 14-15 (miseîn-agapân: odiar-amar).
3
Edipo y el dolor-serenidad
Camina Antígona guiando a su padre ciego “hasta verlo reposar en una noche más
definitiva que la ceguera humana, recostado en el lecho de las Furias, transformadas en
diosas protectoras, porque todo dolor al que uno se abandona se transforma en serenidad”
(p.77). De pronto, en medio de la ciudad sanguinolenta, “innoble” hasta la indecencia, hay
un remanso de paz porque la hija fiel lleva a su padre ciego y desterrado a descansar
definitivamente en la serenidad que su paso (¿aceptación?) por el dolor le confiere. El
episodio narrado trae claros ecos de otra obra de Sófocles, la apoteosis de su más famoso
personaje en Edipo en Colono, y sin embargo el tono es completamente atemporal.
La hybris de Edipo se ha convertido en sofrosyne. ¿Es posible que la desmesura de
Edipo devenga serenidad a través del dolor? La Antígona de Yourcenar así parece querer
afirmarlo.
Antígona en Tebas como San Pedro en Roma
Otra clave es esta hija, esta hermana que, muerto su padre en Colono8, toma el
camino de regreso a su Tebas arrasada por la guerra, “despeinada, sudorosa, objeto de burla
para los locos y de escándalo para los sabios”9 (p.77), esta mujer “se dirige hacia Tebas
como San Pedro entra en Roma, para allí hacerse sacrificar” (p.78). No parecen
estructuradas al azar las dos referencias citadas: Antígona, burla y escándalo, y la imagen
de la cruz, más aún cuando el texto expresamente deja en la indefinición el sujeto de la
forma verbal “hacerse sacrificar”. El carácter universal de la heroína sigue llenándose de
significancias y simbologías en manos de la gran escritora francesa.
Cabe preguntarnos si, dado que hasta el momento Antígona es el único personaje,
Yourcenar quiere señalar que existe una única sufriente, una única y solitaria figura que
desde sí misma y por sí misma camina a su muerte. Es preguntarnos si existe “el otro” en la
obra y cuál es su dimensión, preguntarnos si en su elaboración moderna hay un ser-encomunidad
o todo es individualismo y realización personal. La comparación con “San
Pedro en Roma” puede ser otra clave que nos permita encontrar el rumbo.
Antígona y la luz invisible
Se introduce Antígona, deslizándose en Tebas “invisible como una lámpara en la
rojura del Infierno” (p.78). Destaquemos, otra vez, el oxímoron en la imagen de la luz que
brilla entre el brillo de las llamas rojas, “invisible” porque el odio instalado en la ciudad no
deja percibir aquello que sólo existe por ser visible, como la luz. La figura exacerba la
sinrazón de la guerra y el odio que revuelve y trastoca las cosas hasta su misma esencia, al
punto de instalar la pregunta de si esto que Yourcenar describe, donde todas las reglas se
han quebrado, puede ser considerado mundo. “La rojura del Infierno”, sin embargo, ya lo
adelanta, si esto es mundo lo es sólo por analogía, en su esencia es sólo caos y muerte.
Sólo al final de la obra, e intentaremos ver cómo y por qué, volverá, resignificada,
la imagen de la lámpara y su luz. Hasta ahora todo es sombra y oscuridad; las referencias
lumínicas (sol, día, lámpara, luz) aparecen despojadas de todo sentido y al servicio de
acentuar más todavía la tenebrura de Tebas de Beocia -todas las Tebas. En el movimiento
8 ¿Muerto?, arrebatado y redimido por el enviado de algún dios, “… partió sin gemidos y sin el dolor de las
enfermedades, sino de forma maravillosa…” Cf. Sófocles, Edipo en Colono, vv. 1661-1665.
9 Cf. 1 Cor 1, 23.
4
pendular entre la luz y las sombras sólo están presentes hasta ahora estas últimas, la luz es
exclusivamente su contraste.
Pero Antígona regresa porque viene a cumplir una misión, su auto-impuesta
libremente misión. Por eso regresa, por el amor a su hermano insepulto, deshonrado,
despojado de lo más irrenunciable en el mundo griego: el derecho a la sepultura, al
cumplimiento del mandato divino que exige dar honra a los muertos. Aunque sea el
hermano que ha enfrentado la ciudad10, el alma del muerto recién encuentra en la
tierra del sepulcro la seguridad de su ingreso a la paz del mundo subterráneo.
La descripción de la ciudad entera es la más acabada imagen del caos, tanto al estilo
de Hesíodo como “caos original”, como el más explícito de las “tinieblas infernales”11 de
Platón e incluso como “el valle profundo, abismo” de los LXX12. Las imágenes de tinieblas
se multiplican13 mientras buscando a su insepulto hermano “ella camina sobre los muertos
como Jesús sobre el mar” (p.79), sobre esos cadáveres igualados por la muerte camina
Antígona, portadora -aunque en el contexto aún se haga inverosímil- también de esperanza
y de amor.
Antígona, la sin- descendencia y la semilla
Su nombre mismo, formado de la preposición antí, que en compuestos nominales
puede significar tanto “igual a”, como “opuesto a” y goné “descendencia, semilla14, seno
materno”, quizás pueda explicarnos tanta antítesis. En primer lugar la enigmática frase:
“inocentes de las leyes, escandalosos desde la cuna, envueltos en el crimen como en una
misma membrana, tienen en común su espantosa virginidad que consiste en no ser de este
mundo: sus dos soledades se encuentran exactamente como dos bocas en un beso” (p.80).
Antígona, la que no tendrá descendencia, pero, quizás y también, la semejante a una
semilla, al seno materno, encuentra a su hermano Polinices, el de las muchas victorias
como dice -ironía trágica- su nombre, “derrotado, despojado, muerto, habiendo alcanzado
el fondo de la miseria humana” (p.80), y en ese instante de supremo vaciamiento, en el
momento en que la muerte parece haber superado la victoria, “este muerto es la urna vacía
donde derramar de un solo golpe todo el vino de un gran amor” (pp.80-81) y, haciéndose
eco de la simbología clásica, Yourcenar recuerda la mítica imagen cósmica de Hesíodo del
origen del universo, por medio de la cual se significa la derrota del caos por el cosmos y
entonces “ella se curva sobre él como el cielo sobre la tierra, volviendo a formar así en su
integridad el universo de Antígona”15 (p.80).
Antígona, la hermana y su crucificado
Sin embargo en el momento en que por primer vez el texto señala la palabra amor,
el cuerpo casi descompuesto de Polinices, que ha estado días enteros expuesto al sol, a los
10 Una vez más constatamos la influencia de Sófocles en la composición de Yourcenar.
11 Platón. Axiocus 371e. Cf. Liddell & Scott. Greek-English Lexicon. Oxford, Clarendon Press, 1992. p. 1976.
12 Mi 1,6; Za. 14,4. Cf. Liddell & Scott. Op.cit.
13 El texto comienza hablando de “el fondo de las cisternas, …las habitaciones ya no son pozos de oscuridad”
(p.75), sin embargo “ella redesciende, llevada por el peso de su corazón hacia los bajos fondos de los campos
de batalla” (p.79), etc.
14 Esta referencia a la semilla se hará particularmente explícita un poco más adelante.
15 Cf. Hesíodo. Op.cit. vv. 126-128.
5
buitres y a los perros, ese cuerpo que se “está disolviendo como un recuerdo16” (p.81) sufre
una gran metamorfosis y la autora incluye, una vez más, la cruz, uno de los símbolos más
ricos posibles, cargado aún más de sentido por la tradición cristiana.17 Ahora Antígona “…
lleva a su crucificado como se llevaría una cruz. De lo alto de las murallas Creonte ve venir
este muerto sostenido por su alma inmortal. Los guardias pretorianos se precipitan,
arrastran fuera del cementerio esta Gárgola18 de la Resurrección … apartada de su muerto
esta muchacha que baja la frente parece cargar el peso de Dios” (p.81). No parece caber
duda de la voluntad de convertir a Antígona en un símbolo fuertemente polisémico pues
ella no es sólo portadora de luz, amor, caridad, sino también de una cruz, gárgola -en una
imagen dura, cosificante- de la Resurrección (con mayúscula, en el original). Antígona
regresa a Tebas-Roma para hacerse crucificar por el amor al otro, al hermano, por amor
fraternal, entonces, imagen de todo amor.
Tebas nocturna. Un cielo sin astros.
Y para acentuar la alegoría sigue el texto: “la ciudad sin piedad ignora los
crepúsculos, el día se hace de noche de golpe, como una bombita quemada que deja de dar
luz … Los hombres no tienen destinos porque el mundo está sin astros.” (pp.81-82). Ese
día de luz invisible, ese “mediodía profundo”, de sol enceguecedor, de sol de muerte, se
hace súbitamente noche, el mundo ya no tiene estrellas que guíen desde el cielo (sigue el
juego de los símbolos, las claves de lectura, como se ve, son tantas que no pueden ser
abarcadas en este pequeño artículo) y “ella avanza en esta noche fusilada por los faros, sus
cabellos de loca, sus harapos de mendiga, sus uñas de ladrona muestran hasta dónde debe
ir la caridad de una hermana. (…) En plena noche ella se convierte en una lámpara. (…) No
se puede matar la luz, sólo se puede sofocarla” (p.82)19. Empieza a develarse la metáfora
Antígona-luz; aún es la noche pero ella es luz, en el momento en que su caridad de
hermana nos revela su misión. Es particularmente importante la utilización de la palabra
“caridad” dado que la autora misma, ya lo vimos, había señalado que la elección (misión)
de Antígona era la justicia.
Sin embargo en Tebas todavía la noche sigue señoreando …
Antígona y su retorno al país de las semillas
En este momento Yourcenar se aparta de la tradición de Sófocles quien, ateniense
de la época clásica, necesita que el orden sustituya al caos y hace que Antígona pueda
cumplir al menos con la sepultura simbólica, vertiendo sobre su hermano Polinices unos
puñados de tierra. Era muy común entre los grandes trágicos que los mitos fueran
reelaborados. En realidad era algo que el público apreciaba especialmente del teatro: cómo
16 Así consideraban los griegos a los muertos: formas vacías, apenas recuerdos de los vivos o sombras sin
memoria, vagando en el mundo de Hades.
17 “La cruz tiene … una función de síntesis y de medida. En ella se unen el cielo y la tierra… En ella se
entremezclan el tiempo y el espacio. Ella es el cordón umbilical jamás cortado del cosmos ligado al centro
original. (…) “… imagen [de] la historia de la salvación… simboliza al Crucificado, Cristo, el Salvador …”.
Chevalier,J.-Gheerbrant,A. Diccionario de los símbolos. Barcelona, Herder, 1999. pp.362-363.
18 En el original Goule, criatura de las mitologías mesopotámicas y árabes pasó luego a la mitología del
mundo romanizado. Figura femenina, aunque asexuada, es a veces una “muerta en vida”, a veces un monstruo
que desentierra los cadáveres de los cementerios para alimentarse de ellos.
19 Cf. Mt 5,14-15.
6
cada autor decía el mito ya conocido por todos. Siguiendo con esa tradición, nuestra autora
se aparta del original sofocleano y plantea un conflicto más dramático aún pues no parece
brindarnos salida alguna. La oscuridad lo cubre todo, Antígona es arrojada a las catacumbas
(observar la alusión) sin poder llevar a cabo ningún rito, ni aún simbólico, de sepultura. No
hay más opciones: debe partir de la Tebas nocturna, del caos que el odio ha convertido en
furor y desesperación.
Creonte desafía las leyes de los dioses y duerme sobre la “almohada de la Razón de
Estado” (p.84), mientras “ella retorna al país de las fuentes, de los tesoros, de las semillas”
(pp.82-83) en una nueva alusión que juega con la etimología -como hemos visto más
arriba- de su nombre. La autora nos advierte “el mediodía profundo hablaba de furor: la
medianoche profunda habla de desesperación. El tiempo no existe más en esta Tebas sin
astros; las gentes que duermen estiradas en el negro absoluto no ven más su conciencia”
(p.83).
Antígona y la luz visible.
Y entonces, de repente, “en el silencio de bestia de la ciudad que duerme su crimen
como una borrachera, se precisa un latido venido de debajo de la tierra… Creonte se
levanta, palpando a ciegas encuentra la puerta de los subterráneos (…). Una vaga
fosforescencia que emana de Antígona le hace reconocer a Hemón colgado del cuello de la
inmensa suicida, llevado por la oscilación de ese péndulo que parece medir la amplitud de
la muerte. Ligados el uno al otro…” (p.84). Hemón, el hijo mayor del tiránico rey Creonte,
ha preferido suicidarse junto a su amada Antígona, no ha resistido vivir sin amor.
Antígona, la inmensa hija, la inmensa hermana ha preferido convertirse en la
“inmensa suicida” y así partir “a la búsqueda de su estrella situada en las antípodas de la
razón humana20 y que no puede alcanzar más que pasando por la tumba” (p. 83). De las
entrañas de la tierra misma nace el latido de salvación. Sólo el amor redime, sólo el amor
enciende la luz. Antígona, aún muerta, “emana una vaga fosforescencia”. En la noche
profunda el amor se hace luz y por la fuerza de ese amor que emana del cadáver pendulante
“el tiempo retoma su curso al compás del ruido del reloj de Dios. El péndulo del mundo es
el corazón de Antígona” (p.85).
El amor vuelve cosmos al caos, luz a las sombras.
En su pequeña prosa lírica, riquísima, de múltiples sentidos, de exquisitos
paralelismos y alusiones, Marguerite Yourcenar nos dice que Tebas o el caos desatado por
el odio fratricida y fraternal, Tebas de ayer y de siempre, se redime por el amor encarnado
hasta la muerte en una mujer, Antígona, la virgen, la que no tendrá descendencia, pero
también la semejante a una fuente, a una semilla que vuelve a buscar el sentido en las
profundidades de la tierra. ¿Es acaso el amor estéril, como podría sugerir la etimología
Antígona-antí goné? La doncella clásica, la gran virgen de Sófocles, deja como herencia de
su amor nada menos que un orden vuelto mundo. Antígona logra que el caos se vuelva
cosmos, significado en primer lugar por “el peso palpitante [que] vuelve a poner en
movimiento la maquinaria de los astros” (pp.84-85), porque “el aire reseco se llena de una
20 La luz y el Amor se encuentran más allá de la razón del hombre. “Entréme donde no supe, // y quedéme no
sabiendo,// toda ciencia trascendiendo”. San Juan de la Cruz, “Poesías, III” en: San Juan de la Cruz. Obras
Completas. Laberinto, Ed. Séneca, Méjico, 1942.
7
pulsación de arterias” (p.85) y porque el tiempo reanuda su curso marcado por un orden,
simbolizado por el reloj, reloj de Dios, último referente del cosmos restablecido. Sin
embargo tal maquinaria necesitó de un péndulo para ponerse en funcionamiento y ese
péndulo es el corazón de Antígona que pasó por tres “aspectos de su trágico amor”: Edipo,
su padre y también su hermano, Polinices, su hermano insepulto y Hemón, su prometido,
figura silenciosa y amante que la siguió a la muerte, aún cuando ella no se lo hubiera
pedido.
Cosmos y mundus
Lo que el griego significa como cosmos, la civilización latina lo significó con una
palabra de etimología incierta (¿quizás estrusca?21): mundus, que en primer lugar señala a
un conjunto de cuerpos celestes, cielos y universos luminosos y luego, por extensión, lo que
hoy llamamos mundo. Y entonces podemos leer la elección de Antígona no sólo como una
búsqueda del restablecimiento de la justicia divina que ordena sepultar a los muertos por
encima de sus faltas y más allá de cualquier razón de estado, lo cual es la interpretación
más aceptada, sino también en clave de amor. No parece caber duda de que, en las
imágenes utilizadas, las simbologías más o menos explícitas y demás elementos que,
someramente, hemos esbozado, la autora ha querido también decirnos que Antígona eligió
el amor, simbolizado especialmente en el juego pendular entre la luz y las sombras, como
instrumento y única vía para que el caos que sigue al odio se vuelva cosmos-mundus y así
la “innoble ciudad” alcanzara su redención.
21 Cf. Ernout-Meillet. Dictionnaire Étymologique de la langue latine. Histoire des mots. Paris, Klincksieck,
2001. p. 420.
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